Notas Centrales, San Luis, Tertulias de la Aldea

¡Viva San Luis! Pueblo de puertas abiertas y solidario

En un nuevo aniversario de la Fundación de la Ciudad de San Luis buscamos pinceladas de esta tierra en voces que hacen a la historia

La Opinión / La Voz del Sud

San Luis está de fiesta, un aniversario más se celebra este 25 agosto, la fecha que estableció el año 1594 como fundación de la ciudad.

Cada día nos habita su historia con una fuerza ancestral que trasciende las diferencias. Nos hermana, nos abraza, nos hincha el pecho cuando nos presentamos: de San Luis, somos de aquí por herencia, por nacimiento, por elección. Un San Luis que una y otra vez ha demostrado su capacidad de resurgir, de marcar huella y destino.

Somos ciudad y provincia donde conviven el pasado, el presente y el futuro desde cadencias que conversan y se alojan en nuestro ADN.

Leticia Maqueda es reconocida en su rol docente, también como historiadora, pero sobre todo destaca su pasión por preservar la identidad de San Luis. Ella afirma que es difícil determinar en una cultura globalizada, una actividad específica que defina en el hoy, el ser puntano. Puede que haya varias actividades u oficios, pero rescata algo que perdura en el tiempo, que se transmite de generación en generación, y se expresa cada vez que los puntanos se encuentran y una guitarra hace presencia entre ellos.

“Entonces la música se torna lenguaje y sentimiento que une las voces de todos en tonadas, cuecas, zambas y canciones que expresan el San Luis profundo. San Luis es tierra de guitarreros y para muchos, este es un oficio que se ejerce como tal en rueda de amigos. El ser guitarrero es un oficio en el que se expresa la Puntanidad”.

El grupo familiar se reúne, mientras algunos saborean un mate, un guitarrero pulsa su guitarra, hacia 1930. Foto de José La Vía

También reflexiona que más que en un oficio el ser puntano se expresa en rasgos que definen e identifican como el de la hospitalidad.

Los puntanos nacimos en un espacio dilatado y desolado. Nuestra gente habitó cerros y valles escondidos, solitarios. Es posible que esta soledad haya hecho de la hospitalidad un valor y un rasgo distintivo. La nuestra siempre fue una HOSPITALIDAD SOLIDARIA, es decir que hace suya la necesidad del otro.

En los tiempos en que nos asentábamos en esta tierra puntana, el que ha ella llegaba era recibido y tenía, a pesar de la pobreza de los habitantes un jarro de agua fresca, un techo donde cobijarse de la lluvia, del viento o de los peligros de la noche, un lugar junto al fogón. La hospitalidad era para el que llegaba la posibilidad de la sobrevivencia en aquellos viajes sin tiempo”.

“Este espíritu de hospitalidad solidaria con el viajero que llegaba, se fue transmitiendo de padres a hijos como rica e hidalga herencia que configura nuestro perfil humano. Hoy a pesar de los cambios profundos por los que pasa nuestra sociedad, esta seña de identidad puntana persiste, acaso como una tímida brasa encendida”, define Leticia.

Un grupo de personas listas para compartir un asado criollo en la parte trasera de una residencia. Foto de José La Vía

En su descripción afirma que el puntano es hospitalario, amable y acogedor con el que llega, le hace generosamente lugar al forastero, le ofrece ayuda si lo necesita, se solidariza con su necesidad, lo acoge, y le brinda con orgullo aquello que le es propio y le identifica. Muestra la Provincia, descubre sus bellezas, habla con orgullo de sus avances.

En nuestros campos y poblados del interior, se conserva esta solidaria hospitalidad con más fuerza que en la ciudad. “Si caminando por la sierra, o por el campo abierto se llega a una humilde casa, la hospitalidad es lo primero que se brinda. Con seguridad ofrecerán la mejor silla, el mate mejor cebado, las tortas con chicharrones recién horneadas y los gestos de esas gentes sencillas, con su hablar parco y sus silencios, con sus ropajes humildes, son una magnífica y enorme lección de dignidad y señorío puntano”.

Bellamente y con música de guitarra, nuestro poeta y compositor Luciano Marcos (Chango) Arce, en su canción “De nuevo a San Luis” lo expresa hermosamente cuando dice:

Viajero que llegas a mi tierra linda
está bienvenida tengo para ti;
Un canto nativo, agreste homenaje,
como es el paisaje de nuestro San Luis.
Si buscas sosiego a tu alma cansada
o te trae tan solo la curiosidad;
la puerta está abierta, no importa tu raza,
estás en tu casa, ya puedes entrar.

