DERECHOS AL MERCADO
Uno de los recursos más vitales comenzó a cotizar en Bolsa. Pensar el tema en “valores financieros a futuro” abarca otros problemas: ¿las próximas guerras serán por el agua?
Agustina Bordigoni
La palabra rivalidad proviene del latín rivālis, cuyo significado es “el que está al otro lado del río”. Esta definición tiene su origen en lo sucedido en el período neolítico, durante el cual los humanos pasaron de nómades a sedentarios, o de cazadores-recolectores a productores agrícola-ganaderos.
Fue por entonces, entre los años 10.000 y 6.000 a.C., cuando los seres humanos comenzaron a competir por el recurso del agua, necesario para la nueva forma de vida y producción que cambió por completo a la civilización. Los principales puntos de esa rivalidad eran los territorios ribereños con aguas compartidas.
El derecho del uso del agua era disputado pero no valorado en términos económicos sino más bien de supervivencia. El derecho sobre el uso del agua existía, entonces, mucho antes de su cotización en la Bolsa de valores.
A fines del año pasado, y ya no como fuente para la supervivencia sino como recurso financiero, el agua empezó a cotizar en la Bolsa de Wall Street. A partir de ese momento, en California, el derecho para usar el agua en el largo plazo tendrá un valor determinado.
La medida generó polémica por un lado y respaldo por el otro. Quienes critican la decisión dicen que no hará más que incrementar el precio de un recurso que es escaso. Los que apoyan la iniciativa argumentan que contribuirá a un uso más responsable de ese mismo recurso, lo que por ende será positivo respecto al tema de la escasez.
Ahora bien, las diferencias no son las posturas si no cómo se considere al agua: ¿es el agua un recurso, un derecho o un activo financiero?
Aunque pueda tener parte de todas ellas, en algunos casos la coexistencia no es pacífica. Cuando el derecho se topa con el mercado todo parece ser una gran contradicción.
El agua, un derecho
En 2010, a través de la Resolución 64/292, Naciones Unidas reconoce al agua como un derecho humano “esencial para el pleno disfrute de la vida y de todos los derechos “. En la resolución también exhorta a los Estados a cooperar para garantizar el acceso al agua potable y el saneamiento de toda la población.
Sin embargo, y desde entonces, las cosas no cambiaron. El agua sigue siendo un derecho escaso para más de 2.600 millones de personas en el mundo: el acceso es nulo o muy bajo en la mayoría de estos casos.
La Organización Mundial de la Salud estima que una persona necesita en promedio entre 50 y 100 litros de agua al día para satisfacer las necesidades humanas más básicas, lo cual incluye no solo la que se utiliza para tomar, bañarse o cocinar, sino también para producir los alimentos que se consumen. Pero la realidad es que muchas personas no acceden a esta cantidad de litros mínimos, algo que también ha generado en los últimos años movimientos poblacionales reconocidos como “migraciones climáticas”.
El reparto desigual tiene que ver también con la escasez del recurso: menos del 3% del agua disponible en la Tierra es dulce. Si a eso le sumamos la contaminación, las falencias en los sistemas de potabilización y la desigual distribución, la situación se vuelve mucho más compleja. En Medio Oriente, parte de África y Asia, el problema es aún más acuciante: el mundo árabe, que representa el 5% de la población mundial, solo tiene acceso al 1% del agua dulce disponible.
Según la ONU, para 2050, la población en zonas de riesgo de sufrir escasez de agua podría alcanzar los 5.700 millones. Es claro que el verdadero acceso tiene que ver con la cantidad y con la “calidad” de ese derecho.
El agua, un recurso
La escasez de agua no solamente genera conflictos. Podría incluso implicar cambios en los papeles que cada país cumple en el sistema de producción: aquellos con menor cantidad de este recurso terminarán importando alimentos y utilizarán el agua disponible para consumo de emergencia y otros países, con el recurso excedente, exportarán alimentos.
