Expresiones de la Aldea, San Luis

Poeta entre pacientes

Amigo de Antonio Esteban Agüero y de Alejandro Nicotra, Enrique Menoyo, el lírico más premiado de Justo Daract trabajó además como dentista durante cuarenta años en esa ciudad ferroviaria. Entre la nostalgia y la reflexión, sus poemas aun hacen camino al andar

Por Matías Gómez

“Rindió la última materia con 29 años el día que nací yo, el 25 de noviembre del 1957. Consiguió un puesto como dentista ferroviario en Daract y al poco tiempo también de la provincia”, recordó emocionado su hijo Gustavo Menoyo, el menor entre sus hermanos, Antonio Enrique y Diego Alejandro.

“Tenía dos hermanos mayores que él y una hermana menor. Su madre falleció joven, cuando él tenía quince años y su hermana tres. Su padre español dos años después”, indicó.

“Mi papá abandonó el secundario y cuando se casó con Ana Teresa Fernández, a los 24 retoma los estudios y cursó odontología en la Universidad Nacional de Córdoba. Su padre, Cesáreo Menoyo había ejercido esa profesión con título terciario que, por principios del siglo pasado, daban en el Colegio del Monserrat en Córdoba. No se conservan sus escritos, fue un apasionado por la fotografía, tenía una amplia cultura y biblioteca”, agregó.

Su poema “Comprensión” parece irradiar todavía aquellos recuerdos:

 “Hay momentos donde la vida
 fermenta llamas alucinadas.
 Y al resplandor de ellas
 comprendemos el mundo.
 Entonces la muerte es otra imagen
 que no nos invierte el destino”.

Santiago Enrique Menoyo nació en Villa Dolores, el 20 de febrero de 1928.  Hasta los 61 vivió en Justo Daract, luego en Saldán (hasta los 72) y desde ahí con Gustavo en Córdoba hasta los 88. Una calle y una biblioteca llevan su nombre en la ciudad ferroviaria.

“Un año antes de ser odontólogo había recibido el primer premio de poesía provincial por su primer libro Retorno. Sus poemas, antes de 1957, se publicaban en el suplemento literario del diario La Prensa y La Nación de Buenos Aires, la Voz del Interior de Córdoba y La Capital de Rosario”, contó Gustavo.

“Ninguno de nosotros hemos publicado poesía, pero el amor por ella está presente en todos. El deseo de tomar el mundo y ponerlo en versos nace cuando tenía 10 años, su padre escribía, su madre pintaba. Él nació con un soplo en el corazón y la muerte de meses de una hermana, más el ser huérfano muy joven sin dudas marcó mucho su vida”, recordó.

“Enrique vivía en poesía, siempre se sintió parte de ella, repetía ´es sólo poéticamente como se puede cambiar el mundo´. ´el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa´. Escribía entre pacientes, muchas de sus poesías se encuentran en libros que estaba leyendo. O escribía en la cama”, precisó Gustavo.

Charlas y borradores entre amigos

Cuando mi papá se juntaba con escritores amigos como Nicotra y Agüero, pasaban horas leyendo, disfrutando. Muchas veces presencié esos encuentros de imágenes y poesía, de dura crítica, respeto mutuo, cariño, se reían como niños y abarcaban el universo en una frase”, destacó.

El poeta cordobés Alejandro Nicotra atesoró algunos recuerdos en su libro “Detrás, las calles” (Colección Adonais, Editorial Rialp, Madrid, 1971). “Juntos hemos realizado, en nuestra juventud, algunos viajes en su automóvil, acompañados, en ocasiones, por el entrañable poeta puntano Antonio Esteban Agüero. Viajes que, más allá de sus intereses circunstanciales, estaban alentados esencialmente por la amistad y la poesía”, cuenta Nicotra quien considera que esa obra además “alude tácitamente al motivo de un tema siempre actual en la Argentina, el de la pobreza”.

