CONVENCIONES SOCIALES QUE SE FUERON SIN DECIR ADIÓS
Por Leticia Maqueda
En los años 50 y 60, en nuestra ciudad pequeña, tenía la vida social pautas de convivencia que venían de antaño y que cumplíamos, la mayoría de las veces sin cuestionar.
Ellas establecían lo que era socialmente correcto y lo que no lo era, y pautaban aquellos acontecimientos que tenían que ver con la vida y con la muerte.
Juegos de infancia, comportamientos sociales, noviazgos, casamientos, lutos, todo tenía reglas que la sociedad respetaba. Se vivía en familia y allí aprendías a cumplirlas sobre la base del respeto a los mayores y el reconocimiento de su autoridad.
Los juegos infantiles tenían ámbitos claramente definidos para cada sexo. Las niñas imitaban en sus juegos a las mujeres mayores que veían en el contexto social que las rodeaba.
Se jugaba a las muñecas, a la mamá, a realizar tareas de la casa con muebles y enseres diminutos, a las visitas, a la maestra y cuando eran juegos grupales, a saltar a la cuerda, al Martín pescador, la Farolera, la Víbora del Amor, el anillito, al pisa pisuela y tantos otros juegos de patio que se consideraban “de niñas”.
Los varones tenían un campo de acción más amplio, jugaban a remontar barriletes, al rango, a la pelota, a las bolitas, a las carreras de autitos, coleccionaban figuritas y muchos otros juegos más.
A veces los dos mundos se encontraban en juegos compartidos, sobre todo si tenías hermanos varones, entonces la policía salvada, el trepar a los árboles y subirse a un techo para tirar cosas a la gente que pasaba por la vereda eran aventuras divertidas. Si en la cuadra vivían otros chicos con los que hacer barra, se compartían juegos que la inventiva sugería y que requerían de la participación de los dos sexos.
Otras veces los juegos compartidos se trasladaban a la vereda como cuando de jugar a la escondida al atardecer se trataba, o bien para andar en bicicleta, monopatín, sulkyciclo y en patines.
En otras ocasiones los juegos unían a chicos y chicas, pero eran mundos separados con reglas propias.
Los niños éramos niños hasta aproximadamente los 12 años y el mundo de los adultos, era ese espacio vedado que mirábamos tras el cristal de la ilusión de ser un día como ellos. Ese día tan ansiado llegaba cuando terminabas la primaria y finalmente pasabas a un mundo más adulto.
¡Primer año de la secundaria cómo lo soñábamos! Alcanzarlo era llegar al primer ritual que marcaba el fin de la niñez: los varones estrenaban oficialmente el pantalón largo y las chicas abandonábamos los zoquetes para pasar a usar las medias de nylon tres cuartas transparentes. ¡Qué adultos nos sentíamos habiendo pasado ese primer ritual!, ya nada era lo mismo.
A las chicas no se nos permitía maquillaje alguno, por lo que a escondidas marcábamos los ojos apenas antes de ir a la plaza o a alguna otra salida. El hecho de que se nos vedaran tantas cosas, hacía que las ansiáramos con intensidad y cuando las alcanzábamos las disfrutábamos intensamente.
Con la entrada en la adolescencia comenzaban las pequeñas reuniones en casas de familia bajo la rigurosa vigilancia y compañía de los padres. Existían entre varones y mujeres códigos de respeto. Nunca los varones decían groserías en presencia de las chicas y tampoco se emborrachaban ante ellas.
Cumplir 15 años marcaba el inicio de una nueva etapa. Se festejaba por lo general con una fiesta importante que no tenía toda la producción de los cumpleaños actuales, sino que eran más sencillas y se realizaban en la casa.
Los varones concurrían vestidos de traje y con un regalo que por lo general era un ramo de flores. La homenajeada con vestido de fiesta calzaba por primera vez los ansiados zapatos de taco de 3 cm de alto que era el permitido.
El baile del vals con su padre para dar inicio a la fiesta, tenía un fuerte contenido simbólico, públicamente indicaba que contaba con autorización para concurrir a fiestas y bailes. Este ritual iniciático ha perdurado hasta hoy pero vaciado de su significado simbólico.
Esta era también la etapa de los primeros enamoramientos y noviazgos que tenían un trayecto largo hasta su reconocimiento oficial.
Comenzaban con la “declaración” que el varón hacía a una chica cuando se había enamorado de ella, se le “declaraba” y así decíamos: “…se le declaró”.
Seguramente, a la distancia, quienes lo vivimos, lo recordemos con una sonrisa o con una carcajada si viene a la mente alguna anécdota de estas declaraciones.
Por lo general, las chicas sabían cuándo iba a producirse este acontecimiento y en algunos casos hasta ¡se ensayaba! con las amigas de qué modo iba a responder. No estaba “bien visto” dar el sí en forma inmediata, por lo que se tomaban unos días para dar la respuesta, aunque de antemano se supiera que iba a ser afirmativa.
Cuando esto ocurría “ya andaban” y esto daba permiso para tomar la mano, algunos besos a escondidas, cartitas enviadas a través de algún mensajero o mensajera, y las cosas por lo general, no pasaban de ahí.
