Expresiones de la Aldea, San Luis

AÑOS DE VACAS GORDAS

Por Jorge O. Sallenave

—El Negro me mata y tu mamá Sarita, hace picadillo con lo que quede de mí.

—Presidente, no van a decir nada.

—No correré riesgos.

Y Miguel regresó, sin decir palabra y enojado.

Una anécdota trae otra.

El campeonato se jugaba en Neuquén. La pareja que representaba a San Luis estaba conformada por Rulo Muñoz y Bernabé Vera Ponce. El primer rival era accesible. La Rioja no se ha caracterizado por pelotaris de alto nivel competitivo. Dos hombres grandes, andarían por los cincuenta, devolviendo con empeño, esperando el error del equipo puntano, ganaron. Vera Ponce no lo podía creer, para decirlo claro, estaba más que caliente. Una y otra vez los desafiaba a los riojanos “por plata” decía. Los riojanos con la experiencia que les daban los años y el humor natural de su pueblo, contestaban:

—Seguro que nos ganan. Si nosotros no jugamos a la paleta. No había a quién mandar y nos engancharon. ¡Qué le vas a hacer Negro! De cada mil partidos podemos ganar uno si vos y Rulo se quiebran. Pero hoy perdieron. No hay revancha.

A Vera Ponce hubo que reemplazarlo en el partido siguiente.

¿Qué pasaba con el tenis?

Se nombró un profesor: Pitín Fernández. Oriundo de Villa Mercedes, ciudad que tenía alto nivel de tenis. Gracias a un médico de apellido Juricich, padre de dos hijos varones para quienes contrató un profesional que entrenaba en el Buenos Aires Lawn Tennis, a Norma Baylon, la mejor tenista argentina hasta que llegó Gabriela Sabatini. Fue ganadora de la triple corona y compitió en el exterior. Molla era el nombre del profesor, quien no dudó en establecerse en Villa Mercedes y en un año logró que uno de los hijos del médico fuera campeón argentino de menores.

En el club Gimnasia y Esgrima surgieron excelentes promesas: Eduardo Cozzolino, Perino, Ruta, Grillo, Roldán.

Entre ellos se destacó Cozzolino. Debía mejorar el saque, pero voleaba muy bien y sacaba un revés casi perfecto. Una contra. A veces, no siempre, le daba una amnesia breve cuando jugaba y era necesario que alguien lo hiciera regresar. Decirle que se encontraba jugando al tenis, en tal lugar, cómo iba el tanteador y cosas por el estilo.

Grillo, por su parte era dueño de un excelente estilo, pero no sentía al tenis con intensidad.

El mejor saque pertenecía a Perino y era agresivo en la red. Jugaba a pleno y fuerte, no cuidaba la pelota que perdía más allá de las líneas.

Roldán recién aparecía, pero tenía ambiciones. Las explotó a medias porque después se volcó al pádel donde obtuvo éxitos importantes.

A Pitín Fernández en pocos meses le faltaban horarios para enseñar a tantos alumnos y alumnas.

En ese nuevo club las fiestas ocuparon un lugar especial por dos motivos: aumentaban los ingresos y la asistencia masiva lograba un reconocimiento social.

Se realizaban no menos de cinco al año. Con el salón de planta baja no alcanzaba y se debía desmontar la reja de la cancha de pelota a paleta logrando así el doble de espacio.

Se fijaba una fecha para el próximo evento, con dos meses de antelación. Las entradas se vendían antes que se completara el primer mes. La fiesta consistía en una cena, presencia de números artísticos para finalizar con baile hasta que el sol aparecía. En algunos casos se rifaba un auto.

El destino juega en todo lugar. Cuando faltaban escasos días para el reemplazo presidencial se realizó la última cena de la comisión directiva saliente. Se rifaba un auto. Al llegar al sorteo el locutor cantó en primer lugar la centena, después la decena y se tomó un tiempo para cantar la unidad. Tiempo suficiente para que los presentes se preguntaran quienes poseían unidades del número. Solo dos personas porque no se habían vendido los restantes.

¿De quiénes se trataba?

Del presidente y Sonio Correa. El presidente le propuso a Sonio dividir el valor del vehículo.

—Lo siento —se negó Sonio, con aire formal y solemne, posición que adoptaba ante una situación seria—. Sueño con un auto. Si se lo lleva usted en buenas manos está, pero sé que seré favorecido.

Ganó Sonio Correa y pidió champagne para festejar.

Uno o dos años más tarde, regresando de Mendoza en el vehículo tuvo un accidente y falleció. ¿Hubieran sido distintas las cosas si aceptaba la división propuesta? Imposible saberlo.

Hasta el tenis de mesa (el otrora pimpón) logró resultados excelentes. Fue conducido por Jorge Escudero, un nuevo socio, que integró a su familia y se dedicó a dar clases. Sus hijos, Aostri, Ocampo y otros alcanzaron victorias resonantes.

