LAS MUJERES EN LA CAMPAÑA AL DESIERTO
Protagonistas de la historia cuyos roles quedaron ocultos en la forma de contar los hechos. Se las conoció como cuarteleras o fortineras. Desde Villa Mercedes partieron muchas acompañando la expedición militar contra los pueblos originarios. Lavaban, cocinaban, curaban, rezaban, se humillaban. Lo dejaban todo por ir tras sus hombres o por no tener opción
Por Adriana Annecchini Bausa
Noble mujer fortinera guapeza en tiempo aciago que se alejó de su pago galopando campo afuera. De buena ley compañera Del hombre que tanto quiso, Juramentó el compromiso De no dejarlo hasta el fin, ¡por eso llegó al fortín Y entró pidiendo permiso!
Cuarteleras, soldaderas, fortineras, o gauchos con polleras;las grandes ignoradas de nuestra historia, aunque fueron importantes actores sociales en las guerras por la independencia del país, en la guerra contra el indio, y en la ocupación de esos territorios.
Tal vez, porque la historia fue escrita por hombres, o por la estructura patriarcal del ejército, o la influencia católica; las heroicas mujeres que acompañaban a los soldados en las campañas militares, fueron invisibilizadas e ignoradas, no sólo en las listas del ejército, sino también en los relatos y documentos de juzgados de paz, y de la Iglesia.
Ellas, constituyeron un engranaje fundamental en la expedición, todas cumplieron un papel muy importante, protagonistas de la dura lucha por la tierra, paño de lágrimas, apoyo moral y físico de soldados, oficiales y jefes.
Para demostrar que la guerra con el indio, no fue solo cosa de hombre, por medio de esta investigación quiero hacerles un pequeño homenaje a las valientes mujeres, las que acompañaron la columna militar conocida como Tercera División, que partió desde Villa Mercedes en 1879, comandada por el general Eduardo Racedo, hacia Leuvucó, capital del imperio ranquelino; con la misión de conquistar las tierras de lo que hoy corresponde a nuestro sur provincial y fundar pueblos.
Las mujeres, parte de la tropa
Varios fueron los motivos por las que éstas se incorporaban a las tropas militares: la mayoría porque sus hombres: padres, maridos o hijos, eran incorporados a la fuerza al Ejército, ya sea porque había cometido algún delito, o también los gauchos pobres que no podían comprobar que trabajaban para otra persona eran considerados vagos, mal entretenidos y enviados a la línea de frontera.
Por lo que era costumbre que cada soldado llevara una compañera, llamadas despectivamente “chinas cuarteleras”, la mayoría eran jóvenes, todas analfabetas de bajo nivel social, las había campesinas gauchas, indias, negras, mestizas.
Otro grupo eran las indias raptadas en la pelea con los indios, las acusadas de prostitutas o vagas en las ciudades y confinadas a la frontera, muy pocas fueron las que iban por autodeterminación; algunas que buscaban marido, otras simplemente ejercer la prostitución como forma de sobrevivir.
Recorrieron leguas y leguas a la par de los hombres, los curaban, lavaban y cocían sus ropas, les cocinaban,corrían junto a ellos para darles agua o comida, luego de largas y extenuantes marchas. Hacían el papel de esposas, madres e hijas, cerraban sus ojos cuando morían, rezaban en los velorios por el alma de los difuntos, bailaban con ellos en las fiestas improvisadas en los fortines.
Cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, eran las encargadas de arrear la caballada. Oficiaron de charqueadores, parteras y rezadoras. Las más atrevidas portaban sable, manejaban fusiles y domaban potros.
Un papel relegado
Era muy común que perdieran sus nombres de pila, sustituido por apodos, la mayoría de ellos humillantes, como “la pechos de lata”, “la cama caliente”, entre otros.
Por ellas las fiestas patrias celebradas tenían otro significado, y los soldados estaban menos afectados a la deserción gracias a esas guerreras- amantes-, muchas veces convertidas en madres de sus hijos. Sin ellas la existencia de los fortines hubiera sido imposible.
El ejército conocía estas ventajas, por eso, a veces, les repartía la parte del “rancho”, ración de comida que les tocaba a todos los soldados. Consistía en galleta (artículo de lujo), yerba (muy poca), tabaco, charqui, tasajo, arroz, y harina, cuando ésta llegaba, cada fogón se convertía en un banquete, se hacían tortas al rescoldo o se freían en grasa de caballo, luego, para digerir esta bomba tomaban té de tomillo o de jarilla.
