La Doncella de Orleans
La historia de Juana de Arco, la joven que cambió los destinos de su pueblo y eligió sus convicciones por sobre su vida. Fue condenada a la hoguera por herejía
Pablo Ricardi
Entre los grandes personajes de la historia figuran una mayoría de hombres y unas pocas mujeres. Si se trata de definir un sólo personaje histórico que prevalezca sobre todos los demás, sería difícil elegir uno, y en general se pensaría sólo en hombres. Sin embargo, hay un personaje femenino que podría disputar el primer lugar absoluto de esa valoración: Juana de Arco, la Doncella de Orleans
A primera vista, no pareciera que una mujer, que sólo vivió diecinueve años, y cuya vida pública sólo alcanza a tres años, pueda considerarse un personaje histórico excepcional. Pero cuando uno se asoma a leer acerca de su vida y su gesta, enseguida surge un aura, una especie de sentido sobrenatural que escapa a cualquier análisis.
Juana de Arco es un personaje único en la historia, no se parece a ningún otro. No en vano un historiador tan reputado y concienzudo como el medievalista holandés Johan Huizinga, escribió que no es posible entender a Juana de Arco sino es a través de una admiración apasionada.
Lecturas situadas
Pero antes de acercarnos a su vida, conviene hacer un poco de historia. La gesta de Juana de Arco (1412-1431) se enmarca en la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra. La misma se desarrolló desde mediados del siglo XIV hasta mediado el siguiente siglo. Los reyes ingleses descendían de los normandos, pueblo guerrero que se situaba en la costa francesa que mira hacia Inglaterra.
Reclamaban como propios territorios que estaban en Francia, pero que los reyes franceses no estaban dispuestos a conceder. Cuando los ingleses estuvieron en condiciones de armar un ejército y trasladarse a Francia para combatir por lo que consideraban sus derechos, buscaron un aliado necesario, que pudiera abastecerlos cuando estaban en campaña, y también seguir combatiendo, si llegado el caso, los ingleses volviesen a su isla. Este aliado fue Borgoña, que era un poderoso reino ubicado en el este de la Francia actual.
Así los ingleses invadieron Francia, y al correr de los años se fueron sucediendo las batallas con suerte alterna. Allá por 1429, la situación era crítica para Francia. La alianza anglo-borgoñona se enseñoreaba en las principales ciudades , mientras el reino se encontraba acéfalo; el delfín Carlos VII, para poder coronarse rey debía hacerlo, como era tradición, en la catedral de Reims, pero para llegar hasta allí, los franceses debían atravesar territorio dominado por los enemigos, particularmente la importante ciudad de Orleans que estaba sitiada por los ingleses y se esperaba su caída inminente.
Juana y sus guías
En el ejército francés cundía el desaliento y la desidia. En ese momento, una aldeanita de diecisiete años del pueblo de Domremy, levantó su voz y aseguraba que ella escuchaba voces de santos y santas, que esas voces le habían encomendado la misión de ir a convencer al “delfín” de que se corone rey, y de liberar a Francia de los ingleses.
Lo mismo podría haber dicho que quería ir a la luna. Una adolescente, mujer, en esa época, en principio no tenía posibilidades de ser escuchada, por mucho que sus dichos fueran más que un capricho de la edad. Pero, pese a todo ello, Juana fue escuchada.
Esto da lugar a una reflexión. Una cualidad de los grandes personajes históricos es su poder de persuasión. Algo hay en ellos que no se explica solamente por la convicción y tenacidad en llevar adelante sus ideas. Lo más llamativo es su impacto en los demás. Juana inculcaba su fe en los otros. Consiguió que le proveyeran de un carruaje y una guardia para hacer el viaje hasta Chinon, donde estaba el príncipe. Cuando llegó, logró ser admitida en la corte.
Es sabido que al entrar al salón real, había allí muchas personas, y Juana no conocía al delfín, sin embargo se dirigió directamente a él y le pidió una audiencia que fue concedida.
