LEVO TRISTÁN
Por Jorge Sallenave
CECIL ACONSEJA
Dos meses más tarde, Gumersindo fue a visitar a Cecil para que el maestro le comentara cómo andaban Jorge y Alfredo. Cecil parecía que no se había cambiado el guardapolvo y los inmensos bigotes lucían desprolijos. Lo recibió en el aula que usaba para dar clases.
—Los niños son vivarachos. ¡No quiera saber lo que han aprendido en tan corto tiempo!, cosa que no sucede con los escasos alumnos que tengo.
—Me da una buena noticia.
—No sé si tan buena señor Gumersindo, porque estudiar en mi país carece de objetivos claros. Fíjese en mi caso. Soy maestro desde hace años, cobro una miseria y ni hablar de ascender, acá, como debe suceder en su país, solo tiene valor jugar al fútbol y saberlo hacer bien. Sobre el particular, le diré que sus niños son más que hábiles con la pelota. Si yo tuviera esas perlitas, ni loco los hago estudiar. Los dedico al fútbol. ¡Quién le dice que los dos o al menos uno de ellos, consiga un contrato en Europa o bien en un club de primera!
—No se ofenda Cecil, pero mi interés es más modesto. Que tengan conocimientos básicos y puedan darse vuelta.
—Usted lo decide señor Gumersindo, pero tenga presente lo que le he dicho. Tengo té de unas plantas recogidas en la selva ¿quiere tomar uno?
—Supongo que si usted lo toma yo también puedo hacerlo sin peligro de una descompostura.
Conversaron media hora, de fútbol, se entiende. Gumersindo se dio el lujo de hacerle una broma.
—Con su estado físico y años no me parece que su futuro esté en un estadio.
—Jamás supe jugar bien. No se me ocurrirá ahora.
Toby los esperaba en la canoa e iniciaron el regreso sabiendo que les llevaría tiempo llegar a la cabaña, porque los monos se habían encariñado con los niños.
A llegar a la casa, los hijos de Silvia le dijeron a Gumer si podían hacerle una pregunta.
—En este caso queremos que no te molestés. Lo hemos hablado mucho.
—¡Métanle que debo cocinar!
—Queremos llamarte papá —comentaron los niños y se quedaron mudos.
—No tengo inconveniente. Me llena de orgullo que lo propongan.
Los hijos de Silvia se acercaron y le dieron un beso. Gumersindo los abrazó. Apenas se separaron, Jorge lo interrogó sobre si notaba que la madre había cambiado el carácter desde que vivía en la cabaña.
SILVIA ENCUENTRA UN CANDIDATO
Gumer y los niños cenaron solos, hecho que molestó al hombre porque Silvia debía avisarle si salía a trabajar. Llegó cuando los tres terminaban de comer. Su presencia les llamó la atención porque tenía un vestido nuevo y se había peinado. Jorge dijo por lo bajo que su mamá se veía bonita.
Al quedar sola la pareja, Gumersindo le preguntó si el Pelado tenía algo que ver con el vestido.
—Sí —respondió Silvia—, me lo regaló.
—¿Y el peinado?
—Una anciana que vos no conocés, pero años atrás, antes de llegar al pueblo, se ocupaba de peluquería.
—¿También fue un regalo?
—A medias, porque le di unos pesos por el trabajo, aunque ella no me los pidió.
—¿A qué se debe el cambio? Te ves linda.
—A tu consejo. Buscar el tipo adecuado y cobrarle mejor.
—¿Lo conseguiste?
—Eso creo. También tuvo que ver el Pela. Apareció un cliente por su negocio con un autazo. Luego de comprarle algunas cosas, le preguntó si conocía a una joven pasable y dispuesta a pasar la noche con él, porque a la madrugada del día siguiente debía ir al vecino país.
—Si aquí no hay hoteles ¿dónde pasará la noche?
—De nuevo el Pela fue quien tomó las riendas. Le propuso que se quedara en el negocio. Él se ocupaba de colocar una cama de dos plazas, limpiar el baño y dejarle algo para comer —respondió Silvia.
—¿Gratis?
—Le cobró bien y el hombre no protestó.
—¿Algo más hizo el Pela?
—Me advirtió que el tipo tenía pinta de pistolero. Que me cuidara. Tal vez alguien dedicado a traficar droga.
—¿Cuándo sucederá? —preguntó Gumer.
—Esta noche. Regresaré al amanecer.
—Te felicito.
—Felicitame si termina bien. El riesgo debo tomarlo. Tu opinión me convenció.
Gumersindo al acostarse se preguntó si su idea no provenía de la mala suerte a la que hacía tiempo que no veía. Después pidió que a Silvia le fuera bien y se quedó dormido sin tener malos pensamientos.
Quien lo despertó fue Silvia. Vestía de la misma forma que la viera la noche anterior.
—¿Qué hacés? —preguntó, restregándose los ojos—. Todavía no amanece. ¿Te pasó algo?
—¡Ya lo creo! —buscó en uno de sus bolsillos y sacó un billete de mil.
—¿Y esto?
—Lo que pagó el tipo.
—¿Sabés los años que hace que no veo un billete de este valor? Ese hombre es delincuente o millonario.
—Me inclino por la primera opción. Lo guardaré en el envase de lata. Podés usarlo si lo necesitás. No tenés que rendirme cuentas. Como si fueran tuyos.
—Es tu trabajo Silvia. Solo te pertenece a vos.
(8va entrega)
Levo Tristán es el último cuento del escritor sanluiseño y referente de las letras puntanas, Jorge Sallenave. Será publicado, en exclusiva, en La Opinión y La Voz del Sud durante 9 entregas todos los domingos en el semanario papel desde el 13 de septiembre. La historia esta vez no transcurre en San Luis y Jorge prefiere que sea cada lector quien imagine el lugar.
Como tantas veces en la vida, las personas necesitan que alguien los salve y salvar a otros, en estos vaivenes, ni la “mala suerte” derrumba la esperanza.
En tiempos de pandemia Sallenave continúa escribiendo y es algo para celebrar.
Dejamos aquí los accesos a otras entregas por si te lo perdiste o querés releer.