La Aldea y el Mundo, San Luis

Economía y Biología

Por Hugo Zudaire

Las herramientas analíticas usadas por la economía en ocasiones provienen de ciencias que acreditan adelantos de gran repercusión. Por ejemplo, la fascinación social provocada por los avances de la física en el siglo XIX e inicios del siglo XX influían a otras disciplinas, las que adaptaban sus propios modelos descriptivos a las leyes físicas.

Por eso la descripción del estado de equilibrio en el movimiento del péndulo -gracias a la acción de la fuerza de gravedad y la fricción- rápidamente dio lugar a la explicación del equilibrio de los mercados (oferta y demanda) que confluían en un precio y cantidad exactos, ilustración que por su elegancia y simpleza exoneraba de explicaciones de mayor complejidad.

La biología tuvo igualmente una gran influencia en el análisis económico que, como se verá, se extiende a la actualidad.

Ya en la época de Juan B. Alberdi eran habituales las comparaciones entre el funcionamiento del cuerpo humano y la economía, usándose equivalencias tanto para elegir los cursos de acción como para explicarlos a la sociedad. Ese pensamiento económico edificaba así una especie de organicismo social en el cual la economía seguía reglas similares a la biología.

Con esa gran analogía entre economía y biología apareció un nuevo cuerpo explicativo que nadie iba a desechar: las crisis habituales –provocadas por los ciclos económicos- ya no serían consideradas como resultantes de su propia dinámica sino como patologías que debían ser tratadas como tales.

En este contexto, el rol del médico -a grandes rasgos, observar (e interpretar) los síntomas, diagnosticar la enfermedad, ordenar un tratamiento, escribir una receta y controlar su cumplimiento- lo cubriría el Estado (y, luego, los organismos supranacionales como al FMI, la UE, la OCDE y similares).

Esa es la razón por la que muchas veces observamos que el papel de médico se reproduce en el Estado: ante la crisis se pone al paciente (la economía) en reposo y se aplica una receta consistente en una dieta para reducir la ingesta de comida (o sea, el consumo de las personas), aconsejándose finalmente un reposo absoluto (reducir el crédito, aumentar impuestos, frenar la emisión monetaria y otras medidas igual de recesivas).

Los remedios que mejoran la salud de este enfermo consisten en inversiones y préstamos provenientes del exterior debido a que se necesita de una inyección de divisas (o vitaminas, según se vea).

Es casi obvio que este pensamiento no tiene en cuenta que tal vez lo que padezca este enfermo no sea una indigestión (que requiere “esas” recetas contractivas) sino que simplemente se está ante un paciente hambriento y desnutrido (alto desempleo), por lo que tal vez no necesite de un régimen estricto de comidas sino todo lo contrario: abundante alimento que implican las recetas expansivas como incrementar el gasto público, bajar impuestos, reducir intereses y similares.

La terminología en economía y biología son similares hasta en la solución de los problemas: se aplican “recetas”, “remedios” e “inyecciones” a lo que se agrega que el paciente debe quedar un tiempo “en observación”.

Esta puede ser una buena perspectiva que se podría usar para hacer más sencillo la comprensión de lo que hoy ocurre en la Vieja Europa, y aventurar una trayectoria de su crisis: sólo deberíamos indagar si esa economía está “empachada” o, simplemente, “desnutrida”.

Estas breves reflexiones me hicieron recordar a Oscar Wilde. Él aseveraba que debía ser rechazada toda idea de recomendar a los pobres que ahorren; lo consideraba grotesco e insultante porque, decía, “es como aconsejar a un hombre hambriento que practique ayuno”.

No es una mala analogía, ¿no?