Sobre las costumbres de antaño que perduran actualmente Maqueda rescata que en San Luis aún persiste la celebración de las fiestas patrias que muchos miran extrañados desde afuera.

“Cada 25 de Mayo la ciudad se pinta de celeste y blanco y los chicos de todas las escuelas junto al ejército y otras instituciones celebran a la Patria con un desfile. Los chicos luciendo impecables, las veredas colmadas del pueblo que celebra, la música persistente de las bandas. Después vendrá el almuerzo con locro y empanadas y por las tardes algunas familias aún conservan la costumbre del chocolate con pastelitos”.

Otra costumbre, muy nuestra y que pervive a través del tiempo, es la que está ligada a la religiosidad popular y se expresa en una devoción muy extendida al Santo Cristo de la Quebrada. “La noche el 31 de mayo, y no importando si el clima es adverso, columnas de peregrinos caminan los largos kilómetros que separan la ciudad de la Villa de la Quebrada.

Marchan toda la noche para llegar al amanecer a la Villa. Entran a la capilla y ‘toman Gracia’ frente al Cristo y el murmullo de las súplicas se escucha como una melodía especial. Después saliendo, la Villa despliega un abanico multicolor de lugares de venta de los artículos más variados y los lugares para comer ofrecen locro, empanadas, chivitos con chanfaina.

Por la noche el humo de los asados se mezcla con los sones de guitarras y músicas diversas es la fiesta de la Villa de la Quebrada. Todos los puntanos, ricos y pobres, se unen ante el Cristo de la Quebrada todos los 3 de mayo y esta es una devoción y costumbre muy propia de los puntanos y que comparten también todos los cuyanos”.

Miradas en torno al ser puntano

San Luis ha sido cuna de maestras y maestros, referencia nacional e internacional, por ello quisimos rescatar miradas y anécdotas que hacen a la construcción de la identidad y a la descripción de la idiosincrasia que se ven en los detalles simples recogidos con esta vocación.

Nora Soria es docente jubilada con una amplia trayectoria en la docencia rural y emocionada dejó viajar su retina para contarnos:

“Trataré de rescatar, a través de mi experiencia de vida en la ruralidad, retazos de historias vividas en el corazón de mi provincia. Las que me llevaron a conocer en profundidad, al ser puntano. Destaco primero su sencillez, en el trato, en su forma de vida; la sumisión para aceptar los golpes de la vida, sin más respuesta que la resignación.

El puntano tiene una vida austera, y aunque su pobreza limite una mesa abundante, siempre habrá un trozo de pan casero y un mate para ofrecer al visitante. Su religiosidad está expresada, en las incontables estampitas, y algún rosario; descansando a la luz de las velas, en un rincón privilegiado de la casa.

El gesto de pedir la bendición, de los más pequeños, me resultaba conmovedor. Santiguarse, cuando un relámpago anunciaba una tormenta; o cuando el viento amenazaba azotar con fuerza.

En contraposición a lo mencionado, se podía encontrar sus innumerables creencias, que tantas veces, me senté a escuchar, de boca de algún anciano o de un niño.

La existencia de una bruja, con nombre y apellido, que durante las noches se transformaba, y si el día la sorprendía, se la encontraba desnuda entre los matorrales. ¡Digno de ver, la ingenuidad en sus miradas, cada vez que describían la situación, totalmente convencidos!

La luz mala, otra aparición que los llenaba de temor. Como estas, muchas más.

Cuento una que me tuvo como protagonista; en la escuela Nº10 Juan Esteban Vacca, en Alto Pencoso, donde era docente. Apareció una tarántula (comunes en el lugar) en la puerta del aula, a la que quise matar. Los alumnos lo impidieron; ellos creen que al matarlas, mueren sus animales.

Más tarde, me encontré llevando la tarántula, montada en una rama de jarilla, al corral más próximo.

En la escuela de El Sauce donde asistía porque mis padres eran maestros, al pie de las Sierras Comechingones, era costumbre invitar rezadoras a los velorios; cubiertas sus cabezas con pañuelos negros, unidas en oraciones y lamentos. Y sobre una mesa; se velaba al difunto; hasta que llegara el cajón, construido por vecinos, ante la celeridad del caso.

En el patio, un gentío ahumado, rodeando el fuego a la espera de unos mates y más tarde el cordero o el chivo a la parrilla. Al momento del entierro, los hombres competían por llevar el cajón del fallecido.

