La Aldea y el Mundo, Notas Centrales, San Luis

Lenguas sin ejército

Cada dos semanas, en algún lugar del mundo, se extingue un idioma. Con él, cultura, tradiciones y formas de vida

Se calcula que de las 6700 lenguas que se hablan en el mundo, el 40% está en peligro de desaparecer. La mayoría de estos idiomas son originarios y se estima que cada dos semanas se extingue un idioma en algún lugar del mundo.

Una lengua es, según el diccionario de la Real Academia Española, un “sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura”. Un dialecto, en cambio, es una “variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua”.

El problema se suscita cuando, como está sucediendo actualmente, las lenguas son tratadas como dialectos y por ende menospreciadas en su rol de creadoras de cultura, de cosmovisiones y de identidad.

Todo se trata de una relación de poder en la que algunas lenguas ganan y otras pierden. Aunque la que pierda en realidad sea la humanidad toda.

Para alcanzar la categoría que realmente deben tener las miles de lenguas habladas en el mundo es necesario comprender por qué son importantes y que significan, además de una forma de hablar.

Mucho más que un idioma

El lenguaje es mucho más que una manera de comunicarnos. Refleja nuestra relación con el medio, nuestra idea del mundo y es pilar fundamental de la cultura. Está, además, en constante movimiento: es permeable a todas las circunstancias que requieren una adaptación.

El lenguaje crea identidades y se consolida con ellas. Promueve valores y costumbres y es una de las muestras más claras de la diversidad. Los lenguajes son al mismo tiempo medios para dar a conocer historias presentes e historias pasadas.

Además de ser un derecho en sí mismo (como condición para la libertad de pensamiento, opinión y expresión), es también facilitador de derechos: es a través del lenguaje que pueden exigirse el cumplimiento de garantías que todos tenemos. Y es por ello que también resulta importante que una lengua sea reconocida como tal y facilite el acceso a los derechos de aquellos que no hablan una lengua en el sentido oficialmente aceptado del término. Al fin y al cabo si el habla de todas las lenguas fuera en sí un derecho, no habría desentendimiento entre lenguas distintas y mundialmente aceptadas sino mayor cohesión entre culturas diversas que son parte de una sola.

Seríamos capaces, en ese caso, de ver más colores de los que nuestro idioma nos permite. Conocer más realidades de las que en realidad conocemos. 

La lengua es, en definitiva, reflejo de nuestra vida y de nuestra relación con el mundo. Tan sencillo y complejo como eso. Y en tanto fruto de la relación con el medio tiene mucho para enseñar. En el caso particular de las lenguas indígenas el idioma refleja la importancia que le dan esas culturas a la protección del medio ambiente. 

Así, seremos capaces de tener tantas palabras como tipos de arroz si habitamos en la cordillera de Filipinas –en las que hay una definición para la semilla, las espigas maduras y el tipo de grano–, o seríamos incapaces de hablar de maldad en términos del idioma náhuatl (uno de las tantas lenguas indígenas mexicanas), y hablaríamos en cambio de no-bondad (algo que parece lo mismo pero que en términos de concepción del mundo podría significar realmente algo muy distinto).

El idioma refleja también nuestro concepto del tiempo: en tuvan (idioma de indígenas rusos) diríamos que un joven tiene toda la vida por detrás. Para ellos es difícil entender cómo para nosotros el futuro está por delante, cuando difícilmente podemos verlo.

Es por eso que la importancia de conservar un idioma va mucho más allá del lenguaje. Y evitar su muerte es evitar  la muerte de un patrimonio cultural, de una historia, una identidad y de generaciones enteras.

Lenguas en peligro

La extinción de una lengua se produce cuando no hay más hablantes que puedan utilizarla y dar fe de su existencia.

Hay miles de lenguas alrededor del mundo que están en peligro de extinción, y otras que ya se extinguieron: en Chile, después de la muerte de Cristina Calderón, en 2022, se perdió el último rastro del idioma yagán. Algo parecido sucede con el ayapaneco y el kiliwa en México (país en el que además hay otras 38 lenguas en peligro), idiomas que cuentan con poco más de una decena de parlantes de edad avanzada.

De izq. a der.: Tehuelches, pueblos originarios de Argentina, Cristina Calderón (última hablante del yagán, Chile). Mujeres chinas, alrededor de 1900. Vestimenta  típica de indígenas descendientes de los mayas en México.

En Perú hay más de 20 lenguas en esta situación, mientras en Argentina de las 18 lenguas indígenas solo 12 siguen vigentes y dos se consideran extintas: el kunza (atacameño) y el selknam (ona) han desaparecido del territorio.

La situación se extiende a todos los países del mundo: el chemehuevi (Arizona), el euchee (Oklahoma), el wintu (California), el tuvan (Rusia), el amurdag (Australia),  el aragonés (España) y el aka (India) son algunos ejemplos de ello.

Algunos idiomas ya no viven para contarlo. Con ellos se perdió una idea del entorno y de las relaciones interpersonales. Tal vez uno de los ejemplos más notables es el del idioma nushu, un sistema secreto de escritura utilizado por las mujeres chinas para burlar el control de los hombres y que murió en 2004 junto a Yang Huanyi, la última persona que lo utilizó.

Además de la desaparición en sí de las personas que las hablan, muchos otros factores que contribuyen a la extinción de las lenguas: el aislamiento de las comunidades indígenas, la discriminación que se ejerce sobre ellas (y la resultante falta de interés por parte de las nuevas generaciones de aprender un idioma por el que muy probablemente sean menospreciados), la ausencia de políticas estatales para resguardarlo y (tal vez sobre todas las cosas) la imposición de una lengua oficial y dominante sobre el resto.

Es esa la relación de poder que fue definida alguna vez por los lingüistas: “una lengua es un dialecto con ejército”. Y por ende una lengua sin ejército se convierte en un dialecto, al menos en los términos prácticos de su valoración.

Lo que se hizo y lo que queda por hacer

Con el tiempo, todo aquello que se perdió podría recuperarse. Eso, si hay suficientes herramientas documentales para comprobar la existencia de un idioma y reproducir sus enseñanzas. Si bien más del 85% de las lenguas no están registradas en papel, hay algunos esfuerzos alrededor del mundo que van en consonancia con este objetivo.

El caso paraguayo es quizás uno de los más emblemáticos. El país reconoce desde 1992 tanto al español como al guaraní como lenguas oficiales, lo que no sólo es una garantía para el cumplimiento de los derechos de quienes hablan cualquiera de esos idiomas, sino además resguardo de la cultura transmitida por la lengua que, hoy se estima, hablan el 80% de los paraguayos.

En Filipinas el gobierno permite el uso de lenguas maternas en la escuela (algo que, si bien no debería ser un gran paso en este contexto, lo es), mientras que  en Japón y en Ecuador se han implementado algunas medidas educativas para resguardar los idiomas originarios.

Un entorno propicio para la propagación del idioma es fundamental porque la lengua surge del entorno y se adapta a él. Así, aunque el último de los hombres desaparezca, sus tradiciones y conocimientos quedarán inmortalizados.

Se necesita reclutar grandes ejércitos de paz para conseguirlo.

Fuente La Opinión/La Voz del Sud