El periodista y reconocido académico, nacido en Sampacho que actualmente vive en Villa Dolores, le dedicó el poema “Rutas del norte”: “Encendí un cigarrillo y recordaste, Enrique, / unos versos remotos de Machado/ que escuché sólo a medias, porque de pronto/ la tarde se dio vuelta y en un bar (¿de qué tiempo?) / entre el iris de humo, de música, de alcoholes, / otra vez unos ojos, una voz/ otra vez: vivas imágenes”.

El poeta Agüero prologó el cuarto libro de Menoyo, Afán de vida (1969). “Con Agüero había un gran cariño, se jugaban bromas, se tenían un gran respeto, viajaron muchas veces juntos. Cuando Antonio grabó su disco en Buenos Aires fueron juntos. Muchas veces paramos en su casa, muchas venía Tonito a la nuestra”, repasó Gustavo.

Protagonista de la generación dorada del 40´

En la obra “Pequeña historia de las letras puntanas”, publicada en 1986, María Delia Gatica de Montiveros subraya la proyección que tuvieron los autores serranos debido a la participación en revistas y a la creación de la filial puntana de la Sociedad Argentina de Escritores.

“Aunque salvo contados casos los escritores puntanos no se inscribieron en las escuelas literarias, sin duda recibieron influencias, acaso muy difusas, de los corifeos de la generación actuantes en la Capital Federal”, apunta.

“Mi papá ejerció su profesión con el objetivo de ayudar, de hacer el bien, también como docente, como miembro de su comunidad. Nunca quiso cargo político. Era el único profesional que invitaban a las reuniones gremiales ferroviarias y fue cofundador del colegio secundario (Teniente Manuel Félix Origone, escuela de Comercio) donde dio clases de literatura y anatomía. Él defendía la democracia y era fiel a sus principios”, indicó Gustavo que con su hermano Diego sufrieron persecuciones durante la dictadura.

De izquierda a derecha: Santiago Enrique Menoyo, Antonio Esteban Agüero, Alejandro Nicotra y María Delia Gatica de Montiveros.

Menoyo publicó los poemarios Retorno (1956), Los días (1960), Realidad Cautiva (1964), Afán de vida (1969), Destino (1975), Definiciones (1984), Continuidad (2003) y Antología poética (2007).

Sobre las oportunidades de publicación para un autor del interior, Gustavo describió: “Su primer libro fue un premio literario. Realidad Cautiva y Los Días, fueron publicados en imprentas mediante la revista Laurel (de la cual fue cofundador Alberto Díaz Bagú) y con alguna dificultad en el precio y distribución.

En cambio, para los otros libros ya tenía un mejor pasar y los costos eran menores. La antología fue a cargo del gobierno de San Luis y tiene prólogo de Hadandoniou quien resalta la paciencia y la humildad del autor, su memoria, la permanente corrección en busca de la expresión precisa, flotante”.

El poema “Canción” despliega esa resonancia.

“Estoy mirando el silencio/de la tarde. 
Empieza a jugar la sombra
 en las redes de los árboles.
 El pueblo se achica y sueña
en ventanas familiares. 
Oigo una campana. Siento
que el tiempo pasa distante. 
Con la estrella piso la noche
y vuelvo a mis soledades".

Destino poético

“Enrique veía con gran gusto el progreso científico. Conoció y vio virtudes de la conexión digital, aunque no las utilizó. El paso de la impresión de tipos a la offset primero, y a la actual lo impresionaron. No se sentaba a la máquina a que viniera la inspiración, escribía a mano en lo que tenía cerca. Y después pasaba a máquina. Han quedado muchos textos desordenados, están por todos lados y ´Destino´ está en mi mesa de luz, también el disco de Agüero está en el auto para los viajes”, dijo Gustavo.

Influido por Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Leopoldo Lugones, además de transmitir el pulso de la naturaleza, Menoyo también profundizó en el simbolismo español, ceñido a palabras sencillas, en un tono atrapante.

El poema “Doble imagen” reza:

“Entre los sueños y la realidad/ la vida hermosa y ardua. / Y tus ojos abiertos o cerrados/ verán la doble imagen, / unidas o separadas, con su luz y su sombra/ con su amor y su olvido, sin remedio”.

En el inicio del otoño de 2006, el poeta nos dijo adiós, pero la doble imagen que proyectan sus versos aún se multiplica.