Cueste lo que cueste
Gabriela Pereyra
Leopoldo está de pie frente al ventanal. En la mano derecha, dentro de un vaso de cristal, un whisky sin hielo espera el final. No lo bebe. Casi ni registra esa acción. Hoy sus ideas prevalecieron ante la Junta y por eso una mueca de satisfacción le eleva la comisura derecha del labio.
No van a venir, Argentina les queda lejos. ¡Mirá sin van a venir! Además, son nuestras, somos dueños de nuestra nación y de nuestro destino. Fuera los colonos, ¡hasta cuando che! Repite en soliloquio interno, mientras hincha el pecho para ese simbólico “afuera”.
A Leopoldo le gusta leer, imaginar, cantar, sonreír, mandar, pero no le gusta perder ni tampoco dar la razón. El Teniente General no acepta como virtudes la tibieza ni la humana cobardía. Desde chico ha soñado con entrar en la historia por la puerta grande, embebido por hazañas militares que interpretó a su antojo y que para él gritaban a cada paso: ¡Viva la Patria!, de frontera a frontera. Cueste lo que cueste, repite, cueste lo que cueste… Y otra vez ensaya pararse frente a un público que, alucina, lo ovaciona tras cada palabra.
Ningún llamado logra que él, presidente de facto, desista. Ni Ronald advirtiendo que Margaret es su amiga personal, ni que Inglaterra es socio y aliado de los poderosos. Nada hace repensar la decisión. El desembarco del 2 de abril para la recuperación de las Islas Malvinas de la colonia británica es un hecho.
Lejos quedó aquel balcón desde el cual le hablaba a esa gente que eufórica arengaba contra yanquis e ingleses: ¡lo vamo a renventá, lo vamo a reventá!
Leopoldo, el popular, ese día “se dejó llevar”, pese a que sostenía que no vendrían porque “les quedaba lejos”, agitó a la masa: ¡si quieren venir qué vengan, les presentaremos batalla! Y otra vez el rugido de la masa le alimentó esa ansia conocida con final impredecible.
Hoy Leopoldo camina por las Islas, condecorado. Está llegando el crucero A.R.A General Belgrano con turistas. La gorra militar se le vuela por el viento y se pierde en la neblina de Puerto Argentino, su cabellera blanca queda al descubierto. En la intersección de dos calles le piden que haga el honor de sacarse una foto junto a el cartel homónimo: Avenida Leopoldo F. Galtieri (nunca le ha gustado el Fortunato). Accede, fingiendo timidez.
Más adelante, un ex-kelpers lo detiene tendiéndole la mano: -Thank you, capo, dice el hombre.
Leopoldo despliega todo el tiempo una sonrisa de campaña. Ha decidido esperar allí los resultados de la elección. Será el flamante presidente de los argentinos, pero, elegido en democracia.
– ¿Cómo vamos?, pregunta a su persona de confianza. No olvides que el derrotismo es traición, dice, al tiempo que besa como cábala la medalla de la Virgen de Luján. Sé que hasta “las locas de la Plaza” están tomando una tregua, bajaron sus pañuelos.
– Estamos ganando, estamos ganando…
Estamos ganando, estamos ganando. Repite Leopoldo. Y la tierra se le abre bajo los pies. El frío helado del sur se cuela en cada uno de sus huesos. Se sacude como si pudiese quitárselo. Cada vez más fuerte es el cimbrón y como defensa natural palpa la funda, pero se descubre desarmado. Despierta.
Eva María está de pie a su lado. Hace rato que intenta despertarlo sin perder de vista el arma que reposa en el escritorio del Teniente General. Leopoldo se reincorpora componiendose el cabello, limpia la huella de baba de su mejilla y el resto que ha quedado asentado en el vidrio del escritorio, el mismo que aprisiona fotografías familiares.
-En 10 minutos llamarán desde Gran Bretaña, informa temerosa Eva María, (ella hace la limpieza y asiste al presidente desde antes del Golpe Militar). Espera en la sala el traductor.
Leopoldo sigue afectado por aquel sueño. Pero toda la realidad le cae de golpe cuando Eva María lo interpela.
-¿Pudo saber algo de mi Toñito? Sé que está con miedo. Las madres sentimos eso. Solo tiene 18 años. Tiene hambre, General. Tiene frío. En su última carta mentía para no preocupar. Él ama su patria. Algunos cuentan que como prisioneros los tratan bien los ingleses. ¿Será? Mi Toñito es todo lo que tengo. Lo que sea para que me lo traiga de vuelta. Se lo ruego, cueste lo que cueste, por lo que más quiera…
Suena el teléfono. Del otro lado un hombre, en un perfecto inglés, describe las condiciones de la rendición. Alaba el coraje de los soldados argentinos que en inferioridad resistieron hasta lo irresistible. Especial admiración hacia la Fuerza Aérea, dice. Galtieri escucha al traductor con la mirada perdida. El traductor espera respuesta.
-Rendición no. Que no figure esa palabra. Retirada de tropas. Finalización del combate. Rendición no. -Con vergüenza y tristeza, el traductor transmite el mensaje.
En Puerto Argentino, con 14 kilos de menos, Toñito mira hacia el mástil, los británicos están bajando la bandera argentina para subir la inglesa. El corazón se estruja. Sabe que cueste lo que cueste, más tarde o más temprano volverá a casa, ya no será el mismo. La causa era justa porque son argentinas, la patria lo habitaba desde pequeño, en esa guerra dejaron alma y vida 649 compañeros. El delito de ambición no tiene pena, ni perdón. Lo sabe. Toñito llora en silencio. El frío helado del sur se cuela en cada uno de sus huesos, pero esta vez para siempre.
Sin palabras…