La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Y Colorín Colorado

Por Gabriela Pereyra

Llevo días en rojo, sin poder atenuarlo. Respira, Lucila, respira. Visualiza, Lucila, visualiza. Piensa en positivo, exhala rojo, inhala violeta. No funciona. Aunque nadie se atreva a decirlo en voz alta para no alterar el color de los demás, no funciona.
Mañana no tendré opción y deberé salir a la calle, interactuar en el trabajo, sonreír a quienes detesto y rogar que algún color pastel se apiade de mí y disimule lo indisimulable.
En qué momento se avanzaron sobre nuestras sensaciones, sentimientos, enojos, furias, angustias, excitación, deseos, hedonismo, alegría, desgano, y no los detuvimos, no lo recuerdo. Como todo, pasa, te acostumbrás y de repente, simplemente es parte de tu rutina.
Ahora, al caminar en sectores públicos, al ver un rojo o varios rojos en la misma vereda, fingiendo distracción, los colores tenues se cruzan de vereda, los rojos somos peligrosos, de frecuencia cardíaca acelerada, respiración acelerada, glándulas sudoríparas inquietas, de respuestas impulsivas, somos impredecibles, inestables, de fácil estrés, peligrosamente espontáneos.
Excusándose en ayudar para una sociedad más “saludable” avanzaron sobre nuestros derechos, mutaron las formas de etiquetar prejuicios, colocando “inofensivos” colores para monitorearnos.
Todo empezó en la frivolidad de un desfile de moda, las modelos hacían pasarela de “ropa emocional”, ¡qué chic! Y acá estamos, yo tan rojita, sin poder calmarme por no haber reaccionado a tiempo, y, como eso me enoja más, quedo atrapada en este bucle “emocional” que cuando me doy por vencida, como mucho, logro que se cambie a gris oscuro y allí está: la “gris depresiva”, alerta de posible suicidio, no hay paz.
Reviso los cables de mi ropa, conecto el anular al chip que lee la biorretroalimentación y reinicia el juego para salir a la sociedad. En el trabajo todo igual, con los acomodos ni modo, siguen allí, intacta la sobrecarga en el que más labura, también el destrato sostenido en el tiempo y atado con alambre. Pero cuidado, el jefe de recursos humanos tuvo una idea “brillante”, de esas ideas color rosa pastel: intercalar los rojos con los colores pasteles, para “contagiar vibra y armonizar”, dijo el muy imbécil.
Al tercer día del experimento, no hay que intercalarse, somos todos rojitos, pero la pasamos bien, hemos agotado todos los temas que nos enojan, frustan o matan las ganas, respiramos tan dispar y agitados que algunos juran escuchar los latidos del corazón. Todos hemos alcanzado el límite del estrés posible de soportar. Con palmadas que figuran un pésame, nos despedimos y termina ese día. Todos hemos tocado “rojo”, no hay más allá, salvo extinguirnos o que nos extingan.

Recientemente, un proyecto ha presentado ropa emocional que cambia de color según el estrés de quien la vista. La diseñadora polaca Iga Weglinska es la responsable de este concepto. La idea tranquilamente podría pertenecer a una historia distópica. Por ejemplo, en la serie de animé Psycho-Pass ambientada en un Japón futurista gobernado por el Sistema Sibyl, una poderosa red informática biomecatrónica mide sin cesar la biometría del cerebro y la mentalidad de los ciudadanos japoneses mediante un “escaneo climático”. La evaluación resultante se llama Psycho-Pass, que incluye un Coeficiente de Crimen que revela el potencial de criminalidad del ciudadano, y un tono codificado por colores, que alerta a las fuerzas del orden sobre estos datos.

En el caso de las dos blusas, cambian de color o titilan con luces arrojando indicadores corporales que varios sensores eléctricos registran en tiempo real. Estos dispositivos integrados miden la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca y los niveles de sudor en la piel de la usuaria, eso permite identificar si se siente estresada o ansiosa.

Cada vez que el color cambia de cálido a frío, evidencia la necesidad de ralentizar la respiración y de calmarse. Las luces pueden reproducir el latido del corazón a partir de la información recabada por sensores conectados a los dedos.

El enfoque es similar al de una técnica terapéutica conocida como biorretroalimentación, que busca ayudar a las personas a comprender mejor sus cuerpos con sensores que miden funciones corporales clave, explicó Weglinska.

A la mañana siguiente, al entrar al trabajo, el mediocre asignado ese día para distribuirnos casi sufre un colapso. No podía, no encontraba ni un solo color igual a otro y menos algún rojo. Iba de punta a punta de la fila rascando su cabeza desorientado, sin solución, finalmente nos dejó pasar deseándonos buena jornada. Nada cambió allí dentro, pero sí cambió para los finales de cada una de las historias de los ahora denominados “colorines” que cada tanto se ponían colorados. Porque como todos sabemos: y Colorín Colorado esta historia… no ha acabado.

“Lluvia, colores, gente II” de Kovacs Anna Brigitta (2018).