La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

LA “OLA COREANA”

El juego del calamar se convirtió, a pocos días de su estreno, en la serie más vista de Netflix. El boom de las producciones surcoreanas no es casualidad, sino una decisión política

Agustina Bordigoni

Historias macabras, crímenes explícitos, y mucha –pero mucha– violencia. Detrás, la diferencia entre ricos y pobres, afortunados y desafortunados, víctimas y victimarios. O todas víctimas. Las miserias humanas expuestas de una manera cruel, despiadada.

La serie surcoreana El juego del calamar” tiene todos estos componentes, pero a decir verdad no es la única: no es la violencia o el morbo lo que llama la atención de miles de personas en el mundo (aunque eso sí suceda con muchas otras series y películas). El porqué de su éxito (fue la más vista del año 2021) tiene origen en una política de Estado y de exportación de producciones televisivas y cinematográficas. No es casualidad que se encuentren –cada vez más y con más público– series o películas de Corea del Sur que se convierten en un éxito taquillero.

Una política de Estado

Dicen que cuando el presidente surcoreano Kim Young-sam supo que las ganancias de la película Jurassic Park eran equivalentes a la venta de un millón y medio de autos Hyundai decidió promover la industria cinematográfica en el país. 

Cierta o no esta versión, su gobierno comenzó una política de aliento y subsidio a las producciones cinematográficas con el objetivo de exportarlas: en 1993 empezó a regir la cuota de exhibición que obligaba a los cines a proyectar películas coreanas una cantidad determinada de días al año. Luego vendría la Ley Marco sobre la Promoción de las Industrias Culturales (1999) que destinaba una parte del presupuesto gubernamental (alrededor de un 1% del PBI del país) para ello. 

El primero en ser cautivado por las producciones privadas hechas con ayuda del gobierno (que garantizaba el espacio en las salas) fue el público surcoreano. Las películas reflejaban la realidad del país, pero también se ocupaban de una gran cantidad de temas y variedad de géneros. 

Luego, las pantallas de todo el mundo comenzaron a consumir estos bienes culturales: no solamente las series sino también la música, como el K-pop.

Así, mediante una combinación de una inversión privada que cultivó buenos guionistas, actores y directores, y la garantía de apoyo del Estado, la cultura de Corea del Sur comenzó a exportarse y a convertirse en lo que muchos llamarían un caso de “diplomacia cultural” o “poder blando”. 

El poder blando es “la habilidad de obtener lo que quieres a través de la atracción antes que a través de la coerción o de las recompensas. Surge del atractivo de la cultura de un país, de sus ideales políticos y de sus políticas”, dice Joseph Nye (Soft Power, Public Affairs, New Hampshire, 2004)

Lo cierto es que además de las series llegaron a Occidente las comidas y todo lo relacionado con la cultura coreana.  

Un “poder blando” que se ejerce, de alguna manera, quitando el monopolio a otros como el de Hollywood, que lo vienen ejerciendo desde más temprano.

“Hallyuwood”

La palabra “Hallyuwood” viene de “Hallyu’i, que significa “ola coreana”.  Así, el cine de Seúl logró situarse casi a la altura de Hollywood y Bollywood, o al menos esa es la pretensión.

De hecho la película “Parásitos” (2019) fue la primera producción realizada en un idioma diferente al inglés en ganar un Oscar como mejor película. También ganó el Globo de Oro y, al recibir el premio su director, Bong Joon-ho, pronunció un discurso en coreano. Todo un símbolo ante un mundo del cine y un público angloparlante.

La película “Parásitos” tiene similitudes con la serie “El juego del calamar”: en ambas se pueden ver las diferencias de clase, las miserias y los engaños. Y ambas provienen también de un país que desde hace poco logró recuperarse de la ocupación japonesa y de una guerra con su vecino del Norte, entre 1950 y 1953. 

La Ola coreana impulsada por la exportaciones de su cultura.