La comida más común en estos lugares era la mazamorra de maíz, la leche espesada, la aloja de molle o el arrope de chañar.

El niño rural, arraigado a sus raíces, amante y conocedor de su entorno; por legado familiar; sabe identificar cada hierba, cada arbusto, además del beneficio medicinal de cada uno.


Un grupo de amigos en un día de campo a orillas de un río serrano. Foto de José La Vía

El puntano del monte, vive en comunión con la naturaleza; mujeres de rostros curtidos por el sol; hombres de manos callosas, de tanto manejar el hacha. Ambos participan y colaboran en las mismas tareas, cuando es necesario un mayor esfuerzo.

En la ciudad, en cambio, cuando el sol asoma tras la sierra; lentamente el puntano despereza para luego, iniciar el trajinar de la mañana.

El rumor cotidiano; pasos, silbos, bocinas y frenadas; resuenan por las angostas calles. Algún retrasado, transitará veloz; pero ese obrero en bicicleta, pasará tarareando una canción.

Devotos de su patrono, San Luis Rey de Francia; la imponente y antigua catedral, es refugio de oración para el puntano.

El paseo por la plaza,  es vieja tradición puntana, aún vigente para los jóvenes, cuya arboleda alberga cientos de tordos, palomas y gorriones.

Damas Puntanas, hacia 1930, pasean alrededor de Plaza Pringles, luciendo tapados de la época. Foto de José La Vía

Ésta es solo una estampa de la ciudad puntana, sitio del Chorrillero y la tonada. Enmarcada al reparo de la sierra, guardiana de miles de puntanos”.

Carmen Ochoa también docente jubilada relata: “para ir a trabajar a  Alto Pencoso no teníamos colectivo de líneas, es decir, aparte que era mucha plata, hacíamos dedo. Yo vivía en Pedernera y Lafinur y tenía que irme hasta la ruta caminando. Ahí con otra maestra, la directora y el Juez de Paz, tomábamos un camión, no había otra cosa. Nos costaba trepar, era muy duro en los días fríos o en los días calurosos.

Y para volver, lo mismo, salía a las 7 de la mañana y volvía a las tres de la tarde. En la escuela los chicos comían, así que hacíamos la comida nosotros para darles.

No teníamos en ese entonces ni agua corriente, ni tampoco electricidad. Solamente el que la ha vivido sabe el sacrificio que fue. Lo hacía con gusto, porque con los chicos siempre fueron mi partecita, ahí me refugiaba. Tenía un rinconcito para depositar lo mío. Y más los chicos de campo porque eran muy humildes, no te pedían nada. Tímidos, un amor de chicos. Y bueno, así pasó la vida. Era joven y sentía esa profunda vocación.

Recuerdo que llevaba macetas con tierra y plantas porque el terreno era muy salitroso, entonces ninguna planta prosperaba y me gustaba mucho tener plantas ahí en el aula, no había otra forma intenté hacer jardín pero no porque era salitre puro el terreno, y estaba el problema del agua también, teníamos aljibes.

Las fiestas patrias se vivían muy intensamente, en el campo básicamente uno trataba de que los chicos se impregnaran de todo, participaban todos, no teníamos electricidad entonces utilizábamos una radio portátil, para que pudieran bailar alguno de los bailes típicos de acá, pero se vivía con mucho amor por el terruño, estaban impregnados con el día, por lo general a veces lo hacíamos en la plaza, el intendente venía y aportaba algo.

Un niño sanluiseño posa para el fotógrafo en el patio de su hogar. Foto de José La Vía

Los recuerdos más lindos los tengo en el campo porque es otra cosa, acá los chicos como que están sobrepasados de todo, con mucho estímulo.

Después me trasladaron a la ciudad. Así que ninguna escuela era lejos para mí. Porque por más que estuviera en el otro extremo de la ciudad, yo tomaba un colectivo y me dejaba. Cosa que no pasaba cuando yo estaba en Alto Pencoso.

La dictadura afectó la forma de hacer docencia, esos momentos también marcan la historia de los pueblos, por ejemplo no podíamos usar pantalón, si lo usábamos tenía que ser gris o marrón, no vaqueros y la otra cosa era que controlaban mucho lo que le dábamos a los chicos, recuerdo que cuando viajaba a dar clases a El Volcán había que cuidarse incluso de hablar.

Teníamos incorporado en el currículum lo que teníamos que dar, por ejemplo, la teoría de Darwin no estaba, tampoco podíamos dar Teoría de Conjunto tampoco. Yo daba todo, la Biblia y el Génesis, pero también lo otro”, concluye Carmen.