Expresiones de la Aldea, Notas Centrales, San Luis

EL TIEMPO DEL TREN

Por Leticia Maqueda

Hubo una vez un tiempo en que viajábamos en tren. Sobre Avenida Lafinur, dando marco a la actual Av. Ilia, estaba la Estación de Ferrocarril. Se podía contemplar desde lejos en toda su belleza porque la avenida era entonces como un gran espacio luminoso y abierto que oxigenaba el centro de la ciudad  y tenía el encanto de sus anchas veredas de piedra laja, sus árboles añosos y sus canteros con flores.

El edificio contaba en su ingreso con una explanada en la que se estacionaban, para el traslado de los pasajeros,  los coches de plaza y los dos o tres taxis con los que contaba la ciudad.

Atravesando el hall de ingreso, se llegaba al andén que tenía un movimiento diario de viajeros, de maleteros con sus grandes carretillas colmadas de valijas y de cargas. En ese espacio reinaba la algarabía de los reencuentros y las despedidas propias del tiempo en que la distancia solo se acortaba con las cartas. También cada tanto tenía la tensión de la llegada  de personalidades que colmaban de visitantes el lugar.

El tren se detenía por breve tiempo, y era entonces la premura de subir y ubicarse según la categoría del billete de pasaje, en lo que entonces se llamaba “coche salón” o bien en algunos de los otros vagones más económicos con sus asientos de cuero verde o en  camarote, con sus literas con sábanas impecables. Instalarse y abrir las amplias ventanillas para saludar a los que quedaban en el andén tenía la emoción de la partida, de decir adiós, con esa mezcla de alegría y tristeza que tienen las despedidas.

El silbato del guarda y la campana que resonaba en el andén, anunciaban la partida junto al estrepitoso ruido del tren que lentamente se ponía en marcha, provocando con el sonido de sus ruedas un musical adiós sobre las vías. En el andén quedaban saludando figuras que perdían en la distancia su dimensión, para ser apenas sombras desdibujadas en la velocidad del tren y en la inmensidad del campo.

Tal vez en la quietud solitaria de la tarde, el andén le haya narrado a los pájaros allí reunidos las despedidas y alegres recibimientos, la llegada de personajes importantes como la del primer obispo de San Luis Monseñor Pedro Dionisio Tibiletti, o el paso de Eva Perón, entre muchos otros.

Una vez que el tren partía, comenzaba  la vida  interior propia de esos vagones que se bamboleaban rítmicamente. Generalmente el horario de partida hacia los lugares más lejanos era al atardecer, es por ello que una vez iniciado el viaje, y cuando la noche asomaba su oscuridad por las ventanillas, el guarda pasaba anunciando los turnos para cenar. También solía recorrer los vagones el vendedor de gaseosas, agua y sándwiches. Ir al coche comedor a cenar en mesas con manteles blancos y vajilla, atendidas por mozos y con un menú, tenía algo de mágico e irreal, y podía uno sentirse como protagonista de un cuento o de una novela.

Un día, casi sin que nos diéramos cuenta, el tren dejó de pasar y el edificio fue cerrado y gradualmente desmantelado. El ruido del tren frenando sobre las vías, el ajetreo, las despedidas y bienvenidas dejaron de resonar en el viejo andén, y las palomas llegaron para habitar los espacios en los que podían anidar.  Entonces, ese lugar, otrora lleno de vida,  quedó en silencio y barrido por el viento, con las vías cubriéndose de pastizales y vagones abandonados que tenían al atardecer una triste belleza rojiza.

Pasado un tiempo, el edificio de la Estación fue entregado al Municipio, que pintó su frente y habilitó el interior para funcionamiento de oficinas.

Fue entonces cuando el andén dejó de contar sus historias.

Estación de Ferrocarril ubicada en Av. Lafinur de la Ciudad de San Luis, hacia 1930.
El nuevo edificio fue inaugurado el 15 de marzo de 1907. Foto José La Vía.

Unos años después, se anunció su puesta en valor  y se habilitó como centro cultural.

En la actualidad, ya no podemos como antes contemplar su belleza en perspectiva porque un desmesurado puente le atraviesa transversalmente el rostro como una feroz cuchillada que lo desdibuja en el contexto de la hoy remodelada y embellecida Av. Ilia. Pero allí está, es parte de nuestro patrimonio arquitectónico y también de nuestro patrimonio inmaterial, ese que se enriquece con lo guardado en la memoria de quienes lo conocimos cuando era un espacio vital de la ciudad.

Todos los que lo transitamos como viajeros, tenemos recuerdos diferentes de las emociones y anécdotas allí vividas. Estas remembranzas, retazos de historia no registrada de nuestro pueblo podrían revivir la antigua estación en todo su esplendor. Bastaría recogerlos, ordenarlos y darlos a conocer para que sean parte de la memoria viva del pasado de nuestro San Luis.