AÑOS DE VACAS GORDAS
Por Jorge O. Sallenave (*)
Silvio Gatica. Tenía aire de médico, así se le ocurría al presidente, siempre de traje, los anteojos y el bigote espeso le daban un aspecto de perenne seriedad. Gracias a él y al carácter inagotable de su esposa, la natación no tuvo límites. Preciso en sus razonamientos ante decisiones difíciles. Padre de esa niña que era una excelente nadadora.
Anahí Mera: la única integrante femenina de la comisión directiva. Una muchacha de 22 años, que ingresó al club por la natación donde formó un grupo de cadetes homogéneo, competitivo.
Al mismo tiempo solía ocuparse de diferentes eventos y colaboraba en la organización de las principales fiestas del club. Su juventud le permitía atraer a esas cenas con show incluido, a los socios jóvenes que de esa forma se sentían más integrados a la institución.
Kaika Araniz: un basquetbolista cerca de su retiro que el presidente había conocido algunos años atrás en un partido de básquet precisamente, que Gimnasia iba perdiendo por un simple faltando cinco segundos. Él tomó la pelota en su terreno y lanzó. El aliento se contuvo mientras la pelota volaba por los aires, fue una eternidad, hasta que la pelota ingresó limpia en la canasta. Tenía proyectos. El presidente, como era su costumbre, lo escuchó. Como integrante de la comisión directiva creó una escuela de básquet, ordenó las diferentes divisiones y compitió. Los menores, los infantiles, juveniles y mayores asistían a diferentes lugares de la zona Cuyo y en escaso tiempo, con la colaboración de los profesores fueron imbatibles en la provincia. Kaika sería quien entusiasmara a Antonio Muñoz para que construyera el estadio y las tribunas que muchos años después servirían de base a un equipo del Club Gimnasia y Esgrima que había absorbido a Pedernera Unidos. El GEPU que obtuviera la Liga Nacional en dos oportunidades. Logro que no perteneció a la comisión directiva de esos años de vacas gordas pero la referencia no daña.
Sonio Correa: de quien ya se ha escrito y se agrega: laborioso como una mula… ¿será cierto que las mulas trabajan mucho..? Ante la duda mejor decir. Sonio Correa por el club se deslomaba, o sea, trabajaba sin límites.
Estas personas con un objetivo común también, tuvieron tropiezos de diversa índole, como sucede en una obra ambiciosa que no se ejecuta en un día. El más perjudicial de los obstáculos nadie lo pudo prever y los involucrados en el conflicto no sacaron beneficio alguno que por otra parte nadie buscaba. La culpa fue del azar y del arrebato.
¿Qué sucedió?
Entre los viejos dirigentes había una persona que era muy querida por los socios: Julio Díaz. Vivía en una casa ubicada en la calle Tomás Jofré, cerca de la esquina que se formaba con el cruce de la calle Rivadavia. Con tres viviendas de por medio con un hermoso chalet que pertenecía a José Cacace, Pepe, como se lo conocía en Gimnasia y Esgrima. Tal vez sin ofender a nadie, fue el presidente que más hizo por la institución. Bueno, es hora de seguir con Díaz. Los jóvenes socios entre los que se encontraba quien después sería el presidente en épocas de vacas gordas, le tenían respeto, pero también buscaban su complicidad porque Don Julio los consentía. Le gustaba hacer bromas sobre su juego de tenis, pobre técnicamente, pero le servía para tomarse el pelo y divertir a los demás.
—Nadie maneja los efectos como yo —afirmaba— soy maestro del chupete —agregaba y los jóvenes le preguntaban cómo era ese tiro—: Simple, tiro corto y el oponente viene a la red lanzando bofes, devuelve como puede y yo efectuó un globo, pasándolo por encima. Por lo tanto, el tipo va y viene, como si fuera un chupete.
—¿Les he hablado de mi tiro sombrilla?
—No, no —respondían los jóvenes.
—Lo practico cuando hay señoras sentadas cerca de la cancha. Las alivio del sol. Golpeo y la pelota pasa los límites de la cancha sobre las cabezas de las damas dando algo de sombra y con comba entra a la cancha en el territorio del contrincante y se clava en un ángulo.