Marchaban montadas en los carros o a lomo de mulas, a veces hasta de a pie, cargando junto a sus hijos en ancas, bultos de frazadas, en ocasiones; al compás del tintinear de los cacharros de cocina que colgaban de las mulas, y las voces de los niños, iban cantando canciones populares. Poniéndole un poco de alegría al momento.
Marchaban a retaguardia, junto a los niños y a los hombres que no podían combatir por razones de salud, siendo las depositarias por su ubicación, de toda la arena que el viento traía y de la polvareda que levantaba la caballada.
Pero no abandonaban a aquel hombre que les tocó en suerte para compartir ese duro destino.
Imprescindibles en el camino
La ropa se iba deshilachando por el uso y por el desgarro que provocaban las espinas, mientras las cocían, lavaban y esperaban que se secara tendida sobre las jarillas y los piquillines; eran capaces de preparar manjares como el paté de hígado de yegua.
Se encargaban de picar hojas de algarrobo para que sus hombres no sufrieran tanto la falta de tabaco. O salían a juntar guano y raíces, los que usaban de combustible para mantener prendido el fogón donde cocinaban, calentaban grandes pavas para tomar mate, y alrededor del cual se armaban grandes guitarreadas con bailes incluidos.
Más de una parió a sus hijos, recostada sobre un poncho al reparo de un caldén, a veces asistida por el médico de la expedición, la mayoría por otras mujeres expertas en esa tarea, que eran llamadas comadronas.
Mientras que otras, o sus compañeros le preparaban caldo de piche y maíz hervido para que recuperara fuerza pronto y pudiera seguir marchando, a las pocas horas del parto, la subían a un caballo del cual tiraban dos soldados de a pie, hasta que llegaban a alguna laguna donde poder bañar a la madre y al hijo, por más frío que hiciera.
Las curaciones a enfermos y heridos las hacían con hierbas medicinales y yuyos, ungüentos, cataplasmas y a través de la “cura de palabra”.
Los fortines, inseguras instalaciones, que tenían como objetivo unir fuertes, consistían en un pequeño grupo de precarios ranchos de barro y paja, rodeados por una empalizada de hasta dos metros.
La vida en éstos era muy dura, la paga del ejército demoraba, escaseaban los alimentos y hasta el agua.
Las mujeres llevaban una vida militarizada, con muy poca libertad de acción, tanto durante la marcha como en los fortines, tenían todas las obligaciones del ejército y ningún derecho, como tenían los soldados: la paga, los ascensos y el premio de una legua de tierra terminada la campaña.
Muchas veces se vestían de soldados para simular mayor cantidad de personas y darle miedo al indio.
A ellas les tocaba desde hacer centinelas en lo alto del mangrullo para cuidar que los ranqueles no les robaran la caballada, pasando por las actividades mencionadas anteriormente, hasta salir a cazar avestruces cuando escaseaba la comida.
El fortín más cercano a Anchorena y a Arizona, y el último en la actual jurisdicción de San Luis, se fundó el 7 de mayo de 1879, en Ayancó, lo llamaron San Pío V, fue el paso previo a la fundación de Victorica La Pampa, sobre el fortín Resina y a la batalla de Cochicó, último enfrentamiento contra los ranqueles en 1882.
Eligieron este lugar, porque el agua era dulce y abundante. Funcionando con una dotación de: un sargento, un cabo, nueve soldados, cinco indios y algunas cuarteleras.
Tras finalizar la guerra contra el indio muchas de ellas junto a sus familias se quedaron en la zona, convirtiéndose en anónimas pioneras de la empresa de población. Constituyendo los primeros asentamientos de blancos en el desierto, y formando familias cuyos descendientes aún habitan nuestra región.
Domingo Faustino Sarmiento dijo de ellas:
Su inteligencia, su espíritu y su adhesión, sirvieron para mantener fiel al soldado, que pudiendo desertar, no lo hacía porque tenía en el campo todo lo que amaba”.
BIBLIOGRAFÍA
El fragmento del poema del comienzo fue extraído de gauchoguacho.blogspot.com.ar
Annecchini Bausa, Adriana, “Historias de Anchorena”, Ed. San Luis Libro. Ed. 2015
Prado Manuel, “La guerra al malón”, Ed. Claridad, ed. 2012
Zambrano Freddi, “Malones” ed. 2007
SITIOS WEB
www.museoroca.cultura. gob.ar