La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

A FAVALORO

Por Agustina Bordigoni

“Durante dos semanas pensé seriamente que me iba a morir. Hubo una semana en la que todo estaba mal. ¿Qué pensaba yo cercano a la muerte? Pensaba en esas cosas pequeñas, yo no pensaba en ninguna cosa material.

Recuerdo claramente que decía ‘no voy a poder ver más los atardeceres’. Yo vivo enloquecido con los atardeceres… En el momento de partir es imposible poner toda la riqueza adentro del cajón, no vamos a llevar más que estas pequeñas cosas”, dijo René Favaloro en referencia al momento de su vida en el que una Hepatitis B lo tuvo al borde de la muerte.

Los atardeceres que más disfrutaba, según sus palabras, eran los de La Pampa argentina, en Jacinto Arauz, quizás el pueblo en el que pudo cumplir su sueño de trabajar en una salud accesible para todos. Una medicina “humanística”, como alguna vez declaró emocionado. “La medicina sin humanismo médico no merece ser ejercida”.

“Dejaría de existir si no tuviera por delante desafíos que involucren, por sobre todas las cosas, contribuir dentro y fuera de mi profesión al desarrollo ético del hombre” (René Favaloro, 1995)

Tal vez por eso mismo, hacia el verdadero final de su vida, pidió que se lo recordara como un médico rural, y no como aquel cirujano exitoso a los ojos de otros que lo valoran por ser el creador del bypass. Claro que es un invento que salvó miles de vidas e implicó un importantísimo avance en la medicina. Sin embargo, también es cierto que no debería entenderse separado de su creador: un hombre que luchó desde su campo por la justicia social, y hasta el último de sus atardeceres.

¿Conoce usted a Favaloro?

Si hay algo que René decía admirar de San Martín era su esfuerzo, su modestia y su generosidad. Con la convicción de que nadie conocía al prócer en profundidad, Favaloro dedicó 30 años de su vida a investigarlo, a descubrir al ser humano tras el General. De allí salió el libro “¿Conoce usted a San Martín?” que el médico argentino publicó en 1987.

Esos mismos valores que admiraba en el libertador fueron los que también aplicó a su carrera. El esfuerzo para un niño que desde muy pequeño manifestó su intención de dedicarse a la medicina y que había nacido en el seno una familia muy humilde, a la que ayudaba con las tareas.

Hijo de un padre carpintero y una madre modista, el pequeño nacido en La Plata en 1923 sabía de la importancia de trabajar duro para conseguir una meta.

Una vez convertido en estudiante de medicina se seguiría esforzando, cumpliendo más horas que las que debía durante su residencia en el Hospital Policlínico: “allí se recibían los casos complicados de casi toda la provincia de Buenos Aires. En los dos años en que prácticamente vivió en el Hospital, Favaloro obtuvo un panorama general de todas las patologías y los tratamientos pero, sobre todo, aprendió a respetar a los enfermos, la mayoría de condición humilde. Como no quería desaprovechar la experiencia, con frecuencia permanecía en actividad durante 48 o 72 horas seguidas”, cuenta la Fundación que lleva su nombre en la página web oficial.

Desde La Pampa modesta

En 1949, ya médico recibido, la vida de Favaloro daría un vuelco importante. Luego esta experiencia sería definida por él mismo como el momento más trascendental de su actividad profesional.

Un pueblo de 3500 habitantes necesitaba quien se hiciera cargo de la salud por unos meses, hasta que el médico del lugar volviera recuperado de una enfermedad. Tal era el asunto de la carta que René recibió de su tío desde Jacinto Arauz. Tras meditarlo y convencido de que sería por un tiempo, Favaloro fue a hacerse responsable del asunto. Pero el doctor a quien reemplazaría, Dardo Rachou Vega, murió unos meses después. Ya comprometido con el lugar, tomó la resolución de quedarse.

Esa Pampa pobre y modesta, que contó con la riqueza de un médico como Favaloro, fue desde entonces la experiencia más importante y exitosa a los ojos de un médico que viviría otras que más tarde lo harían acreedor de innumerables premios internacionales.

Durante 12 años en los que vivió allí creó un centro asistencial que entre otras cosas logró bajar los índices de mortalidad infantil, la desnutrición y las infecciones en los partos. En el proyecto, que llevaron adelante los hermanos René y Juan José Favaloro, capacitaron a la población (que también tuvo un rol fundamental en la formación de este centro) en las principales pautas para el cuidado de la salud. También crearon un banco de sangre y trabajaron hasta lograr no solamente que la salud fuera accesible, sino que el centro tomara vida propia y cobrara importancia en la zona.

De esa época surgió la obra “Recuerdos de un médico rural” (1992), que Favaloro escribió para contar su experiencia pero también para hablar acerca de la situación socioeconómica en el interior del país: “ranchos miserables y villas miseria se ven por doquier, pobres escuelitas rurales más destartaladas que nunca están, si se las quiere ver, con maestros que siguen recibiendo salarios alejados de la realidad”.

Esa Pampa pobre y modesta, que contó con la riqueza de un médico como Favaloro, fue desde entonces la experiencia más importante y exitosa a los ojos de un médico que viviría otras que más tarde lo harían acreedor de innumerables premios internacionales. “Cuanto más destacada sea nuestra posición individual más grande será nuestro compromiso social. Ha llegado la hora de trabajar con humildad y modestia verdaderas. Hay que aprender a no marearse con las alturas de la montaña. En la montaña de la vida nunca se alcanza la cumbre”, dijo a los estudiantes reunidos en Glacier Park Lodge en Estados Unidos, en 1993.

