LEVO TRISTÁN
Por Jorge Sallenave
LLEGADA AL NORTE
Durante el trayecto a su nuevo destino, se puso a pensar en su nombre. Ni siquiera estaba seguro de su nombre verdadero. En el orfelinato lo bautizaron de mil formas, en varios casos ofensivas. Cuando lo adoptaron le dieron el nombre de Aldo, porque la esposa del adoptante siempre soñó con tener un hijo de ese nombre.
Al ser designado por el banco le requirieron un documento expedido por el Registro Civil para consignar sus datos.
Gracias a la colaboración de una empleada de esa oficina, él se bautizó Gumersindo Arias y desde ese entonces aplicó su nombre cada vez que le era requerido.
Llegó por la mañana a Levo Tristán, el pueblo que había elegido para alejarse lo más posible.
El pueblo Levo Tristán no llegaba a diez rancheríos. La poca gente que vivía allí debía ser pobre. Se detuvo en una especie de almacén al que la población recurría para adquirir lo indispensable. Un hombre que orillaba los 60 años lo atendió. Gumersindo le pidió que lo aconsejara para obtener una cabaña aún más pobre de las que exhibía el pueblo.
El hombre le contestó que muy próximo a la selva, él poseía una vivienda de esa naturaleza y por el aspecto que Gumersindo tenía supuso que el precio que él cobraba le vendría bien.
El hombre cerró el negocio y le dijo que lo acompañaría a verla para decidir si era lo que estaba en sus planes.
Así lo hizo, y la casucha le pareció a Gumersindo que era el mejor lugar, si lo que quería era estar solo, sin perjuicio de las roturas que se veían y el mal estado general.
Allí mismo se pusieron de acuerdo en el precio y le abonó el primer mes de alquiler.
— ¿Qué hay después de la selva? —preguntó Gumersindo.
—Más selva, pero debe tener en cuenta que ni bien atraviesa el inmenso río se encuentra en la frontera de otro país.
—No pienso moverme de aquí por muchos años. ¿Cómo se llama usted?
El hombre se sacó el sombrero y respondió:
—Me dicen el Pelado. Se dará cuenta por qué.
—Mi nombre es Gumersindo.
—Es difícil.
—No bien se acostumbre me llamará como si fuera Pedro o tal vez Aldo.
—A mí me interesa que vaya a mi negocio a comprar. En realidad, será difícil que vaya a otra parte, estamos en el mismo traste del país. Por ahora acomódese en su nueva casa. Yo tengo que ir a atender el negocio. No se demore en pagarme porque me encargaré de sacarlo yo mismo.
Ni bien el Pelado se fue, Gumersindo se encargó de bajar su escasa ropa y las cajas de comestibles que había comprado en cantidad porque suponía que en Levo Tristán los precios serían más altos. También se fijó en la fecha de vencimiento porque eligió comestibles y latas con suficiente tiempo para que le duraran un año o más, por lo que dejó fuera de la compra los productos que vencían en días o meses.
Finalizado este trabajo se dedicó a limpiar la casucha, en especial de los bichos que abundaban. Con los cartones de las cajas cubrió los agujeros del techo, suponiendo que los cartones no cubrirían sin más, fue hasta el pueblo para comprar plástico y no pudo evitar caer en el negocio del Pelado.
— ¡No creí que lo vería tan pronto! —dijo el comerciante.
—Estoy arreglando los agujeros del techo de la mansión que me alquiló. Viendo el resto de las casas supongo que tendrá plástico.
—No mucho, pero algo tengo. En Levo Tristán cubren los agujeros con las hojas de los árboles que cortan de la selva, con una base de palmeras. Siempre y cuando no dejen los agujeros sin tapar, la gente se acostumbra.
—Me pregunto qué lo llevó a poner este negocio en este pueblo.
—En primer lugar, tengo una clientela cautiva. Solo es necesario saber qué consumen. Además del país vecino también compran, porque a los pobres el cambio los favorece. También es necesario conocer lo que vienen a comprar.
— ¿No existen policías que cubren el paso?
—Por supuesto que sí, pero si comparten parte de la compra los dejan pasar.
— ¿Me muestra el plástico?
—Con gusto.
—Tenga presente que no manejo dinero fuerte y que alquilo su choza. Si me trata bien, alquilaré por años.
—Descuéntelo. Hasta estoy dispuesto a traerle diarios, por si le gusta leer. Le aclaro que le llegarán tarde, dos o tres días, a veces algo más.
—No me interesa leer. En especial sin son del país. Hablaban de la peste y de violación, no vine a este lugar para que me llenen la cabeza con esos temas.
—Eligió bien. En Levo Tristán las personas no saben leer y menos aún hablan de política. Nadie viene aquí por más que las elecciones estén próximas.
—Mejor así.
—No me tome a mal, pero quiero preguntarle si le llaman la atención las mujeres. Se lo pregunto porque aquí son accesibles. Se dará cuenta apenas conozca a los habitantes femeninos de Levo Tristán.
—Por el momento no está en mis necesidades.
—Puedo recomendarle una que no cobra caro y sabe desempeñar su tarea.
—Pasemos a la mercadería que me ofrece.
—Se trata de una buena mujer. Cuando se inició en su trabajo no tenía más de diecisiete años. Quedó preñada un año más tarde.
— ¿Piensa contarme su vida? —preguntó Gumersindo.
—No es mala idea, nunca se sabe cuándo tendrá necesidades. Gracias a Silvia, ese es su nombre, aprendí a elegir condones.
—Quiso decir preservativos.
—Condones se los llama ¡y qué! De su embarazo nacieron dos varoncitos que tendrán cinco años, Jorge y Alfredo. Ella no se embarazó más. Vive en el sur del pueblo, en una choza pegada a la selva. Su trabajo le permite criar a sus hijos y ella hace lo que debe hacer.
—Los plásticos —insistió Gumersindo.
—Los saco del depósito y se los traigo.
(Segunda entrega)
Levo Tristán es el último cuento del escritor sanluiseño y referente de las letras puntanas, Jorge Sallenave. Será publicado, en exclusiva, en La Opinión y La Voz del Sud durante 9 entregas todos los domingos desde el 13 de septiembre. La historia esta vez no transcurre en San Luis y Jorge prefiere que sea cada lector quien imagine el lugar.
Como tantas veces en la vida, las personas necesitan que alguien los salve y salvar a otros, en estos vaivenes, ni la “mala suerte” derrumba la esperanza.
En tiempos de pandemia Sallenave continúa escribiendo y es algo para celebrar.
Me encanta como nos lleva en este viaje el escritor y su personaje con esos conflictos existenciales que no pierden la ternura
Me encanta esta historia y las imágenes
Me encantó el ritmo en los diálogos.