—Muéstrenos —pedían los pibes.
—Más adelante, cuando sean jugadores con más experiencia.
Julio Ángel Díaz raramente usaba pantalones cortos, por ser un hombre grande prefería practicar con pantalones largos, blancos, rompeviento frisado. Jugaba mal, pero lo hacía con un grupo de jugadores del mismo nivel. Lo que ejecutaba con cierta soltura eran los globos, mientras más alto mejor.
Le gustaba organizar torneos en especial de los menores y juveniles. Hacía extensos fixtures y muchas veces imponía el doble nocaut, o sea que no se dejaba de participar por una derrota. Quien era derrotado pasaba a la ronda de perdedores, donde, si se perdía una vez más, el jugador quedaba fuera. El uso del inglés le parecía una regla inviolable. Por esta razón cuando hacía de juez, actividad que le entusiasmaba, si los jugadores eran jóvenes: decía foot-fall (pisar la línea al sacar), first service (primer servicio) y cosas por el estilo.
Julio Ángel Díaz falleció a los tres años de que asumiera la nueva comisión directiva. No se pudo avisar a las autoridades a tiempo. Tres expresidentes a quienes el joven presidente admiraba se hicieron presentes en la institución y ordenaron el cierre de la misma por duelo.
Así se hizo y el joven presidente se sintió herido, dejado de lado, desconocido en su autoridad. El amor propio herido le impidió un razonamiento en frío y sancionó a los tres expresidentes sin prever que esa actitud haría temblar la estabilidad institucional.
Dos meses más tarde correspondía la renovación parcial de la comisión directiva y los antiguos dirigentes presentaron una lista y ganaron.
El Negro Puertas en la tarde de la elección dijo humorísticamente, al ver que llegaban a participar socios de edad, que no solían concurrir a la institución:
—Abrieron los sarcófagos (le gustaba esa palabra) vinieron a votar las momias.
La realidad era otra: la decisión arrebatada del presidente joven molestó. Se aceptaba que los viejos dirigentes se excedieron, pero la sanción era exagerada.
La convivencia con la comisión directiva entre los socios electos y los que seguían en funciones no fue posible. El presidente joven renunció.
Lo que debió realizarse al inicio del problema se hizo a destiempo. Las partes en disputa se sentaron a conversar para bien del club que transitaba los siete años de vacas gordas, hubo mutuas disculpas y una nueva elección donde la original comisión directiva retomó la conducción. Al finalizar la asamblea el presidente joven selló la fractura y prometió que redoblaría los esfuerzos propios y de los miembros de la comisión directiva para que el club siguiera siendo un ejemplo de institución deportiva.
¿Y si se regresa a la noche en que un grupo importante de socios comía un asado?
¿Qué tenía de particular si todos los días se hacían cenas?
Los que allí estaban sabían que se trataba de una reunión trascendental.
El presidente joven y su comisión directiva habían ejercido la dirigencia por dos períodos.
Siete años de vacas gordas.
De ochocientos socios a un padrón de seis mil. Ampliación de las instalaciones. Once profesores contratados. Triunfos deportivos y sociales en todas las disciplinas que se practicaban y muchos logros más. Fundamentalmente un efecto social sin precedentes.
¿Qué se comunicaba esa noche?
El alejamiento del presidente joven porque su actividad profesional lo llevaba a otros lugares de trabajo.
Llegaron postres y anuncio, con el agregado de la sugerencia que Antonio Muñoz podría ser quien lo reemplazara.
Ya de madrugada se reiteraron promesas de seguir apoyando al club.
¿Qué sucedió?
Muñoz fue presidente. Arriesgó su fortuna personal en esa tarea y con su presencia y de quienes continuaron acompañándolo hizo un excelente gobierno.
¿Qué pasó después?
Los años de vacas gordas se terminan. Así suelen decir.
Nuevos dirigentes, nuevos hechos. Comparar diferentes épocas es falaz y otorga conclusiones erróneas. Por lo tanto, los sucesos posteriores merecen su propia historia.