La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

“Sé bueno”

La película E.T. cumplió 40 años: un repaso por la bondad y la complicidad que no conoce de espacios en el universo

Por Agustina Bordigoni

-Ven

-Quédate

Todos en algún momento fuimos Elliott pidiéndole a E.T. que se quedara.

Todos fuimos E.T. deseando que Elliott pudiera llevar su vida en la Tierra hacia quién sabe dónde, otro planeta en el que su mejor amigo podría sobrevivir.

Por primera vez, en el transcurso de la película, lo imposible era realmente imposible. Porque para quienes transitamos la historia junto con ellos, volar en una bicicleta o experimentar las mismas sensaciones o pensamientos no parecía algo fuera de lo común. Tampoco el hecho de que un vínculo tan humano se creara entre dos seres no humanos. Lo imposible era que ese vínculo se rompiera para dar lugar a un crecimiento individual que los personajes principales, un niño y un alienígena, habían transitado juntos.

Un amigo y un hermano imaginario

Todos fuimos niñas y niños con la necesidad de un amigo imaginario que llenara nuestros vacíos, que nos acompañara en las ausencias con presencias capaces de hacer olvidar lo que parecía inviable. Que nos animara a besar a la chica o chico de nuestros sueños, a desobedecer, a liberar ranas, a liberarnos.

“Todos los niños de la película son combinaciones de mí mismo y de mi familia. Me preguntaba cómo colmar las necesidades de los niños solitarios al crecer. En lugar de colmar la necesidad con un familiar terrestre la colmé con una criatura imaginaria del espacio exterior”, dijo Steven Spielberg, director de la película, al cumplirse 20 años desde el estreno del film. Hoy, 40 años después, esos niños ya adultos siguen recordando a E.T. como si fuera un personaje.

Para Elliott, un pequeño que recibía burlas de sus compañeros y que tenía una relación conflictiva con su hermano mayor, E.T. fue un amigo y un hermano. Pero también significó llenar la ausencia de un padre de tres que dejó a una madre sola y sobrepasada al cuidado. Lo fue para Elliott y lo fue para Spielberg, que más de una vez confesó que esto era el reflejo de su propia historia. Claro que él no tuvo un E.T., pero se encargó de crearlo.

Papeles bien invertidos

Los protagonistas, niñas y niños que fueron salvados por E.T., eran los héroes de la historia. Los adultos -incapaces de entender algo tan sencillo- representaban el verdadero peligro, el problema. Eran los adultos matando la imaginación, la esperanza, con ese afán de explicarlo y entenderlo todo.

No cuesta creer, entonces, cómo un film para niños, sobre el que no había demasiadas expectativas financieras, resultara en el éxito que resultó: y es que incluso los adultos necesitaban un E.T. en sus vidas.

Por eso fue una suerte para E.T. que fuera un niño el que lo encontrara.

El mejor poder de todos

Cuando productores y guionistas crearon a E.T. decidieron que sería un agricultor, un campesino. Fue así como quedó atrapado en la Tierra: había salido en busca de semillas para llevar a su planeta.

También quisieron otorgarle a E.T. un poder extraordinario. Una vez más, los niños consultados les dieron una lección: el poder más votado, el que todos querían tener, era la habilidad de curar las heridas a otros. E.T. haría realidad la magia que esperaban. La magia de sanar, en todos los sentidos que ese término implica.

Henry Thomas, el niño elegido para protagonizar el film.

Sorprendidos, tal vez esperando que la respuesta fuera la capacidad de volar, escuchar a través de las paredes, ser invisibles o ver más allá de las posibilidades humanas, los adultos decidieron hacer caso a ese pedido tan especial.

“¡Auch!”, dijo Elliott al lastimarse. “¡Auch!”, le respondió E.T. mientras lo curaba con su dedo iluminado, y ante los ojos sorprendidos del niño.

“¡Auch!”, vuelven a decir al despedirse, sanando un corazón que no sangra pero que llora por dentro.

