Datos y privacidad
Alicia Bañuelos, exministra de Ciencia y Tecnología
La digitalización ha tenido un impacto positivo en la vida de las personas incluidas digitalmente, facilitando la conexión, el acceso a la información, el entretenimiento, las compras, el aprendizaje, la atención médica y el transporte.
En nuestros dispositivos y computadoras viven muchísimas apps que nos facilitan la vida diariamente.
La mayoría de las apps que utilizamos son gratuitas, aceptamos inocentemente que distintos algoritmos utilicen la información que recopilan para ofrecer anuncios personalizados, es lo que cedemos a cambio de la gratuidad.
Las grandes empresas tecnológicas tienen extraordinarias ganancias a través de estos mecanismos y nosotros hemos perdido alguna parte o toda nuestra privacidad.
Dejamos un reguero de información íntima e inconexa constantemente: las cuentas de mail, las redes sociales, las apps de navegación que monitorizan todos nuestros recorridos, los dispositivos conectados a la red… todo
- Las rutas diarias registradas en Google Maps.
- Los estados de Facebook o Whatsapp que expresan tristeza, alegría…
- El tono de voz utilizado al interactuar con Alexa.
- Los hoteles que se están considerando para las vacaciones de verano.
- Las series de Netflix que captan la atención.
Gracias a los algoritmos los gigantes tecnológicos como Google, Facebook, Microsoft o Amazon son capaces de descifrar patrones que permiten predecir nuestro comportamiento futuro.
Esa es la información que venden a los que quieren que consumamos sus productos. Es el anuncio de Instagram donde se muestran esos zapatos que nos gustan y de los que hablamos últimamente y escucharon.
CAPITALISMO DE VIGILANCIA
Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Business School, llama a este sistema capitalismo de vigilancia.
Donde muchos solo vemos una intrusión relativamente inofensiva, Zuboff divisa una amenaza antidemocrática a valores esenciales como la soberanía personal y la autonomía.
El modelo lo inventó Google, lo afinó Facebook y ahora se ha extendido a decenas de ámbitos con apps en la salud, la educación o las de una ciudad inteligente.
En su libro La era del capitalismo de la vigilancia, Zuboff nos invita a imaginar un futuro donde los seguros de coche suban en tiempo real cada vez que nuestros vehículos smart perciban que estamos conduciendo nerviosos, según ella este futuro ya está aquí.
El capitalismo de vigilancia refleja una adaptación del capitalismo en esta nueva era digital y resulta de la relación con las plataformas de las empresas tecnológicas.
El capitalismo de vigilancia no es tecnología. Es una historia sobre una lógica económica que esencialmente se apoderó de lo digital. En las dos últimas décadas, hemos sido persuadidos con propaganda muy inteligente de que así es como debe ser lo digital.
Muchas personas comienzan a cuestionar la necesidad de políticas de privacidad en dispositivos cotidianos, como televisores, cocinas, heladeras, colchones y camas… Esta preocupación surge de la creciente audacia de las empresas en la recopilación de datos para su propio beneficio. Estos sistemas pueden influir en el comportamiento humano de manera subliminal, a menudo con fines comerciales. Cambridge Analytica adaptó estos mecanismos y métodos a consultoría política pivotando desde resultados comerciales a resultados políticos.
Esto va más allá de la lógica económica tradicional y representa una nueva forma de poder, ya que estos algoritmos tienen la capacidad de moldear el comportamiento humano a gran escala. Cuando la cantidad de datos es abrumadora, incluso para la NSA (National Security Agency), son necesarios otros sistemas para que estos se transformen en información valiosa. Peter Thiel, co creador de PayPal, es el dueño de una empresa muy polémica, Palantir, una empresa de big data que al principio hizo espionaje para EEUU y se sospecha que prepara herramientas para manipular a la opinión pública.
