MEMORIAS DE NAVIDAD
Por Leticia Maqueda
El mes de diciembre ha llegado con su ajetreo. El calor agobiante nos acompaña en este tiempo en el que parece que es preciso cerrar todo lo que venimos haciendo. Concluyen actividades, este año en forma rara, con protocolos que nos ordenan la vida en pandemia y en medio de ello, silenciosamente, prendiendo cada domingo una vela que preanuncia la llegada de la Luz, el tiempo de Adviento nos conduce hacia la Navidad.
Es 8 de diciembre, día de la Virgen. La radio y la televisión en sus programas matinales hablan en tono festivo y confuso del armado, en esta fecha, del arbolito de Navidad. En la ciudad, la fiesta ya se preanuncia en negocios y lugares que se visten con ropajes navideños.
Recupero del cuarto de las cosas que no se usan, las cajas que contienen los símbolos de la Navidad. Las abro y voy sacando, el árbol, sus adornos y las piezas del viejo pesebre familiar. La casita nevada de madera, y las figuras más antiguas que el afecto ha resguardado del olvido.
Una imagen de la Virgen de factura antigua, algo descascarada donde el manto hace un doblez, el San José en igual condición y el Niño que va en su cuna de pajas. Los contemplo y ellos me traen el recuerdo de tantas Navidades vividas.
Mi memoria me lleva a las de la infancia, aquellas de los años 50 y 60 cuando San Luis era una ciudad pequeña en la que sus habitantes disfrutaban a pleno de la sencillez de sus celebraciones.
La Navidad era en aquel tiempo una fiesta religiosa con profundo sentido de celebración familiar. El clima navideño se vivía fundamentalmente puertas adentro y, los que entonces éramos niños, esperábamos expectantes esa fecha en la que armábamos el pesebre, en el suelo, sobre una mesa, o en el interior de una de las estufas de leña.
Imaginábamos las montañas y las armábamos con libros apilados en diferentes alturas que cubríamos con papel madera humedecido y arrugado, al que luego rociábamos con harina para simular la nieve. Luego colocábamos las figuras que nos narraban la historia que marcó la vida de la Humanidad.
Mientras lo hacíamos, la revivíamos y discutíamos los lugares de los personajes, aquí los pastores con sus ovejas y ofrendas, la cuna con paja, la Virgen y San José adentro de la casita, el buey y el asno en la puerta. A lo lejos, en las montañas poníamos los reyes magos con sus camellos, porque ellos llegaban más tarde. Lo armábamos pero no poníamos en las pajas al Niño porque éste nacía el día 25, y colocarlo en la noche del 24 a las 12 tenía todo un sentido simbólico.
Al lado del pesebre, el arbolito, que adornábamos con los elementos que teníamos. Estaban las bolitas que eran de un vidrio muy delgado y frágil, la mayoría de color rojo brillante imitando manzanas, pero que también adquirían otras formas. Se rompían con la torpeza de nuestras manos infantiles y no siempre se compraban en cantidad para reponerlas.
Armábamos el arbolito con cintas plateadas, las bolitas y otros adornos. Arbolito humilde pero que igual nos deslumbraba.
El 24 a la noche, la familia se reunía para la celebración. Era una fiesta familiar, a veces ampliada con abuelos, tíos y primos, pero en un marco no costoso y de simplicidad.
La mesa navideña nos esperaba con el infaltable vitel toné, la ensalada rusa, los huevos rellenos, ensalada de pollo y alguna vez lechón, en la jarra de cristal, el infaltable clericó. La bebida del brindis, que se acompañaba con pan dulce y algunos turrones, era la sidra bien helada.
A las 12 de la noche se brindaba, cantábamos villancicos y los niños teníamos los ojos puestos con impaciencia en los misteriosos paquetes que estaban semiescondidos al pie del pesebre. Eran los regalos que el Niño Dios nos traía. No eran muchos, apenas uno para cada uno, regalos no costosos pero ¡qué alegría enorme teníamos al recibirlos!
Los adultos también se regalaban mutuamente, pequeñas cosas como manifestación de afecto. El brindis era expresión de cariño traducido en abrazos y copas levantadas con el deseo de una feliz Navidad. Después en el patio, encendíamos las estrellitas, los cuetes, los busca pie, las cañitas voladoras y a veces algún humilde fuego artificial.
