Expresiones de la Aldea, San Luis

Breve crónica de una desaparición

María Soledad Escobar O´Neill (*)

Miro sobre mi mesita de luz y allí está, un objeto chiquito blanco y con destellos celestes que pintó el mar, símbolo de una conversación que me llevó, por algunas noches de diciembre, lejos de mi cama, a caminar de a ratos por la arena, y a sentir el viento salado del atlántico. Estiro la mano y tomo el caracol, ese pequeño objeto orgánico que en mi imaginación late. Lo miro, lo huelo, lo acaricio con la lengua, y me pregunto si todavía recuerda al mar… Cierro los ojos y me transporto. Lo recuerdo deslizándose suavemente por mi cara, apenas rozándome como si respirara. Puedo sentirlo resbalando por mi cuello con movimientos mínimos, sin prisa, explorando mi piel sin tocarme, como susurrando. El caracol… Y en medio del recorrido, mientras bailamos, envuelta por el vino que tomamos y con la guardia baja, intento abrir los ojos, están pesados, los despego y te veo, recién ahí te veo, pese a los días y a las charlas, recién ahí te veo. El caracol no está, estás vos con tus ojos chinos que me miran y sonríen… Y veo calma, y veo sencillez, y veo que no tenés apuro. Entonces los vuelvo a cerrar y a confiar. Me ablando. Me dejo ir… Confiá, dijiste.

Vuelvo al mar, tranquila, a flotar, a hacer la plancha mirando el cielo, a sentir la brisa, a oír el canto de las gaviotas, a dejarme llevar por el extraño destino de las olas… Aunque siempre estén destinadas a romperse. De pronto cambia la secuencia, algo me tira para abajo y empiezo a tragar agua, me revuelco, la arena me raspa y me lastima la piel. Y no me gusta cómo me siento y no entiendo, sinceramente, no entiendo qué pasa. En medio de esa turbación pego un par de manotazos, pataleo, escupo algunas palabras, pero sigo sin comprender, todo es un remolino de suposiciones. Habituada a nadar bajo cualquier tipo de tormentas braceo hacia la costa y, junto con la espuma, llego a la orilla. Respiro una bocanada profundísima de aire, me miro el cuerpo machucado y la maraña de pelo que se enreda en mi cabeza con algas y noctilucas, y me vuelvo a preguntar qué pasó. Qué te pasó.

Con el poco aliento que me queda, me arrodillo, y con las manos formo un pozo en la playa. Me meto dentro, me hago un bollito, cierro los ojos en un vano intento por olvidarme de todo, y me abrazo fuerte. Es casi enero, no están ni el caracol ni vos. Se esfumaron junto con la inconsistencia de tus palabras. Me encapsulo, me entierro en mi ecosistema una vez más, mientras sobre la arena, sin enterarse de nada la gente me camina por encima.

“Caracol de mar por la orilla”, por Janice Cook.

(*) Este texto de la autora de La Plata, Buenos Aires fue premiado con un segundo premio, y conforma parte del libro: Antología Prosa Poética Homenaje a Raquel Weinstock. Su versión digital está disponible en: