Expresiones de la Aldea, Notas Centrales

El contacto es Trecho

Gabriela Pereyra


-Andá a verla a la chinita, que ahí anda toda moquienta. No sé si estará indispuesta también pero yo a la farmacia no voy con ese coronabicho suelto, somos veinte gatos locos en todo el pueblo pero dicen que hay que quedarse en las casas. No sé, vela vos que sabés más. -Mientras caminaba hacia su pequeña huerta, el padre protestaba entre dientes porque no le gustaba nada que tuviera que ver con “cosas de mujeres”.
 
La madre entró al cuarto de Lina y la encontró quejosa, afiebrada, con dolor de cuerpo. No se asustó que fuera el bicho ese porque ninguno había salido más allá de los límites de la casa hacía ya tiempo. De hecho su hija no estaba dando las clases ni presenciales ni por computadora a los niños del pueblo de al lado, aún arreglaban internet y los baños.
Hace un mes hicieron la compra grande para aguantar lo que viniera. El doctor del pueblo estaba imposibilitado de atender porque se había hecho “el comedor”, con tan mala suerte que los implantes no lo dejaban dormir del dolor. Enojados, sus pacientes decían: eso le pasa por querer hacerse la sonrisa de José Vélez, se creyó el chiste de que era parecido. “¡Negro agrandau que ahora nos dejó sin atención, justo ahora!”
A pesar de conocer esa circunstancia tomó coraje y lo llamó. Del otro lado el doctor sonaba sorprendido porque  sabía que esa era la cuarta consulta que recibía con síntomas parecidos, pero sin vínculos entre sí.
Se pusieron de acuerdo con la madre en darle algunos paliativos naturales y presentes en toda casa del pueblo.

Como los chismes corren rápido comenzó el cruce de llamadas. Resultaba que el que tenía síntomas parecidos era el marido de Adela, pero ella, nada de nada. También la peluquera que en esos días había tenido un solo cliente, decía, pero no daba el nombre. En el pueblo el cura y la peluquera funcionan como confesionario y psicólogo, quiérase o no.  

Pasaron las horas de un día que se hizo largo y para entonces ya eran 14 las personas que presentaban algún malestar, todos sin explicación. La enfermera de la salita, desacatando el mandato de que sólo el doctor podía comunicarse con la ciudad, llamó a los que estaban a cargo de esta crisis sanitaria, pero desde ya descartaba que fuera algo relacionado al coronavirus.
Ella respondía por la palabra que le habían dado sus vecinos de todos los días, esto se trataba de otra cosa. Desde la ciudad tomaron datos y contactos, y le pidieron que se despreocupara, que ellos se encargaban.

Así fueron sonando los teléfonos preguntando: ¿el contacto estrecho?, algunos se ponían nerviosos y negaban, jurando por los difuntos padres que no, que nada que ver.
Hasta que uno de los que hacían seguimiento perdió el tacto, la paciencia o lo que fuera y le dijo, justo, justo a la peluquera: señora, puede morir gente si no sabemos qué pasó. Ella entró en pánico y empezó a decir: está bien, es Trecho, es Trecho, pero que Adela no lo sepa. Casi todos lo saben menos ella, él ya le iba a decir que están enamorados con la Lina, pero siempre salía con que los chicos, que los años, que dividir la casa y bueno, la Lina espera. Pero sí, es Trecho, es él que se fue a una fiesta en el otro pueblo y volvió resfriado y nosotros siempre de cómplices para no llevarle un disgusto a don Pedro y doña Norma que ven por los ojos de su hija. Y el Trecho nos fue engatusando, siempre en la trampa, que me cubra uno, que me cubra otro y bueno acá mucho no pasa, ¿vio?, medio que todos fuimos viviendo la adrenalina, pero hicimos mal, me doy cuenta.
Ahora me doy cuenta. ¿Y sabe qué?, ¡no es natural su color de pelo!, hasta eso, se tapa las canas a escondidas, pero ya no lo tapo más, mire en la que nos metió.
Hasta se hace el canchero con el apodo, pero yo me acuerdo muy bien que no era Trecho, era Maltrecho, porque tenía las patas chuecas hasta que hizo un tratamiento, y ahí se agrandó y se puso Trecho. Mire en la que nos metió el maltrecho este, si acá no había entrado el bicho, porque es el bicho ¿no?

El pueblo pasó a cuarentena estricta, no hubo muertes que lamentar pero todo se resintió un poco. Adela se fue ni bien pudo. Trecho desapareció, una noche, tramposamente a escondidas.