Expresiones de la Aldea, San Luis

La habitación de Alejandro

María Silvia Belot (*)

Desde el otro lado de la puerta roja de la habitación; un cuarto propio. Adiestrado en la libertad, inventa el coraje de vivir. Al estilo Duchamp, Alejandro arma artificios sin ningún fin, como esas cosas que no se pueden comprender. Poco me preocupo, algunos dicen que estar loco es un privilegio.

Por una ranura escondiendo sorpresas, veo la tormenta que cae desde el techo. Los tonos han cambiado y algunas cosas están bajo el agua, humedeciendo la sequedad del invierno.

Entro por el impulso de la fragancia marítima que me absorbe. El reloj sobre la cómoda ha perdido las agujas. El tiempo no sabe dónde está. El espantamiedos, nada apresurado, sostiene su espanto con las antenas pegajosas unidas al zócalo. Una mariposa enjaulada canta afónica una canción de un solo pulso.

En el centro de la habitación circular hay un árbol desburguesado que llora resinas aromáticas. Me recuesto de pie sobre el tronco bordeándolo con mis brazos, mientras el tul blanco de las cortinas me consuela la espalda plagada de lunares.

Me entrego con alegre obediencia a las palabras espurreadas con las bocas de las cuatro mujeres pintadas en las puertas del armario. Ondulados sentimientos me dejan mudos los párpados y verborrágica el alma en la papilla de los recuerdos.

Una mantis religiosa de papel madera, hace equilibrio en el respaldar de la cama que flota como una hamaca. Dobla sus patas delanteras en movimiento de oración, como si pudiera hacer de una situación, un azar afortunado. Colgado a su cuello, un gusano de uñas pintadas, hace caras en el espejo.

Como un forastero, tendido de costado, Alejandro mira por el ventanal con el cuerpo a distancia tapado con una manta de algas. Adherido a un romántico fastidio, acaricia con un pincel la pared. Una pinza de madera rasca sus rulos negros. Para no despertar solo, toma de la mano a una nutria de felpa.

Pensando si la buena suerte existe, lo llamo por el nombre de su escritor favorito. Inmutable, sigue en silencio observando con la mirada extraviada. Esa displicencia hiere mi corazón, como cuando te dejan plantada en el escalón de entrada. Un pensamiento punzante sube trepando por mi pierna. Domestico el envite a destruirlo todo. El olor a caída arrastra mis manos deteniendo este día al desnudo y la muerte comienza a morir poco a poco.         

En una maniobra de amor, gira hacia mí preguntando. Bajo la servidumbre de una voz que no me pertenece y con lágrimas parecidas a una risa, digo:

—Sí Alejandro, son ciertas todas las mentiras que nos contamos para sobrevivir.

(*) María Silvia Belot, nacida en tierras sanjuaninas y residente de San Luis, escribe desde siempre. Desde el 2003 comenzó a publicar poesía, relatos y cuentos cortos en San Luis, Villa Mercedes, San Juan, Buenos Aires, Rosario, EEUU, México y España. Actualmente, incursiona también en el mundo de las artesanías, la pintura y trabaja como psicóloga en consultorio privado.