Fiesta de afectos en torno al Niño Dios que nacía. ¡Qué felices éramos entonces en esta celebración!
Con el paso del tiempo, ya en los años 60, algunas costumbres comenzaron a cambiar en nuestro pequeño mundo provinciano.
Fue haciéndose cada vez más fuerte entre nosotros un personaje que provenía de la cultura anglo- sajona. Su figura respondía a tradiciones muy antiguas de esos países y en ellos era muy popular. Si bien ya teníamos conocimiento de él, su difusión masiva entre nosotros vino de la mano de la internacionalmente conocida empresa de gaseosas Coca Cola. Ella es la que lo inmortalizaría y lanzaría a la fama con las características iconográficas e histriónicas especiales con que hoy lo conocemos.
La imagen de un hombre corpulento de barba blanca con ropas y gorro rojo bordeado de piel blanca, que venía del Polo Norte en un trineo tirado por renos volando mágicamente por el cielo, aterrizó en nuestras pampas y en nuestra cultura tan ajena a su representación. Se llamaba Papá Noel, es decir Papá –Navidad, y según decían traía regalos para todos los niños. Había incluso que escribirle cartas pidiendo lo que se deseaba para que él lo tuviera en cuenta. Parece que en el Polo Norte el los fabricaba con la ayuda de duendes vestidos de verde y con gorros rojos, los duendes de la Navidad.
Su imagen impulsada por la gran firma comercial se instaló en todos los negocios, y la producción en serie de su figura invadió la ciudad. Aparecieron en las calles y en las puertas de lugares de venta, personas que, vestidas con sus ropajes invernales en los tórridos días de los veranos de estas latitudes, con una enorme bolsa y una campana en la mano, fortalecían comercialmente su popularidad.
Comenzó de este modo entre nosotros la utilización comercial de la Navidad. Con esta novedad, el Niño Jesús, origen y razón de ser de la celebración, se fue desdibujando en el corazón y en la mente de muchos niños y adultos entusiasmados con la figura de Papá Noel o Santa Claus que los emparentaba con otras culturas ajenas a la propia.
El arbolito de Navidad, adquirió en este traspaso cultural una mayor importancia, se cubrió de luces y sus adornos se hicieron más diversos y profusos. Las viejas bolitas de vidrio fueron reemplazadas por las de plástico que no se rompían.
Acaso sin buscarlo en esa misma década y como si fuera una impensada contrapartida, en 1965 llegó a nuestras manos un disco de vinilo. Lo habían grabado grandes artistas nuestros, la música era de Ariel Ramírez y la letra de las canciones de Felix Luna. Del lado A estaba la Misa Criolla y del B Navidad Nuestra. Esta magistral creación tomando las tradiciones criollas, rescataba con poesía y música propia de nuestra tierra y cultura, la historia milenaria de la Navidad con el sentido que el pueblo argentino siempre la había celebrado. No obstante, la fuerza de las grandes empresas que comercializaban la Navidad siguieron su camino de imposición cultural que no pudo detenerse.
Nosotros en nuestra comarca provinciana, mantuvimos durante mucho tiempo, aunque se filtrara el Papá Noel foráneo, la centralidad del Niño de Belén como eje de la celebración navideña.
En la década de los años 90, la industria china como un enorme tsunami inundó nuestras celebraciones.
De pronto en diciembre los negocios, la calle y las casas, se cubrieron de innumerables objetos navideños diferentes, flores, estrellas, cintas brillantes de colores, bolitas doradas y plateadas, luces de colores de múltiples diseños con los que se cubrían los árboles navideños cada vez más grandes.
El consumo adquirió fuerza y las compras de regalos algunos costosos, se multiplicaron como una obligación ineludible. Las cenas navideñas otrora sencillas, celebradas en la intimidad de los hogares, fueron adquiriendo nuevas formas.
