Expresiones de la Aldea, San Luis

VUELTA Y MEDIA

Por Jorge Sallenave

Ambos se fueron acercando cada vez más. Tanto Eli como Darío Hernández se daban cuenta, pero no se entrometían. En cambio, a Ángel solo le interesaban los continuos progresos de Renata en el juego de la taba.

En una provincia vecina se decidió organizar un torneo nacional.

Ángel le propuso a Darío si estaba dispuesto a dar consentimiento para inscribir a Renata.

No fue tan fácil. La comisión directiva del torneo se negaba a que una mujer participara del torneo de taba. Fue necesario recurrir a la Cámara nacional de este deporte para obtener el visto bueno. Algunos de los integrantes dijeron que la actuación femenina solo serviría para que todos se rieran.

Renata ganó para vergüenza de los demás competidores. El grupo, incluida Eli, se había alojado en el mejor hotel de la ciudad.

Ángel y Eli en una habitación, Renata y Darío en otra y Rolando en la tercera.

Para festejar eligieron un restaurante importante. Hablaron de la taba hasta que Eli le comentó a su marido que tenía ganas de acostarse. El resto se le unió, pero al llegar al hotel fueron invitados a concurrir al bar donde tocaba una conocida pianista.

—¿Me acompañás? —preguntó Renata a Rolando.

—Con gusto, todavía no tengo sueño.

Se despidieron de los otros tres.

—Cuando volvás no hagás ruido. Te felicito por el triunfo —comentó Darío.

Rolando y Renata se ubicaron en una mesa. Escuchaban un bolero. Cuando la pianista hizo una pausa Rolando dijo que le gustaba la música que ejecutaba.

—A mí también.

—Te propongo que salgamos a bailar ni bien regrese.

Renata por su parte dijo que ya tenía sueño. Al despedirse, Rolando le recordó que no hiciera ruido. Ella sonrió y le comentó que iba tomándole cariño.

Algunos meses más tarde Rolando le pidió a Darío que lo acompañara al bar porque tenía algo importante que decirle.

No bien se ubicaron en una mesa Rolando fue al grano.

—Renata y yo pensamos casarnos. Ella ha considerado que sería conveniente hacerle conocer esta decisión.

—¿No me tratas de vos? ¿Hemos perdido la confianza?

Ilustración de Stefano Vitale.

—No lo creo, pero estoy incómodo pidiendo la mano de tu hija.

—¡Ocurrencias! En el campo las personas se juntan y listo. Así sucedió con la madre de Renata. Vos y ella tienen edad para casarse. Ninguno de los dos tiene impedimentos. Te daré un consejo, las mujeres son las que deciden, en especial si tienen suficientes años. Les doy mi consentimiento y que Dios los bendiga.

—Gracias Darío, me has aflojado los nervios —sintetizó Rolando.

—Eso sí, quiero que sepás de mi escasez de dinero. A lo sumo puedo festejar el matrimonio con una cena que le pediré a Eli. En síntesis, no seremos más de cinco.

—Tu preocupación es absurda. La fiesta la decidirá Renata. Ella sabe, como todo el mundo en esta ciudad, que ganamos la lotería. Si quiere una fiesta grande la tendrá.

Esa misma noche Rolando comunicó a Renata el visto bueno dado por su padre, aclarando lo que había conversado sin guardar para él lo manifestado por Darío sobre lo que sucedía en el desierto que vivían.

—Mi padre no pensó en lo que deseaba mamá, a ella le hubiera gustado casarse por iglesia, de blanco, con un vestido bello y por supuesto con una fiesta excelente. En mi caso haré justicia con mamá. Lo que quería se lo cumpliré.

No tuvieron tiempo.

El intendente saliente les dio una noticia difícil de creer.

—Quien me reemplazará en la intendencia tiene una idea que mantiene en secreto, salvo por algunos colaboradores.

—¿No pensarás presentarte nuevamente para el puesto? —preguntó Rolando.

—Tengo un candidato mejor, sos vos Rolando.

—Me estás cargando, yo no soy de la política.

—Verás, con algo de mi ayuda serás el futuro intendente.

—¿Cuál es tu interés?

—Uno solo. Si ese tipo sale intendente hará una consulta popular para que esta ciudad pertenezca a una provincia vecina.

—Insisto: ¡Bromeás!

—Este hombre tiene a favor al presidente de la Nación, que lo apoyará en lo que pueda.

—Si esto es cierto ¿por qué nuestro gobernador no hace nada?

—No le queda alternativa porque ordenarán una intervención nacional.

—Supongamos que decís la verdad ¿cómo ganaré la Intendencia?

—En primer lugar, debés convencer a la gente humilde, personas que nada tienen. Si gastás parte de tu premio les podrás regalar camas, colchones, techos. También debés darle de comer en un merendero mayor al que tenía Eli. Dejame hacer una consulta a la intuición femenina. ¿Qué pensás sobre el tema mi querida Eli?

—Creo que el intendente dice la verdad. Ha cambiado en los últimos tiempos. Si deciden dejarme sin mi ciudad yo lucharía.

—De acuerdo. Te nombro mi asesora.

Ganaron. Y llegó el momento en que Renata y Rolando se dedicaron al casamiento.

Quien dirigió la fiesta fue Eli.

El pueblo rodeaba la casa y las mujeres que habían trabajado para Eli en el merendero distribuían la comida.

En la casa solo estaban Eli y su esposo, Darío, el intendente con su mujer, Rolando y Renata y el párroco que los había casado.

A medianoche, sin cambiar su vestido blanco, Renata comenzó a tirar la taba. Quien se prendió fue el párroco que mantenía su sotana.

Los demás miraban.

Darío dijo:

—Los dos tiran vuelta y media.

Ángel aclaró:

—Lo hacen bien.

-FIN-

Ilustración de Stefano Vitale.