Un personaje más

E.T. une a los protagonistas de la historia. La relación de Elliott con su hermano mayor, Michael, se muestra difícil al comienzo. La llegada de E.T. los acerca en la complicidad de esconderlo, atenderlo, y luego intentar salvarlo. “Me lo voy a quedar”, dice Elliott a Michael y a la más pequeña de la casa, Gertie, que descubre al nuevo integrante de la familia por casualidad.

Desde entonces los tres se organizan para que ningún adulto se entere de la presencia de E.T., para enseñarle a hablar y para determinar de qué manera podrían ayudarlo a volver a su casa. Los intérpretes de estos personajes confesaron años después que a pesar de ser conscientes de que E.T. no era real, para ellos fue inevitable encariñarse: era un ser con el que podían interactuar y que reaccionaba a sus reacciones. Drew Barrymore (Gertie en la película) lo definió como “un buen amigo”.

El hecho de que la maquilladora le hiciera retoques, o de que le acomodaran la peluca que Gertie le había puesto, ayudaba a esa imagen de personaje real. “Cuando E.T. estaba muriendo los niños no estaban actuando, estaban reaccionando. Era una reacción a que el mejor amigo del universo estaba dejándolos”, dijo sobre eso el director.

Las reacciones se extendieron por todo el planeta, e incluso los protagonistas cuentan que durante una proyección exclusiva para el príncipe Carlos (hoy monarca de Reino Unido) y la princesa Diana, esta última se levantó para arreglar su maquillaje después de haber llorado.

La reedición

Ante la pregunta de una posible segunda parte, Spielberg siempre respondió que en este caso sería imposible.

¿Cómo podría revivir la magia de Elliott y E.T. sin destruirla? Lo mejor era dejarla lo más intacta posible.

En 2002, a 20 años del estreno, Spielberg decidió reeditar la película con algunas escenas eliminadas, pero sin cambios significativos.

“¡Armas no, son niños!”, dice Mary, la madre de Elliott, Michael y Gertie a la policía cuando persigue a sus hijos que intentaban salvar a E.T. Por entonces el tema de la posesión de armas no generaba tanta controversia como hoy, pero en 2002, con un hijo de por medio, el director decidió reemplazarlas por walkie-talkies, utilizando la tecnología disponible para hacerlo.

El guion no fue alterado, pero se incorporaron escenas como la del baño de E.T. y otras que mostraban la relación que se había creado entre Elliott y su amigo. El cuello de E.T. alargándose era una muestra de la confianza cada vez mayor que tenía hacia el niño.

También se utilizó la tecnología para mostrar a E.T. corriendo por el bosque, cuando en la versión original lo único que podía observarse era la luz de su corazón.

Un corazón delator

El corazón de E.T. se iluminaba cerca de su familia, o ante la esperanza de encontrarla. Su carácter agricultor y campesino también estaba representado en una planta, que mutaba dependiendo su estado de salud. Al despedirse E.T. se lleva consigo también esas flores, el único recuerdo de la Tierra que puede subir a la nave.

“Cuando regresó a la nave nodriza me entristecí mucho. Quería que se quedara en la Tierra”, dijo el director de la película. Lo mismo queríamos quienes estábamos detrás de la pantalla, aun sabiendo que la partida era necesaria.

Triste y todo como lo es, en el fondo los espectadores sabemos que era el único desenlace posible. Ese “quédate” pierde fuerza ante la posibilidad de que el personaje principal muera. Por eso la simpleza de las palabras acompaña la complejidad de los silencios.

En su paso por nuestro planeta, E.T. aprende a decir lo estrictamente necesario: “Mi casa, teléfono” es la llave que lo llevará de nuevo a su hogar.

A Michael, el mayor de los tres hermanos, E.T. le dedica una frase sencilla pero que reviste una complejidad imprescindible: “Sé bueno”, le dice.

Es esa la frase que hace menos difícil la despedida, la que resume la esencia del film y la que, en definitiva, justifica la presencia de E.T. en la Tierra.