LEVO TRISTÁN
Por Jorge Sallenave
RECORRIENDO LEVO TRISTÁN
Durante la semana siguiente Gumersindo ingresó varias veces a la selva. Le llamaban la atención los árboles gigantes y las innumerables hojas que ocultaban el sol. También se quedaba observando a los monos, en gran cantidad, pequeños, haciendo cabriolas a veinte o más metros de altura.
En uno de esos días vio pasar un yaguareté pequeño y la presencia del mismo lo asustó porque no debía estar lejos la madre o el padre. Conforme lo supuso, apareció un yaguareté de gran tamaño que lo miró fijamente, pero lejos de atacarlo empujó al yaguaretecito hacia la zona más extensa de la selva.
Decidió llegar hasta el río del que le habían hablado y no tardó en encontrarlo. Su amplitud lo asombró. No muy lejos se encontraban los guardias de la frontera. Prefirió esquivarlos y regresar a Levo Tristán.
La nueva recorrida lo hizo llegar al pueblo por el sur. Al ver una choza, que sin lugar a dudas lo era, lo hizo pensar en lo que el Pelado le había comentado. Sobre todo, porque vio a dos niños de 8 años cuanto más, que jugueteaban colgándose de los árboles. Se acercó a ellos y les preguntó:
— ¿Ustedes deben ser Jorge y Alfredo?
Los niños se quedaron inmóviles.
— ¿Alguien les ha comido la lengua?
El más cercano respondió que la mamá les prohibía hablar con extraños.
—Yo no soy un extraño, vivo en una cabaña que me alquiló el Pelado. Soy del mismo pueblo que ustedes.
Una mujer se interpuso entre ambos.
—Déjeme adivinar, su nombre es Silvia.
La mujer no le respondió, ordenó a los niños que fueran a la casa. Cuando estos ingresaron le prestó atención a Gumersindo.
—Yo no presto servicios acá. Este lugar está prohibido para las personas.
—Yo no necesito ningún servicio de su parte. Sus hijos me han caído bien y siendo un recién llegado al pueblo quiero conocer a la gente.
—Mis hijos no necesitan amigos. ¿Dónde lo tengo que ver?
—Vivo en una casa que alquilé al Pelado, pero no me interesan sus servicios, como ya le dije. Sus hijos me hacen pensar en los que yo no tengo.
—Tiene buena charla, pero a mí no me va a convencer. Es cierto que yo cobro barato, pero con solo ver el pueblo se dará cuenta por qué lo hago. Mi trabajo tiene por finalidad darle de comer a mis hijos y si tengo suerte quiero que vayan a la escuela.
—Que yo sepa en Levo Tristán no hay ninguna escuela.
—Es cierto, pero en el vecino país, a un kilómetro del río, hay una escuela modesta donde ellos podrán aprender. Aquí se termina nuestra charla. Si me necesita puedo ir a su casa, siempre que no tenga esposa.
—No tengo ni tuve, soy soltero, aun así, insisto: No quiero que vaya a mi casa. Ni sus servicios, ni los de ninguna otra me llaman la atención. Cuando esté dispuesta a que juegue con sus niños la recibiré con agrado.
GUMERSINDO COMIENZA A CONSTRUIR
Los vio a través de un hueco en la pared que no había terminado de arreglar. Los dos niños de Silvia se ocultaban parcialmente en los grandes árboles de la selva y miraban con atención la cabaña que había alquilado Gumersindo. Este, apenas estuvo seguro de la identidad, salió.
—¿Qué hacen aquí?
Los niños permanecieron en su lugar hasta que el más alto se acercó al hombre.
—Queríamos verlo. Usted le dijo a mi madre que le gustaría jugar con nosotros. Nos cansa estar solos.
—Si tu madre te viera acá creo que los tres cobraríamos una paliza.
—No va a suceder. Mamá ha ido a trabajar por dos horas o más.
—¿Qué les parece si me dicen quién es quién?
—Yo, que soy de mayor altura, me llamo Jorge y mi hermano Alfredo.
—¿A qué quieren jugar?
Alfredo dijo que querían ver la casa porque nunca habían visto algo semejante.
Gumersindo los hizo pasar. Miraron de un lado a otro, hasta se fijaron en las remodelaciones de plástico.