La mesa navideña fue teniendo cada vez mas detalles decorativos, las comidas se hicieron más elaboradas, y el Champagne fue reemplazando en los hogares a la Sidra. Para muchos la Navidad dejó de ser celebración hogareña con sentido profundo, y se trasladó, transformada en una cena festiva con su identidad casi olvidada, a los restaurantes con su ambiente gregario y colorida decoración de muérdagos, bolitas navideñas, piñas plateadas y flores rojas.
El pesebre y el Niño que en el nace iluminando la Historia y trayendo la Paz, el Amor y el Bien a la Humanidad, fue quedando opacado entre múltiples adornos y decoraciones con los que se viste a una celebración a la que llaman Navidad.
De esta pérdida del sentido deviene en parte, la tristeza existencial y sensación de vacío y soledad que algunos sienten en este tiempo.
Mientras armo el pesebre y el árbol en las circunstancias actuales que a todos, de un modo u otro nos han cambiado, pienso que hoy más que nunca, sería bueno revivir el significado de la Navidad. Regresar a la frescura del origen de nuestras tradiciones colmadas de sentido. Renovar en nuestro corazón el misterio de la Navidad en su auténtico sentido y belleza serena.
Regresar al Pesebre, y como lo hiciéramos alguna vez en la infancia, colocar al Niño en su cuna de paja y de este modo recuperar la confianza clara y transparente que nos hacía esperar de sus pequeñas manos el don de la Vida, el regalo de Paz, Amor y Bien para toda la Humanidad. Ubicar en torno al Niño a los pastores con regalos propios de nuestra tierra, pan casero, quesito criollo, arrope y miel y la flor del cardón, y también como dicen nuestros villancicos, ramitos de “albahaca y cedrón, tomillo y laurel/ que el Niño se duerme al amanecer”.
Tal vez la contemplación de la humildad de los pastores que ofrendaban en la pobreza lo poco que tenían, nos reencuentre con los gestos de solidaridad, de acercamiento, de alegría, de buena voluntad que hacen la vida más plena.
El arbolito de Navidad con sus luces, representa al Árbol de la Vida que florece entre nosotros nuevamente con el Nacimiento esperado en un pobre pesebre. Podemos colgar en él como luces de estrellas, los dones que el Niño que nace nos regala, para que a través nuestro, se entreguen en una cadena de amor que alcance a todos los que nos rodean y a los que necesitan de ellos.
De este modo, con el corazón colmado de gratitud, sintiéndonos hermanos en la Noche Buena, podremos cantar jubilosos con la música y poesía de nuestra tierra que nos devela el misterio de la Navidad diciendo:
“Noche anunciada, noche de amor,
Dios ha nacido, pétalo y flor
todo es silencio y serenidad
Paz a los hombres, es Navidad”.
Sí, Leti. Así tal cual. Extraordinariamente contado el devenir en el tiempo. Sí, Leti, que haya PAZ, en Navidad y en cada día. Gracias por esta semblanza de los tiempos vividos. Feliz Navidad en el corazón de cada quien.
Me alegra Ana que te haya gustado. Feliz Navidad!!
Muy lindo Lety, tu escrito es un destello de luz para concluir un año oscuro. Las fiestas en esa época era el anuncio del reencuentro con nuestros amigos de las vacaciones. Feliz Navidad, te felicito
Gracias Guillo! me alegra que te haya gustado. ¡Feliz Navidad!
Lety hermoso el relato memorias de navidad!! Las cronicas del Trapiche en nuestra juventud fue precioso y muy nostalgico. Había tanto para seguir escribiendo…. recuerdo a Tota Smith y sus hijos. Mi madre tenia una profunda amistad con ella. Te felicito y segui adelante enviando tus escritos!!! Un cariño
Gracias Mary. Lo de Navidad me nació al ver de que modo se ha desvirtuado una celebración y quise recordar como la vivimos en San Luis cuando éramos niños y adolescentes. Cada uno tiene sus propios recuerdos pero existe un denominador común y ese es el que dispara la evocación a cada uno.
Me alegra que te gustara. Un beso y Feliz Navidad
Cuanta verdad,en tus memorias de la Navidad…todo ha cambiado,hoy ya no es así,será que nos hemos puesto grandes y añoramos lo que tan felices nos hicieron años pasados.Hermosas tus reflexiones