Lo más cercano a una cumbre era a lo que había llegado en Jacinto Arauz, lugar desde el que Favaloro partió en 1962 rumbo a un destino completamente diferente.


Un joven René Favaloro durante su estadia en la Clínica Cleveland, Ohio. Foto del Centro Clínico de Cleveland para Arte y Fotografía Médica.

De La Pampa a los Estados Unidos

Inteligente y comprometido como era, Favaloro entendió cumplido su ciclo y decidió viajar, con pocos recursos y escasos conocimientos de inglés, a los Estados Unidos.

Allí trabajó, primero como residente y luego como médico del equipo de cirugía, en la Cleveland Clinic, un lugar en el que aprendió, desarrolló y aplicó sus conocimientos, y en el que se esforzó mucho también: “apenas terminaba su labor en la sala de cirugía, Favaloro pasaba horas y horas revisando cinecoronarioangiografías y estudiando la anatomía de las arterias coronarias y su relación con el músculo cardíaco”, cuenta la Fundación en su biografía.

Cinco años después, en 1967, practicó la primera cirugía coronaria utilizando la vena safena. La práctica que se estandarizó bajo el nombre de “bypass” cambió la historia de la medicina coronaria. Sin embargo, y a pesar de ser reconocido en el mundo por este descubrimiento, Favaloro nunca se atribuyó el éxito, rescatando constantemente el trabajo de sus antecesores y del equipo de trabajo que encontró en Cleveland.

Cinco años después, en 1967, practicó la primera cirugía coronaria utilizando la vena safena. La práctica que se estandarizó bajo el nombre de “bypass” cambió la historia de la medicina coronaria.

Con un futuro promisorio en el país norteamericano, sin embargo, y tal como le había pasado en 1949, Favaloro decidió volver a su país para compartir sus conocimientos, y, fiel a su postura, sobre todo con los más necesitados y humildes.

“Una vez más el destino ha puesto sobre mis hombros una tarea difícil. Voy a dedicar el último tercio de mi vida a levantar un Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular en Buenos Aires. En este momento en particular, las circunstancias indican que soy el único con la posibilidad de hacerlo”, comentaba René en su carta de renuncia. Con ese objetivo volvió a la Argentina en 1971.

Generoso con un país que luego le fue ingrato, Favaloro volvió para crear una Fundación que hoy sigue trabajando. Desde 1975 la institución realizó una incontable cantidad de trasplantes y operaciones, además de formar a cientos de residentes de todo el país. En 1980 el médico argentino creó, junto a un equipo de profesionales, el Laboratorio de Investigación Básica que luego se convirtió en Universidad, y en 1992 el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, una entidad sin fines de lucro. Allí se realizan miles de operaciones, entre ellas bypass.

Orgulloso de su papel de formador, Favaloro dijo que quería ser recordado como docente más que como cirujano. Tenía claro desde entonces que su vida no duraría para siempre, y que sólo formando profesionales de máximo nivel sería posible que la salud llegara a cada rincón del país.

Atardece en Jacinto Arauz

El 29 de julio de 2000, con una Fundación en quiebra y tras dar batalla para conseguir salvar honestamente a una institución que funcionaba por fuera de un sistema corrupto, René Favaloro decidió terminar con su vida. Tal vez pensó que así sería posible que por fin lo escucharan. Dejó mensajes a su familia, a los medios, a los políticos, a las obras sociales y en definitiva, a todos nosotros: “Joaquín V. González, escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: ‘a mí no me ha derrotado nadie’. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla”.

Incomprendido y derrotado como no lo había estado nunca, entendió que no podía vivir, salvar a la Fundación y mantener sus principios. Nada cambiaría si rescataba su institución a costo de no poder seguir salvando miles de vidas.

La conmoción llegó a todos, incluso a los que desesperadamente Favaloro había recurrido en pedido de ayuda. Cartas y cartas habían sido enviadas antes de las últimas, pero nadie respondió.

Incomprendido y derrotado como no lo había estado nunca, entendió que no podía vivir, salvar a la Fundación y mantener sus principios. Nada cambiaría si rescataba su institución a costo de no poder seguir salvando miles de vidas.

Probablemente llegó el momento de responderle y decirle que nada ha cambiado. La salud sigue siendo privilegio de pocos y negocio de muchos y su Fundación se ve obligada a cerrar dos sanatorios por cuestiones económicas.

“A pesar de la abundancia de médicos carecemos de una medicina organizada. ¿Tendremos capacidad de reaccionar?”, se preguntaba usted en 1992.

Sepa que no la tuvimos: una pandemia nos agarró desiguales y desprevenidos, a pesar del gran capital humano con el que seguimos contando. Y aún no logramos comprender su mensaje, porque todavía no pudimos descifrar la importancia de las pequeñas cosas.

“Durante los años que viví en Jacinto Arauz, en el camino de regreso a mi casa, con frecuencia me dejaba cautivar por los hermosos atardeceres –los atardeceres de La Pampa son realmente fascinantes, quizás por el clima seco y los fuertes vientos que golpean sobre las nubes–. En esas ocasiones, detenía el auto en medio de la ruta y, mientras el cielo se encendía con colores tornasolados que cambiaban a cada momento, mis sueños y utopías se entremezclaban con las nubes”.