— ¿Quieren comer algo?
Alfredo dijo que tenían hambre, pero de ninguna manera le aceptarían comida porque Silvia se enojaría mucho si se enterara.
— ¡Déjense de joder con las prohibiciones de mamá! —comentó Gumersindo y sacó dulce que había comprado en la ciudad y también unas galletas.
Los niños tenían hambre de verdad y comieron con ganas, incluido un café oscuro.
—Nos tenemos que ir señor Gumersindo, mamá puede adelantarse y si no nos encuentra se volverá loca –dijo Jorge poniéndose de pie.
—A partir de ahora me tutean y me llaman Gumersindo. Por mi parte yo los tutearé. Cuando puedan me visitan de nuevo.
Los vio partir. Gumersindo se preguntó por qué había cambiado tanto con esos niños. Deseaba estar solo, pero en este caso la presencia de Jorge y Alfredo lo alegraba. Descontó que su cambio se debiera a que no tenía hijos, ni siquiera lo había pensado en sus dos relaciones.
Unos días más tarde fue al negocio del Pelado. Tenía una idea y solo el almacenero lo podía ayudar.
Al ingresar al almacén no había un solo cliente. El Pelado cubría su cabeza con el destartalado sombrero y seguía vistiendo con ropa vieja.
—Buen día caballero –lo saludó el hombre.
—Ya nos conocemos lo suficiente para tratarnos con mayor confianza. Me gustaría llamarte Pela.
—En ese caso yo te diré Gumer. ¿Qué te trae por acá?
—Un consejo, necesito saber si en el pueblo existe un buen talador o tal vez un carpintero. Que sea económico.
—Aquí en Levo Tristán no conozco a nadie, pero si te encargás de recorrer la selva y encontrar a Toby, es un muchachón que corta árboles como si fueran papeles.
— ¿Toby?
—Es el nombre que te dije y por supuesto no te cobrará mucho. Si le caés bien es posible que no te cobre nada. ¿Puedo saber para qué necesitás un talador?
—Quiero hacer una modificación en tu cabaña. Construir una especie de dormitorio.
—Mi querido Gumer, si esto a mí no me sale nada y queda a mi favor, cuando no me alquilés más, te doy mi permiso.
—De acuerdo, ese nuevo espacio te pertenece como propietario. En síntesis, lo busco a Toby y le pido que me haga la modificación.
Pasaron varios días hasta que encontró a Toby. De gran musculatura y con apariencia indígena. Solo llevaba puesto un pantalón.
Gumersindo le preguntó al verlo, si Toby era su nombre y le pidió permiso para sentarse a su lado y conversar un momento.
La charla se extendió hasta que Gumersindo llegó al tema que le interesaba. Le dijo que lo necesitaba para hacer un trabajo y que sus posibilidades económicas eran mínimas.
— ¿Qué tipo de trabajo? —preguntó Toby.
—Una especie de dormitorio en la casa que le alquilo al Pelado.
—Lo haré en menos tiempo de lo que usted piensa, siempre que se trate de hacer la separación con troncos de árboles. En cuanto al dinero no se preocupe, me irá abonando según pueda. En la selva puedo comer, en especial los pájaros que usted ve con plumas de tantos colores. Algún día lo invitaré y sabrá lo ricos que son.
(Tercera entrega)
Levo Tristán es el último cuento del escritor sanluiseño y referente de las letras puntanas, Jorge Sallenave. Será publicado, en exclusiva, en La Opinión y La Voz del Sud durante 9 entregas todos los domingos en el semanario papel desde el 13 de septiembre. La historia esta vez no transcurre en San Luis y Jorge prefiere que sea cada lector quien imagine el lugar.
Como tantas veces en la vida, las personas necesitan que alguien los salve y salvar a otros, en estos vaivenes, ni la “mala suerte” derrumba la esperanza.
En tiempos de pandemia Sallenave continúa escribiendo y es algo para celebrar.
Muy bueno. Esperamos nuevas entregas. Celebramos que Jorge Sallenave siga escribiendo.
Muy bueno, atrapante, es fascinante…
Excelente!!!
Felicitaciones a mi amado padre haciendo lo que más le gusta.