Esto significa lisa y llanamente que habrá países que se convertirán en “exportadores de agua” a través de su producción.
Se calcula que el 80% del agua disponible en el mundo se utiliza para la agricultura y la industria. Por poner un ejemplo más palpable: la producción de una hamburguesa podría requerir hasta 2.400 litros de agua como parte de la producción, traslado y posterior venta.
Entonces el agua, como recurso económico por su utilización para producción y riego, también es un recurso de supervivencia. Sin agua, no solo para consumir directamente, sino también para producir alimentos, se afecta el acceso a la alimentación de miles de personas en el mundo. Es ahí donde derecho y recurso se chocan y, en cierta medida, complementan.
Pero también entran en conflicto cuando surgen datos como el siguiente: el 65% de los residuos industriales se vierten al agua contaminándola, haciendo más difícil o imposible su tratamiento, por lo que miles de personas ven afectado su derecho de acceder al agua potable.
Aunque, claro, resulta paradójico cómo ese uso puede garantizar otros derechos como el trabajo y la alimentación para muchas otras tantas.
Ahora bien, ¿es la cotización una solución para generar un uso responsable o un cambio en la matriz de producción que no afecte este recurso?
El agua, un activo financiero
Cuando un recurso o producto comienza a cotizar en el mercado de valores (advierten quienes están en contra de esta situación) eso puede dar lugar a la especulación: yo poseo un recurso que es escaso, alguien lo quiere y a medida que aumenta la demanda el precio es mayor.
¿Qué significa que el agua cotice en Bolsa? Por ahora significa que el agua de California tendrá un valor determinado a futuro. Es decir, un productor podrá pagar por el derecho del uso del agua en un futuro a un precio establecido hoy.
Según quienes defienden la medida, esto en lugar de fomentar la especulación permitirá a los productores garantizarse un precio a futuro de un recurso que es escaso.
Sin embargo, y como se trata de un derecho, es un dilema de difícil solución. No se puede poner el precio a algo que toda persona adquirió como garantía fundamental, pero tampoco es el único uso que se le da a ese derecho. De hecho, ese derecho garantiza otros.
Así las cosas, lo que resta es plantearse qué pasará con este recurso escaso si se vuelve más escaso aún. Al parecer los conflictos están a la vuelta de la esquina pero pueden solucionarse en la Bolsa: es decir, con el dinero suficiente.
¿Las próximas guerras serán por el agua?
Mientras las antiguas guerras fueron por Imperios, territorios, petróleo y otros recursos fundamentales, hay quienes se atreven a vaticinar que las próximas conflagraciones serán por la utilización del agua.
Por otro lado se plantea la idea de que si hasta ahora los recursos hídricos no han generado un conflicto armado, no debería por qué pasar en un futuro.
Lo cierto es que el agua ya generó conflictos entre Bolivia y Chile por el manantial del Silala; entre Israel y Palestina por los acuíferos de Gaza y Cisjordania; entre Zambia, el Congo, Angola, Namibia y Zimbabue por la cuenca del río Zambeze (que estuvo a punto de generar una guerra en el año 2000); entre India y Pakistán por el río Indo; entre Irak y Turquía por los ríos Tigris y Éufrates; o entre Egipto y Etiopía por la utilización del río Nilo.
Es claro que fuentes de conflicto puede haber muchas: 148 países se encuentran entre 276 cuencas internacionales. Muchos de los diferendos se resolvieron con acuerdos, y otros tantos acuerdos posteriores a guerras o conflictos –que iniciaron por otros motivos– se vieron truncados por falta de una postura común sobre la utilización del recurso hídrico.
Concluyamos que si hasta ahora el agua no genera guerras su cotización en Bolsa difícilmente las prevenga: si contamos con esa suerte, en el futuro próximo las guerras no serán por el agua. Pero los conflictos por el agua impedirán la paz.