Norma Baylon, ex tenista profesional Argentina que llegó a estar entre las cinco mejores jugadoras del mundo en la década de 1960.

En fin, que el club se había hecho grande y la familia puntana se daba cita en las instalaciones.

¿Quiénes conformaban su comisión directiva?

El presidente de quien no se habla porque se limitaba a ordenar las iniciativas que semana a semana traían los integrantes y el resto se arremangaba y trabajaba.

 Dr. Domingo Flores. Un abogado de prestigio, familiero, con varios años encima, reconocido político.

Alberto Villazón. Un intelectual. No poseía título. Tenía un cargo en el Hospital Provincial. Era casi un experto en psiquiatría. Sobre todo, era un lector constante. Su conocimiento y el dominio que tenía sobre el carácter lo hacían un permanente conciliador.

Favio Achinelli. Abogado. Durante parte de su vida se desempeñó como juez. Su trabajo en la justicia se seguía elogiando años más tarde que dejara el cargo. En sus manos estaba la tranquilidad jurídica de una institución que por ser tan grande requería de alguien que previera posibles problemas.

Antonio Valentini y Antonio Muñoz. Dos comerciantes importantes de la ciudad. Comercios vinculados a la construcción. Las obras que se realizaron en el club, importantes, costosas, fueron dirigidas por ellos. Cuando Antonio Muñoz se hizo cargo de la presidencia se fijó el objetivo de techar la cancha de básquet y lo logró a costa de perder mucho dinero.

Pinín Miotti. Adicto al tenis. Gestor. Fraterno en el trato con la gente. Incansable en peloteos que realizaba diariamente con Alberto Villazón y tiempo después con Favio Achinelli. Adicto a jugar metegol después de las cenas. En el pequeño mundo ciudadano algunos le decían el Saludador, por su costumbre de saludar a los que se cruzaba en la calle en forma ampulosa, con movimiento de brazos, llamándolos en un tono alto y si se daba los abrazaba preguntándoles por la familia, trabajo, salud, compenetrado en las respuestas que recibía, como si se tratara de frases de las que dependían su alegría y su tristeza. Encontraba la oportunidad para dar consejos, mientras mantenía la mano apoyada en el hombro del saludado con actitud fraternal. En su adolescencia fue cartero. Después se casó con una de las hijas de un concesionario de automóviles y este hecho le abrió un mundo nuevo. Ser gestor. Tenía otra actividad vinculada al deporte que practicaba: encordaba raquetas y en ese trabajo era único en San Luis.

José María Alva: un porteño que viniera a vivir a San Luis. El seudónimo: Caballo Loco, o Caballo a secas, ¿por qué? Por su carácter especial que por ahí se desbocaba y uno temía que se armara gran revuelo, pero nunca sucedió porque él seguía hablando en tono alto, mirada de loco, pero era incapaz de matar una mosca. Jugaba a la paleta, al tenis, a cualquier otro deporte. Malo en todos. Regular en paleta, se defendía como zaguero. En sus años de adolescente vivió en Buenos Aires. Cuando cursaba la secundaria se desbocó y le dijo a su padre que no iría más a la escuela. El padre dijo:

—Bueno, está bien —se volvió hacia su esposa y ordenó—: Mañana le ponés el despertador a las tres y media. Lo emplearé en la verdulería de un amigo mío.

Así fue. Solo dos semanas, porque Alva terminó con su desboque y rogó regresar a la escuela. Años después en San Luis fue viajante de comercio hasta que alquiló un local frente al sanatorio Rivadavia donde colocó un quiosco. Le fue bien salvo en las horas que le pedía a Sonio Correa que lo reemplazara. Sonio cubría el horario, pero mientras lo hacía no dejaba de comer unas masitas arrojando los envoltorios detrás de la heladera de cuatro puertas que se usaba para lácteos y gaseosas. Todo bien hasta que Alva decidió limpiar el negocio que incluyó correr los muebles. Detrás de la heladera encontró una montaña de envoltorios de las reconocidas masitas.

Hugo Pecorari, curiosamente también se había iniciado en el correo, pero después conoció a una hermosa mujer de apellido Fabré, cuyo padre poseía una importante papelería en la calle Junín frente a plaza Pringles. Al retirarse del negocio a Pecorari no le quedó alternativa que retirarse de su puesto para ayudar a su señora. En menos que canta el gallo se transformó en un comerciante de primera línea. El matrimonio deseó hasta los huesos tener descendientes, pero la vida dijo no. Se resignaron y fueron dos personas dispuestas a ayudar a los humildes y en especial a los niños de la calle.

(*) Tercera parte– Este texto forma parte del libro “Historias de San Luis: de gentes y de leyendas”.