Por José Villegas

En una cálida noche tucumana de octubre de 1816, y a la luz de los fogones donde los soldados y algunos oficiales del Ejército del Norte aprovechan para distender incertidumbres con cantos y cuentos, el general Daxon Larcoisse camina reconociendo y saludando a las tropas. Este militar de carrera francés, exsoldado de Napoleón, es amigo incondicional del Jefe del Ejército patriota apostado en la provincia norteña, general Manuel Belgrano, quien lo ha designado como “Director de la Academia de Matemáticas”. Larcoisse descubre a un joven de apenas 17 años parado en medio de un círculo de oyentes, recitando con maravillosa elocuencia, uno de sus poemas. Es Juan Crisóstomo Lafinur quien se presenta ante la requisitoria, para ser llevado inmediatamente ante el general Belgrano. Ese será el inicio de una amistad profunda, inquebrantable, que durará hasta la muerte del mayor de los amigos.

Manuel Belgrano, el filántropo patriota, tiene como amado amigo a este joven revolucionario, filósofo, poeta, músico y educador quien le habla del método Lancasteriano, y con quien coincide en que la Educación debe ser pública e inclusiva y que inculque en nuestros niños el amor a la Patria naciente, a la ciencia y la filosofía; al arte y las humanidades. Lafinur es un humanista romántico, y su destino no son las armas sino la docencia. Así, en el Colegio Unión del Sud, mediante concurso público, obtiene la Cátedra de Filosofía desde donde cumplirá sin vacilaciones con sus propios principios y los mandatos de su entrañable amigo, el General Educador.

Lafinur escribe sobre su amigo, como para que la posteridad lo recuerde. Así, el día de las exequias de Belgrano, en la Iglesia Catedral de Buenos Aires el doctor Valentín Gómez  pronuncia, a modo de despedida del prócer, la “Oda a la muerte de Belgrano”, cuyo autor es Juan Crisóstomo y cuyos últimos versos dicen:

Tu nos dejaste al fin, pero dejando
En nuestras almas la virtud hermosa;
Así oscurece el sol, porque a otros climas
Vaya el torrente de su lumbre pura;
Así la rosa cuando dulce expira, 
descarga su fragancia en quien la mira.

Viva en nosotros tu oración sagrada
Como el fuego de Vesta; orgullo sea
De las divinas letras;
Pesadumbre de los tiranos;
Ornamento digno de la Patria
Que al héroe honra mil veces
Más que mármoles, bronces y cipreses.