Cuando la relación se hacía más seria “el festejante” como decían graciosamente nuestras abuelas, era recibido en la casa de la “festejada” y entonces el noviazgo se reconocía como oficial. Si la relación continuaba con perspectiva de casamiento, llegaba el compromiso matrimonial formal con entrega de anillo y muchas veces este acontecimiento era acompañado por una reunión social. Este era el paso previo a la boda.
En aquel entonces, si bien estaba consolidada la idea de que concluido el secundario era importante que las mujeres continuaran los estudios y tuvieran una carrera, existía fuertemente arraigada la pauta social de que el destino primero de la mujer era casarse y formar un hogar. La carrera era algo accesorio y muchas veces estaba la presión familiar de que la carrera que se eligiera, tenía que ser compatible con las funciones de esposa y madre.
Por esta pauta tan arraigada, muchas se casaban con enorme ilusión al concluir la escuela secundaria. Otras ingresaban a estudiar alguna carrera hasta que se ponían de novias y dejaban los estudios al casarse cumpliendo de este modo con el mandato social y en mayor número estaban las que priorizaban concluir la carrera que habían iniciado.
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El casamiento era un compromiso muy serio y definitivo, y ya fuera acompañado por el componente sacramental, o solo por el civil, en ambos casos era pensado para toda la vida.
La separación ocurría en casos extremos y el divorcio era algo que no existía como posibilidad en nuestra sociedad, unos pocos lo hacían vía México.
El duelo por la muerte de algún familiar conllevaba el luto, manifestación pública del dolor. En aquellos años este era todavía una convención vigente, aunque los jóvenes ya habían comenzado a resistirlo.
De acuerdo a quien fallecía era la extensión y característica del luto. Si el fallecido era un niño no se permitía el uso del color rojo en la ropa por un año.
Si los fallecidos eran los abuelos, la norma establecía por el término de un año el uso del negro y gris. Si era un hermano, marido o esposa el luto duraba un año con restricción de salidas y vestimentas negras, a lo que seguía el “medio luto” por el término de 6 meses en los que se utilizaba ropa negra combinada con blanca o gris.
Los hombres llevaban una faja negra pegada en la manga de los sacos que indicaba la situación. Aunque hoy nos parezca increíble, existían pequeños manuales en los que se especificaban claramente estas y otras normas sociales.
A mediados de la década de los años 60, estas y muchas otras convenciones sociales cayeron en desuso porque a pesar de que los cambios llegaban en forma tardía, San Luis no quedó ajeno a los mismos.
Una enorme revolución cultural sacudió por entonces al mundo y abarcó todos los planos la vida individual y social.
Cuando esto ocurrió, los que por ese entonces nos estábamos asomando a la juventud, vimos como el mundo en el que habíamos crecido con sus normas y valores se derrumbaba. Nos habían educado de un modo y tuvimos que enfrentar la vida de otro.
Fue como saltar sin red a lo desconocido, teniendo que construir pautas diferentes para vivir en un nuevo orden social y cultural.
Cada uno lo hizo como pudo, unos se aferraron a las viejas pautas y vivieron refugiados en ellas. Otros salieron con el solo ropaje de sus ideales a luchar por un orden social más justo, algunos de ellos murieron o quedaron para siempre lastimados en el intento.
Los que se habían casado muy jóvenes, muchos se separaron y se animaron a iniciar una nueva vida, otros buscaron la libertad de la aventura de recorrer el mundo o de realizarse en el ejercicio de su vocación.
De un modo u otro fue difícil para todos. Con la música de Los Beatles en los oídos, las proclamas que llegaban de Europa reclamando “la imaginación al poder”, el movimiento hippie que invitaba a “hacer el amor y no la guerra”, las minifaldas y los pantalones Oxford, nos despojamos de las viejas convenciones y tratamos de vivir la vida alejados de los viejos mandatos sociales y familiares.
Hoy en el otoño de la vida, los que vivimos aquel mundo, recordamos las cosas buenas que ocurrieron en el tiempo lejano e ingenuo de la infancia y adolescencia y cuando estas vienen en el río manso de la memoria, nos traen un aire con perfume a primavera.
Aquellas pautas y valores en los que crecimos ¿se fueron totalmente o algunos se quedaron desdibujados dando vueltas para ayudarnos a enfrentar lo que después vivimos?
La respuesta de cada uno será diferente según su circunstancia, pero cuando miramos a través del tiempo, la vida que fue entre las cuatro avenidas de la ciudad pequeña, una sonrisa en nuestro rostro se dibuja al recordarla.
Que lejos quedó todo ese mundo, esa forma de vivir! La extraño, sobre todo esa libertad q se tenía siendo niño/a para crecer y jugar en la vereda, en la plaza. No tenìamos muchas cosas.Pero sobraba espacio, tiempo, libertad.
Creo Lety no te quedó nada bajo el escritorio. Buen manejo del plumín cervantino, el secante y el tintero involcable.
No fue “volver a los 17”…me invitaste a un recorrido exacto, nítido, perfecto, de lo que fueron aquellos tiempos! Como te dije, me dejaste nostalgiosa amiga!
Felicitaciones Leticia por rememorar los tiempos pasados que recordamos con muchas nostalgias, gracias por todas las notas escritas, tan explícitas que dá la sensación de estar vivièndolas…