Por Raquel Weinstock (*)

Grito hacia Roma

(…)
Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
(…)

Así escribía Federico García Lorca, el poeta fusilado.

Era bello, era distinto.

Pensaba diferente, en aquella España donde un pueblo lleva su nombre.

Inmortal en su palabra.

La intolerancia, la barbarie impidió, que no podamos, hoy, disfrutar de lo

que hubiera legado al mundo con su palabra.

Y uno, ve lejano ese tiempo, nos distrae nuestra breve historia cotidiana,

esa que nos presiente plasmados en la historia personal que nos define.

En ello, nos distraemos, no vemos los signos, las señales, de la respuesta social

que estructura un perfil sin horizonte.

Limitado, aceleradamente. Como si regaláramos nuestras libertades.

Y se hace necesario dar a la palabra su dimensión más profunda y amplia, creciendo en la voz de los otros, en el susurro, en el grito, en la mueca inaudible.

Comunicándonos como actores irrenunciables de la escena primitiva del encuentro.

Mejorarnos en la búsqueda. Atentos.

Perfeccionados, por el empirismo de las creaciones colectivas.

Atentos a las voces de los otros, redefiniendo los marcos referenciales de la solidaridad y la defensa de nuestros derechos. Reafirmando los fundamentos elementales, como el respeto por la individualidad de las ideas, sostenidos en la convicción que la paz y la tolerancia son la base de la convivencia social, eligiendo la recuperación cultural como punto de partida y la participación popular como elemento formador de esa cultura.

Preocupándonos, para reconocernos como argentinos para tener el valor de descubrirnos como país, como comunidad libre que decide cómo, cuándo y hacia dónde construimos el futuro.

Seguros que la verdad, y no las razones, es el único camino posible para encontrarnos y el basamento, indiscutido, que nos posibilitará asumirnos, manifestarnos libres y solidarios por nuestros niños, por nuestros jóvenes, quienes tienen el derecho al conocimiento, y no permitir que les abran las puertas de la violencia, sino los brazos de la contención social que se merecen.

(*) El 11 de septiembre se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Raquel Weinstock. La Opinión y La Voz del Sud la acercan a los lectores para seguir recordándola desde uno de los primeros escritos publicado el 8 de septiembre de 2012.