El auge o la “ola” de producciones coreanas tiene su correlato con la recuperación del país: hoy está entre las veinte economías más industrializadas del mundo, pero no ajena a las desigualdades.

Lo que muestra “El juego del calamar”

“El juego del calamar” trata acerca de la vida de 456 personas repletas de deudas y problemas económicos, y que acuden de manera desesperada a una serie de juegos típicos de la infancia, en los que la vida es el precio a pagar por perder. 

Dado el éxito de la serie no faltaron quienes comenzaron a analizar lo que hay más allá: las desigualdades, la situación de los desertores de Corea del Norte (ya que una de las protagonistas intenta ganar el dinero del juego para traer al resto de su familia a Corea del Sur), la cuestión de la igualdad de género y las condiciones de vida en general en Corea del Sur.

Respecto al primer punto, el de la desigualdad, y si bien el país no tiene altos índices de pobreza, uno de los ejemplos más concretos se encuentra en el acceso a las viviendas (sobre todo, para los jóvenes). Tanto en El juego del calamar como en Parásitos, los protagonistas viven en viviendas muy precarias. En algunos casos se muestran las conocidas como “banjihas”, un espacio diminuto que en realidad fue pensado como un sótano o búnker para resguardarse de un posible ataque de Corea del Norte. Fue parte de un nuevo código de edificación que el país implementó en 1970. En principio se trataba de refugios, pero con el tiempo se fueron transformando en viviendas propiamente dichas. Con respecto a la desigualdad como tal, Corea del Sur no está entre los peores casos, incluso se encuentra muy por debajo de países como EE. UU.

Sin embargo, el acceso a un alquiler es sumamente difícil: quienes alquilan deben pagar un depósito que equivale por lo menos al 50% del valor de la propiedad. 

Los norcoreanos que escapan de su país natal (considerados por el gobierno del Norte como “desertores”) tampoco reciben un trato respetuoso en Corea del Sur. En la serie el personaje Sae-byeok es quien vive esa travesía: ella viajó de Corea del Norte a Corea del Sur como desertora, e incluso intenta ocultar su origen dentro de la competencia para evitar ser aún más maltratada por sus compañeros. 

La cuestión de la igualdad de género también es tratada en la serie, ya que las mujeres son consideras débiles y menos capaces de triunfar en el juego que los hombres. Corea del Sur, según el Foro Económico Mundial, ocupa el puesto 102 de los países en cuanto a brecha de género se refiere.

Sin embargo, y a pesar de las particularidades, la serie también habla de cuestiones universales: no puede negarse que tanto la desigualdad como la brecha de género o la discriminación hacia migrantes son cuestiones que tocan a todo el mundo. 

 El “boom”

El juego del calamar tendrá su segunda temporada este año. Y no es para menos: proliferaron los negocios dedicados a la venta de todo lo relacionado con la serie en algunos países como China. Incluso, la venta de una de las zapatillas Vans, que usan los personajes, aumentó 7800% gracias a la tira.

En Argentina, las máscaras y trajes de la serie hicieron furor para la celebración de Halloween. 

Pero, así como algunos salieron beneficiados, otros no tanto: Netflix se vio obligado a editar el teléfono que aparecía en las tarjetas de la serie y a la que los protagonistas debían llamar para anotarse en el juego. Resultó que el número tenía dueña y su teléfono no paraba de sonar: tanto, que le impedía llevar una vida normal, según sus palabras. El caso sentó precedentes: de ahora en más los teléfonos serán inexistentes o no se mostrarán por completo.

Tal es el fanatismo que causó la serie que, además de ser la más vista en la historia de la plataforma, parece ser un fenómeno cada vez más gigante.Tal vez, y con una nueva temporada, hasta se convierta en una bestia que supere al legendario Tiranosaurio Rex de Jurassic Park. 

El juego del calamar: cómo Corea hizo de la cultura su exportación más popular