La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Somos lo que nos contamos

Óscar Vilarroya, médico y neurocientífico español, explica cómo los relatos construyen cada entorno y explica qué es el “sesgo de confirmación”

 Por Matías Gómez

“Sobre las evidencias de nuestra facultad narrativa, podemos diferenciar entre dos. Las pruebas de los orígenes evolutivos, por un lado, y en cuanto a esto tenemos ciertas señales por las pinturas paleolíticas, de los últimos miles de años, que indican que el Homo sapiens ya empezaba a estructurar las representaciones de su entorno de una manera narrativa. También, por datos antropológicos y arqueológicos en cómo construía sus herramientas el Homo erectus hace 800.000 años. Parece que para conseguir eso era necesario tener algún tipo de estructura mental, cercana a la estructura causal que utilizamos para nuestros relatos”, señala Vilarroya, investigador español y profesor de Neurociencia en la Universidad Autónoma de Barcelona.

“Por otro lado, acerca del desarrollo cognitivo que sería el otro origen, podemos decir que desde el nacimiento una persona comienza a tener esa estructura mental, y tenemos pruebas de psicología del desarrollo que nos muestran que los bebés de seis meses ya pueden entender estructuras narrativas.

Es necesario aclarar que este proceso prelingüístico es una herramienta que no se puede cambiar ya que lo tenemos por defecto, pero podemos cambiar cómo se aplica y en qué sesgos podemos luchar para que los relatos no sean simples o demasiado convenientes en algún caso”, asegura el neurocientífico que en 2019 publicó el libro “Somos lo que nos contamos” con amplia repercusión dentro y fuera del ámbito académico.

Asimismo, aunque la actividad de Vilarroya se inscribe en el campo de la neurociencia cognitiva, tanto teórica como experimental, ha participado en proyectos con artes escénicas.

-¿Qué papel juega el arte para modificar o reafirmar esas narraciones cerebrales?

-El arte desarrolla el relato en amplitud y, de hecho, podríamos decir que los primeros científicos, por ejemplo el Homo sapiens de cuarenta o sesenta mil años, eran artistas porque convertían creativamente algo en belleza para sus contemporáneos. Luego se convirtieron en científicos cuando eso se reguló y se establecieron una serie de principios. Pero al comienzo la ciencia aparece como una forma artística. Y esto lo hemos heredado, es como un vestigio que tiene un gran poder y beneficio. El arte es de las actividades narrativas más antiguas de los seres humanos.

-El psicólogo y científico Steven Pinker asegura que las fake news tienen más repercusión entre audiencias que tienden a confirmar ciertos sesgos o prejuicios cognitivos previos, ¿coincide con esa reflexión?

– Sí, coincido pero esto nos pasa a todos. Es decir, mediante el sesgo de confirmación los humanos tendemos a ser más atentos a aquellas pruebas que confirman nuestras creencias. Además, las fake news, aparte de sus características especiales como singularidad o espectacularidad, desarrollan específicamente estos sesgos.

-¿Este impulso narrativo también influye en las ciencias exactas?

-El impulso narrativo sí influye, pero cuanto menos necesita una ciencia de una explicación narrativa y delega más métodos indirectos cognitivos que representan la realidad por sí mismos influye menos. Por ejemplo, cuando Einstein concibió la teoría de la relatividad, hizo una representación narrativa del universo pero luego la convirtió en una fórmula matemática que predecía ciertos fenómenos. Una vez convertida en matemática y separada de la explicación narrativa su influencia es cada vez menor. Otra cosa es lo que haga la sociedad con las ciencias exactas, como crear bombas atómicas u otros desarrollos.

Vilarroya es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), y doctor en Ciencia Cognitiva por la misma universidad. Actualmente, se desempeña como director de investigación en el departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la UAB, y coordina el grupo de investigación “Neuroimagen en trastornos mentales” en el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas. Además de diferentes artículos científicos, ha publicado los libros “Palabra de robot” y “La disolución de la mente”.

-Siempre, nunca, todos, nadie, ¿esas palabras y generalizaciones suelen llevarnos a bucles?

-Las generalizaciones no son las mejores amigas en un pensamiento racional y articulado. Más que a bucles nos llevan a creencias insensibles u opiniones de otros. Es verdad que si podemos evitarlas nuestro pensamiento será más flexible y abierto.

-¿Considera que la inteligencia artificial en el mediano plazo podrá mejorar nuestro modo de interpretar la realidad?

-Creo que a la inteligencia artificial la utilizaremos según nuestros intereses y el momento cultural, con los sesgos propios de cada momento. Será un instrumento más de los que tenemos para interpretar la realidad pero ayudar no. Solo nos ayuda reflexionar, el espíritu crítico, el diálogo, la mente abierta. Estos son instrumentos cognitivos, no muy caros, que tenemos desde la antigüedad y que son remedios para los bucles, burbujas narrativas o las cámaras de eco.

-¿Cree que hay cierta polarización en las redes sociales ante determinados temas? ¿Cuánto influyen los algoritmos?

Es cierto que internet y las redes sociales polarizan más. Los humanos somos seres corporales y hemos evolucionado para estar juntos, para mirarnos, para tocar. El lenguaje corporal permite una mejor comunicación pero también la constriñe.

Siempre tratamos de estar de acuerdo con quien tenemos delante y eso canaliza un poco las diferencias. En cambio, en las redes sociales no tenemos ese contacto y nuestras ideas pueden campar con libertad. El otro pasa a ser un nombre, un epígrafe en internet y podemos estar en desacuerdo e insultarlo.

Por otro lado, los algoritmos influyen muchísimo porque amplifican nuestros sesgos. Por ejemplo, si en un determinado ambiente se utilizan algunos algoritmos para reunir a cierta gente, ese grupo se hará más polarizado. Aceptará sólo a la gente que quiere participar en ese ámbito. Por lo tanto, los algoritmos, en algunos casos, no hacen más que empeorar la polarización.

-¿Podría explicar brevemente lo que plantea en el capítulo titulado “El narrador racional, o casi”?

-Los humanos en lugar de basarnos en razones nos basamos sobre todo en motivos que nos indican que algo que queremos es verdad. Las pruebas vienen después.

El raciocinio y la lógica la utilizamos una vez que estamos convencidos de algo para sustentar esa idea. Por lo tanto, podemos decir que somos seres racionales para sustentar nuestras creencias narrativas.

Las utilizamos como un instrumento más. Nos basamos en nuestros propios motivos, creemos en nuestros propios sesgos y luego con la lógica creamos una estructura que se sostenga de manera adecuada.

-En el último capítulo de “Somos lo que contamos” propone convivir con el relato, ¿por dónde comenzar?

-El relato da sentido, es nuestra naturaleza, somos así, y no tenemos que evitarlo o tenerle miedo sino que tenemos que disfrutarlo y saber convivir con él. Los buenos amigos que conocíamos desde los griegos son el espíritu crítico, ser abierto de miradas, estar dispuestos a cambiar de opinión. Porque para empezar un diálogo tenemos que estar dispuestos a que el otro pueda tener la razón. Ser flexibles y valorar las pruebas del otro. Disfrutar de la interacción.