Esta audiencia duró pocos minutos, pero Carlos, hasta ese momento inseguro, salió convencido de que debía coronarse rey, y darle un mando militar a Juana en el ejército.
Los soldados, los capitanes, después de hablar con ella, mostraban un nuevo entusiasmo, y volvían a creer en la victoria. Hasta acá, todo eran palabras y buenas intenciones, pero en Orleans empezó a obrar el milagro. Juana, además de tomar decisiones militares, era la abanderada del ejército; función muy importante en esa época en que no se usaba uniforme, y donde las tropas, para ubicarse en el campo de batalla, se guiaban por la bandera.

El ejército inglés parecía invencible, pero los franceses combatieron con un brío extraordinario, y cuando se disipó el humo de la batalla, los ingleses habían sido vencidos, el cerco se había disuelto, y emergiendo en primera línea con la bandera, Juana de Arco ganó el apodo con que la conoce la historia: la Doncella de Orleans.
Ese fue el momento de gloria de Juana; se sucedieron nuevos triunfos en los cuales ella fue partícipe. Muchos se preguntan cómo puede ser que una aldeana adolescente tuviera capacidad para tomar decisiones militares estratégicas.
Indudablemente Juana poseía una notable inteligencia y una aguda intuición. Una vez que le explicaran los rudimentos, no debía ser difícil para ella resolver problemas sobre la marcha.
El camino a Reims quedó expedito y Carlos VII fue coronado rey con Juana como figura estelar.
Lo que ocurrió después no está muy claro, no sabemos si Juana quiso seguir combatiendo, o bien le pidieron que lo hiciera. Lo cierto es que la guerra no había terminado, Juana siguió en campaña, cayó en una emboscada, y fue tomada prisionera por los borgoñones, que a su vez la entregaron a los ingleses, que la llevaron a la ciudad de Ruan, donde estaban asentados.
Condenarla a cualquier costo
Los ingleses querían eliminarla, sabedores que Juana era una inspiración para los franceses, pero les convenía darle un marco legal para que no pareciera un acto brutal. Se le hizo un juicio con varias acusaciones, entre ellas la de herejía, que en esos tiempos de la Inquisición, suponía una condena a morir en la hoguera. Se le dijo a Juana que sería un juicio justo. Pero no lo fue, más bien fue una parodia. El juicio está bien documentado.
Algo que admira a estudiosos e historiadores, son las inteligentes respuestas de Juana, eludiendo las trampas de los inquisidores. Una de esas respuestas es famosa: se le pregunta si está en la gracia de Dios. La trampa consiste en que si responde que sí, incurre en el pecado de soberbia, y si responde que no, entonces todos sus dichos de que escuchaba voces de santos probarían ser falsos. Juana responde: «Si estoy en la gracia de Dios, quiera Él que lo siga estando, y si no lo estoy, que Él me permita estarlo».
Se le acusa también de vestir ropa de hombre, cosa que sin embargo era una precaución muy necesaria para evitar ser abusada.
Al fin, los jueces le ofrecen una solución. Si Juana abjura de todos sus dichos, si niega hablar con voces santas, si desiste de luchar por la libertad de Francia, si accede a vestir ropas de mujer, entonces se le perdonará la vida. Juana accede y firma su abjuración.
Pero, al otro día, o a los pocos días, Juana vuelve a vestir ropa de hombre y dice que había abjurado porque había tenido miedo, pero que sí escucha voces santas, y sí afirma querer luchar por la libertad de Francia.
Hizo esto sabiendo que la llevaría a ser quemada en la hoguera. Juana quiso ser ella misma, sin que nada la rebajara ni la limitara. Los rasgos salientes de su personalidad: su intuición clarividente, su convicción religiosa, y su coraje incomparable, confluyeron para tomar esta determinación trascendente.
Creo que cuando Juana decidió entrar en el fuego, supo que iba a brillar para siempre.