Primeras familias criollas
Editorial
Un valiosísimo y entrañable testimonio tomado del suplemento de El Diario de la República por la celebración de sus cuarenta años. En la propia tapa sentencia con acierto: “Desde la historia nos reconocemos y afirmamos nuestra identidad”.
Con motivo del 390° Aniversario de la Fundación de San Luis, El Diario publicó un suplemento especial. Allí, un artículo estaba dedicado a las primeras familias criollas, un extracto de la Historia de San Luis escrito por Juan W. Gez.
Textual: “Los aborígenes de esta región tenían una relativa cultura, un carácter dócil y eran aptos para asimilarse a la vida civilizada, circunstancias que hicieron más humano el sistema de las encomiendas, mientras que, en otras partes, los indígenas sucumbían a los rigores de una esclavitud y a unas fatigas a las cuales no estaban acostumbrados.
Prueba evidente de esta fácil sumisión es la alianza con uno de los principales caciques de los michilingues, llamado Koslay, con la única condición de reconocer la autoridad del soberano español y someterse a sus legítimos representantes.
Una de sus hijas fue bautizada solemnemente con el nombre de Juana y se desposó con el oficial Gómez Isleño, al cual se le otorgó la merced de las tierras de Río V, hasta el límite con Córdoba.
Desde este matrimonio nació Inés Gómez Isleño, quien se casó con el teniente Vicente Pérez de Moreno, padre de uno de los puntanos más valerosos e inteligentes de la época: Pedro Gómez Moreno, en el cual parecía haberse fundido la perspicacia del aborigen con la intrepidez legendaria del conquistador.
Muchos otros españoles imitaron ese ejemplo, desposándose con las jóvenes indígenas y constituyendo así las primeras familias de criollos que, aunque dispersas en la vasta campaña, fueron los elementos con los cuales debían formarse los futuros núcleos de las poblaciones puntanas, comenzando por su propio capital.
Para conseguir este propósito, el cabildo se vio obligado a disponer, en 1636, que todos los moradores, después de concluir las tareas sementeras, volviesen a poblar la ciudad, so pena de confiscación de sus bienes.
Así fue como, por estos medios artificiales, se puede sostener aquel núcleo reducido de población, condenada a vegetar en el aislamiento y en el abandono por la autoridad colonial. En cuanto a las autoridades locales, apenas si su acción y sus míseros recursos les permitían proveer del agua más indispensable a la vida y al cultivo de huertas dentro del limitadísimo radio de la planta urbana”.