La Aldea y el Mundo, San Luis

COMPRENDER EL TERRITORIO

Por Soledad Sallenave

Licenciada en Ciencias Biológicas (*)

En biología el territorio es, para la mayoría de los seres vivos, un tema central. Es el espacio en los que los animales despliegan su hábito, es decir, las actividades diarias (diurnas o nocturnas) que permiten llevar adelante todos sus procesos vitales: comer, dormir, refugiarse, reproducirse. El territorio es sinónimo de supervivencia y de ahí la importancia de defenderlo y conservarlo.

Instintivamente, los animales protegen ese sitio del cual dependen, que puede ser de varios kilómetros como en el caso de los pumas, o de unos pocos metros como el de algunas aves que ponen toda su energía en mantener sus nidos libres de oportunistas.

Desde que tengo memoria, he sido muy observadora de esta dinámica territorial del mundo natural, pero no fue sino hasta hace unos 15 años atrás que empecé a prestar atención al territorio que constituimos, construimos, definimos y delimitamos los seres humanos y a indagar los posibles vínculos o paralelismos con lo natural. De a poco, empezó a revelarse ante mí, una compleja trama de interacciones.

De todos los elementos que intentan explicar qué es el territorio, me quedo con dos: 1) el territorio es el espacio donde se plasman los modelos de desarrollo de una sociedad por lo tanto, 2) el territorio es gestión relacional (diría el Arq. Eduardo Resse) y administración de conflictos.

En cualquier modelo de desarrollo, a partir de componentes ambientales se estructuran (explícita o implícitamente) factores económicos y productivos con distintos grados de impacto social. Esto es así, porque en última instancia, nosotros somos Naturaleza y no escapamos a sus estrategias para la propia supervivencia.

Elegimos (en el mejor de los casos), asentarnos en aquellos lugares que nos proveen los recursos necesarios para nuestra existencia: agua, suelo, paisajes (sí, nuestra concepción de territorio también involucra lo perceptual, cultural e histórico), casa y comida. A partir de allí, se despliega la lógica de producción, industrialización, consumo, trabajo, vivienda, etc. propia de la idiosincrasia de cada lugar.

“En el jardín”, por Vesna Delevska.

Esto es solo la punta del ovillo. Los modelos de desarrollo se ponen en evidencia entre otros aspectos, a través de marcos regulatorios que generan los instrumentos necesarios para la implementación de las políticas públicas de gestión territorial.

Es así como tenemos por ejemplo: áreas urbanas y áreas rurales y, entre ellas, las zonas de interfaces que como los ecotonos naturales, tienen un poco de cada una. A su vez, lo urbano y lo rural tienen reglas, estructuras, actores sociales y lógicas que les son propias pero no dejan de estar vinculadas entre sí aunque sea funcionalmente. Y las áreas naturales, algunas protegidas otras no.

Así se va configurando la trama del territorio que debe ser pensado, planificado y gestionado necesariamente como un todo. Cuando esto no sucede, nos encontramos con zonas residenciales que avanzan rodeando parques industriales o sobre cinturones verdes productivos; áreas naturales que quedan atrapadas entre cultivos sin vinculación alguna; sitios sacrificados como lugares de disposición final de desechos o tratamiento de efluentes cerca de lugares poblados; actividades que se desarrollan en zonas de riesgo, solo por citar algunos ejemplos.

Si a todo esto le sumamos factores externos tan disímiles como el mercado o la variabilidad climática influyendo en la dinámica territorial, nuestras capacidades de anticipación, adaptación y resiliencia se ven desafiadas al extremo.

Tanta complejidad puede resultar abrumadora. Parece que nos posicionara bien lejos del resto de los animales en cuanto a ¿qué territorio necesitamos para nuestros procesos vitales? ¿Dónde empieza y dónde termina nuestro territorio? ¿Todas y todos tenemos una concepción parecida de territorio, de los elementos que lo conforman, de los factores que lo dinamizan o de los límites que tiene? ¿Somos conscientes de que nuestra supervivencia depende de cuán saludable sea nuestro vínculo con el territorio que habitamos?

Pero no estamos tan lejos. Lo que en los animales es instintivo, en nosotros requiere ser comprendido. Debemos comenzar a comprender el territorio en el que vivimos.

En palabras del economista Manfred Max Neef “Hemos llegado a un punto de la evolución en que sabemos mucho pero comprendemos muy poco. Solo puedo comprender aquello de lo cual me hago parte, aquello de lo que SOY PARTE. En el momento que seamos capaces de comprender, bueno, ahí cambia el mundo”.

(Primera parte)

(*) Magíster en Gestión Sostenible del Ambiente