Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo

San Luis en el Mundial de Escritura

Cuatro integrantes de diferentes equipos que representaron a la provincia comparten tácticas, desafíos y experiencias

Por Matías Gómez

Según el sitio oficial, más de 50.000 personas de 50 países del mundo ya fueron parte de la experiencia. El Mundial de Escritura surgió en el año 2013 como un juego interno en los talleres de Santiago Llach. En 2020, se abrió la competencia al público general y, en solo tres días, se inscribieron más de 3.000 personas. En sus primeras seis ediciones, participaron importantes escritores, editores y referentes internacionales de la literatura proponiendo consignas, coordinando charlas y talleres y evaluando los textos de los participantes.

Banda luminosa

Marcos Freites integró la banda de dream-pop “Devoradores de caníbales”. Publicó los fanzines “El granero solitario” (2000) “Vaqueros cósmicos” (2002) y “Cóctel de pasión (2008). Además, es autor de los poemarios “La mano inquieta”, “Belanova”, “Peces fumadores”, “Pura pose”, y “Todos los bellos disturbios”. Además, organiza hace diez años, los Abiertos de Poesía en la ciudad capital y fundó “Perniciosa Ediciones” junto a Marlene Font, Matías Caruso y Matías Lucero.

“Al principio no me pareció tan atractiva la idea de un mundial de escritura. En lo artístico la competencia siempre produce perdedores. Tampoco me seducían demasiado las consignas, escribir de esa manera es atarse una soga al cuello. Creo que lo primero que me convenció era la idea de grupo, de banda imaginaria, como cuando uno era adolescente y armaba una pandilla literaria, y por un momento todo se detenía, la vida lenta y convencional dejaba de importar, y uno se movía en lo impensado”, recuerda el autor nacido en Nogolí.

“Armamos un equipo luminoso, capaz de dar pelea en todos los frentes, un equipo que producía más textos de combate que de entretenimiento. Un equipo que tenía en claro que las cosas nunca salen como uno lo piensa, y que al contrario de lo que cree la mayoría, el coraje es más importante que la suerte”, reflexiona.

“Pienso que esos días de escritura desbordaron la vida cotidiana, construyendo un espacio alternativo alejado de esta existencia domesticada donde la experiencia agoniza y nadie tiene nada para contar. Uno de los momentos más memorables, fue cerca del final, cuando nos dimos cuenta que algunos escriben para vencer y otros escribimos para no ser derrotados. Sabíamos que las posibilidades eran mínimas, pero estábamos tan bien amalgamados que fuimos capaces de hacer esfuerzos impensados, como por ejemplo atravesar la noche en busca de la palabra justa, del adjetivo preciso, convencidos, tal vez, de que nuestras vidas le pertenecían a la literatura”, señaló Freites.

“Las consignas al principio eran una suerte de barricada, una especie de parapeto con púas, pero a medida que transcurrían los días, y las posibilidades de naufragio eran mayores, descubrimos tácticas de emboscada, es decir atacar y sobrevivir. Me refiero a la posibilidad de usar la consigna como plataforma para encontrarse con el Everest personal, usar lo impuesto para descubrir nuevas posibilidades, ya se sabe que ninguna obra inspirada se desarrolla sin encontrar un muro por agujerear. Lo importante cuando uno escribe es que este esa sensación de que algo está por pasar, tal vez no pasa nada, ya sabemos que la literatura es la promesa de algo que jamás se va a cumplir, pero lo divertido y excitante es no reproducir lo dado sino proponer una manera singular de recorrerlo”, sostuvo.

“A veces creo que el verdadero premio, si es que es posible en la literatura subterránea, fue recuperar el asombro que teníamos cuando éramos niños, volver a estar en situación de poesía, y vivir en un tiempo distinto al de la normalidad, un tiempo que no pasa, duradero, capaz de atrapar todo lo que aspira a la fugacidad, como si al fin pudiéramos hablar con palabras que están por ser, que son sopladas por el futuro, el único lugar por el que tenemos nostalgia”, analizó.

Alquimias

“Vivo en Suiza desde el mes anterior a que comenzara la pandemia. Ese año estuve sin trabajo y con actividades sociales casi nulas, pero encontré una excusa perfecta para cubrir, de alguna manera, muchos de los sentimientos que trajo el aislamiento: incertidumbre, aburrimiento, soledad. Esa excusa fue el mundial. La realidad es que había escuchado sobre la propuesta antes, pero hasta donde yo sabía era solamente para lxs alumnxs del taller de Santiago Llach; entonces cuando vi que podía participar desde mi casa, a decenas de miles de kilómetros, me anoté sin dudarlo y lancé la invitación a mis historias de Instagram porque sabía que alguien iba a picar”, comparte María Emilia “Memé”, Gutiérrez.

“Al principio, no imaginábamos bien cómo iba a funcionar. Y lo más tremendo: el compromiso de cumplir con los tres mil caracteres o más luego de comenzar, a medida que íbamos recibiendo las consignas, la incertidumbre y la ansiedad se convirtieron en expectativas: por las consignas (¿qué escribir?), por leer los textos del resto, por ayudar a quienes no sabían por dónde arrancar. En esa primera ronda nuestra compañera Daniela Silvera quedó finalista y pudimos acceder a charlas íntimas con escritores y escritoras que yo personalmente admiro: Alejandro Zambra, Josefina Licitra, por ejemplo, Margarita García Robayo. Una gran experiencia”, detalla.