LA CONSIGNA DE LA SEGURIDAD
The New York Times denunció que Palantir colaboró con Cambridge Analytica en la construcción de los modelos que se utilizaron para hacer los perfiles de 50 millones de usuarios de Facebook con el fin de promocionar a Trump en la campaña de 2016, aunque la empresa sostiene que se trató de la iniciativa personal de un exempleado.
En Europa preocupa el modelo que exporta Palantir, el de la “policía predictiva”, cruzando todos los datos de esa estela diaria que cada persona deja en la Red: el historial de búsquedas, las noticias que lee, las series que ve, sus compras, viajes, comidas, preferencias sexuales, enfermedades… e integrarlo todo en una gran carpeta, mitad biografía, mitad ficha policial. Una ficha que informará si la persona delinquió y además si alguna vez, según Palantir, lo hará.
Dice Clarissa Véliz en el libro Privacidad es poder: “Por lo menos tres elementos jugaron un papel en la erosión de nuestra privacidad: el descubrimiento de la alta rentabilidad que se podía obtener de los datos personales resultantes de nuestras vidas digitales, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la errónea creencia de que la privacidad es un valor obsoleto.”
Luego del 11-S, la consigna central del gobierno norteamericano fue la seguridad, con la Ley Patriot se instauró un programa de cribado terrorista y una serie de medidas aumentando la vigilancia sin orden judicial. Las agencias de inteligencia ampliaron su poder obteniendo los datos personales que las empresas tecnológicas recopilaban.
Lo que hoy conocemos sobre vigilancia masiva fueron las revelaciones de Edward Snowden, tan impresionante como espiar a presidentes de otros países. Los servicios de inteligencia no tienen amigos, solo intereses.
La pérdida de la privacidad no sirvió para prevenir el terrorismo, pero si bien muchos de nosotros no seremos “personas de interés”, la metodología debe preocuparnos.
En el libro Los ingenieros del caos, su autor, Giuliano Da Empoli, intenta reconstruir desde una perspectiva científica, política e histórica la génesis de los científicos de datos y estrategas políticos que llevaron a los partidos populistas a alzarse con el poder de las mayores economías del mundo.
El autor analiza cómo las redes sociales y los teléfonos inteligentes influyen en el comportamiento y la psicología de los usuarios, y cómo esto puede tener implicaciones políticas significativas.
- Adicción y manipulación psicológica: Las redes sociales utilizan un sistema que refuerza el ciclo de adicción mediante la entrega de dopamina en cada “me gusta” y la personalización del contenido basado en perfiles psicológicos individuales.
- Impacto emocional y político: El contenido emocional en las redes sociales puede amplificar emociones como la ira, movilizando a las masas para apoyar causas políticas, como se observó en la votación del Brexit.
- Manipulación y falta de conciencia: Los ingenieros del caos manipulan a los votantes sin que estos se den cuenta, creando una forma de control similar a una dictadura, pero con los instigadores permaneciendo en la sombra.
LA NECESIDAD DE INTELIGENCIA
La toma de decisiones sobre la recopilación y el uso de datos deben estar bajo el control del ciudadano, dentro del marco de la gobernabilidad democrática.
La forma de evitar que el espacio digital se transforme en una zona sin ley y gobierno, será construyendo la normativa necesaria y auditando su cumplimiento, como con tantos otros temas a lo largo de la historia.
“Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”, reza una antigua maldición china. La maldición viene a decir, ojalá te arrastre la espiral de acontecimientos que tengas que vivir y no tengas paz nunca. Estamos en ese lugar.
Una época de grandes desafíos, no solo en el ámbito individual, sino también en el colectivo. Deberemos analizar muchos temas, para que nuestra privacidad y las estrategias psicológicas no sirvan para la alimentación de todos los odios posibles, pensando estructuras y protecciones en una evolución cada vez más acelerada y diversa, donde deberemos explicitar los derechos en condiciones cambiantes.
Necesitamos y necesitaremos mucha inteligencia humana.