“Después de ese mundial participamos en tres o cuatro más y en cada uno confirmo la belleza y el misterio, esa alquimia que se forma alrededor de la escritura: me parece hermoso, una experiencia insuperable que tantas personas escriban al mismo tiempo, que nos reunamos frente al monitor a pensar historias que en algún momento serán algo más grande, o no, no importa, porque ese juego de escuchar un tema sobre el que escribir o una consigna, esa adrenalina y la expectativa, para quienes escribimos es una de las experiencias más lindas y desafiantes que podemos encontrar, aún en tiempos difíciles como la pandemia”, asegura “Memé”.

Conexiones en pleno aislamiento

“He visto varias convocatorias literarias, y hasta me he presentado a algunas, pero todas son individuales, uno deja sus textos y cruza los dedos por varios meses, anota en el calendario la fecha de anuncio de los resultados y sigue a otra cosa hasta ese momento. Esto era algo diferente, la sola presentación tenía una impronta muy lúdica, invitaba al juego, a participar con otros. No entendía muy bien cómo eran las reglas, pero se veía divertido”, recuerda la psicóloga y docente, Daniela Silvera.

“En esa etapa había un elemento desalentador: los 3.000 caracteres. Los 3.000 caracteres son una especie de Señor Oscuro del reglamento, todo el mundo le tiene miedo antes de entrar al Mundial. Nosotras mismas también temíamos, y no sabíamos cómo íbamos a hacer para escribir todos esos caracteres por 14 días seguidos. Claro que una vez que escuchás la consigna del día y empezás a escribir te vas dando cuenta que podés escribirlas, a veces se pasan rápido si una está inspirada y otras veces tenés que pelearle cada letra al teclado, pero se va haciendo”, expresa.

“Es muy divertida la vivencia que se crea cuando todo se pone en marcha, nos íbamos compartiendo lo que escribíamos, nos reíamos cuando no entendíamos una consigna y tratábamos de darle sentido entre todas, nos ayudábamos a corregir, etc. Se crea una camaradería muy linda, algunas escribían a la mañana, otras a la noche, nos angustiábamos cuando parecía que no llegábamos o cuando no se nos ocurría nada, el equipo siempre está para apoyar y para celebrar, que es el objetivo real del mundial: crear un hábito de escritura, conectar gente que disfruta escribiendo, compartir lo que uno hace con otros”, dice la integrante del taller literario “Silenciosos Incurables”.

“Al final de ese segundo mundial (que para nosotras fue el primero), votamos entre todos los textos escritos para que uno nos represente como equipo. Yo tuve la suerte de que mi texto salió más votado, y lo mandamos a competir con los textos de los demás grupos. Me siento muy orgullosa de poder decir que ese texto quedó entre los diez finalistas, en el puesto siete, y que nuestro grupo quedó en cuarto lugar”, indica.

“La experiencia fue una de las mejores cosas que tuvo el 2020, no sólo porque logró distendernos de todo lo que estaba pasando sino también porque nos dio un espacio de encuentro en momentos de aislamiento. Después de eso nos presentamos a cada una de las ediciones, algunas veces sumando más gente y otras menos, pero siempre tratando de participar. Salen textos muy buenos tras dos semanas intensivas de escrituras, textos muy malos también, lo divertido es leerlos y hacer la maratón entre todos”, sostiene.

Diversión ante todo

“Participé en 5 de los 6 mundiales. En febrero de 2020 Marlene Ayala me contó que había un mundial, que se buscaba producir más prosa que lírica, y me invitó a participar. Acepté encantado. Siempre dije que soy más narrador que poeta. Entonces se desató la pandemia, y participar en el Mundial resultaba una terapia. Me despertaba a las 6 de la mañana, que era el horario en que llegaban las consignas, y escribía hasta las 10 de la mañana, hora en que se despertaban mis hijos. Me formé en un taller literario, y estaba acostumbrado a trabajar con consignas. Fue muy bueno escribir bajo presión para no perjudicar al resto del equipo. A veces olvidaba que era un juego, y trataba de que todas las historias tuvieran valor literario, y cuando eso no salía me frustraba”, repasa Juanci Laborda Claverie.

“Para la cuarta edición, a principios de 2022, fui invitado a participar en un equipo federal, con escritores de muchas provincias, en el que jugaban autores que admiraba, como Maxi Guzmán Pineda, Matías Rivarola, Nadine Alemán o Lucila Lastero. Fue hermoso. Primero, poder estar en la cocina de los textos de grandes autores; y segundo, jugar y divertirme con ellos.

La autoexigencia por la calidad de la producción, estando ante tantos autores talentosos, es inevitable. Pero creo que lo que principalmente aprendí, es que no importa el resultado final del texto, si sale algo bueno mucho mejor, lo valioso es que el camino hacia ese texto final sea divertido.

Los que hacemos arte a veces lo olvidamos, no importa que compongamos una cumbia, una marcha fúnebre, pintemos una naturaleza muerta, actuemos una tragedia griega, o escribamos una novela de terror; nada tiene valor si no disfrutamos de hacerlo. Como dijo un gran poeta del rock nacional (hoy cancelado): No hay fracaso más rotundo, que haberse venido al mundo pa’burrirse y nada más!”, afirma el autor de “Historia e histerias”, “El cirujano”, “Insert Coin”, “Cómo enamoré a Schwarzenegger, repelí una invasión alienígena, y arruiné a Danny DeVito”, “Un manojo de palabras desordenadas” y “La contabilidad de los cuervos”.