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Mujeres aborígenes: Juana Koslay

La historia de las mujeres que lucharon, sufrieron y soñaron como las contemporáneas, bajo un mismo cielo, en un tiempo remoto

María Teresa Carreras de Migliozzi (*)

Quisiera comenzar este trabajo volviendo la mirada a un pasado muy lejano, a tiempos remotos, primigenios, para recordar a las primeras mujeres que habitaron la porción del antiguo Cuyum  que hoy conocemos como provincia de San Luis.

Mujeres huarpes, comechingonas, olongastas y pampas que pisaron la tierra que hoy pisamos, que amaron, lucharon, sufrieron y soñaron como las mujeres de hoy lo hacemos, bajo el mismo cielo que hoy nos cobija, bajo las mismas estrellas que hoy contemplamos.

Sometidas a la voluntad de sus hombres, muchas veces vendidas por algunos cueros o por ganado, esas mujeres aborígenes pasaban su vida atendiendo a su gente, amamantado hijos, moliendo el maíz, cosechando las nutricias vainas del algarrobo para transformarlas en arrope o aloja, añapa o patay, confeccionando las vestimentas, ya de cuero, ya tejidas, en tanto que las más hábiles se dedicaban a la fabricación de vasijas o al trabajo de cestería.

Así, apaciblemente, transcurría la existencia de esas mujeres originarias hasta que llegó un día en el que, con asombro y con temor, contemplaron a los hombres blancos que llegaban desde muy lejos, atravesando la inmensidad del océano.

Ambiciosos conquistadores que, después de haber diezmado el rico imperio del inca, viajaron hacia el sur y cruzando imponentes montañas llegaron al Cuyum, la tierra del huarpe.

Sorprendidas y temerosas observaron sus espadas, sus raras vestimentas, su extraño bagaje de costumbres y su codicia.

Con dolor vieron interrumpida la paz de sus vidas, supieron de imposiciones y sometimientos y participaron, a la par de sus hombres, en la lucha cruenta y despiadada que se estableció entre los dueños de la tierra y aquéllos que venían a conquistarlas.

Lucha larga y atroz tras la cual la raza aborigen resultó vencida.

Después, como fruto del amor o del ultraje, los vientres de las mujeres indias comenzaron a acrisolar una sangre mestiza, flamante linfa mitad europea y mitad india que asomó a la luz dando origen a una nueva estirpe: la raza criolla.

A todas esas mujeres aborígenes rindo mi homenaje evocando a la legendaria Arocena, hija del cacique michilingüe Koslay, que fuera entregada en matrimonio al capitán Juan Gómez Isleño luego de ser bautizada con el nombre de Juana.2

Al sufrir el cambio de su genuino apelativo, verdadero atropello por parte de los españoles, ella se erige en el símbolo de las mujeres originarias de esta tierra que padecieron un ultraje a su propia identidad.

“Joven Huarpe con manzanas”, pintura de Carlos Andrés Isola.

Tiempo después muchas otras, muchísimas, padecieron similar ofensa cuando pasaron a tener el apellido de sus encomenderos.

Por esta unión matrimonial con la hija del cacique Koslay el oficial español recibió, favorecido por una Merced Real de 1697, una gran extensión de tierra que nacía en las cercanías del Río V y llegaba hasta el límite que eran capaces de adaptarse a la vida civilizada.

Y después de esta boda, tal vez por amor, tal vez por codicia, muchos españoles se casaron con mujeres aborígenes, estableciendo entonces las primeras familias criollas.

¡Arocena Koslay!

Realidad o leyenda, así asomó su figura a las páginas de la historia de esta patria chica como Juana Koslay.

A ella le cantó con fervorosos versos Antonio Esteban Agüero, nuestro bardo inmortal (3):

“Juana Koslay, Juana Koslay, ¡Oh, Madre!
Virgen dulce de Cuyo, Flor de América,
reverente me inclino y te saludo
porque tú fuiste la semilla nuestra
y nos diste color americano
centurias antes que la patria fuera”.

Con referencia al capitán español Juan Gómez isleño, la historia nos cuenta que fue padre de María Magdalena Gómez Isleño. ¿Fue Juana Koslay su madre? No lo sabemos ciertamente, aunque sí lo sostiene la tradición oral. 

Sí se sabe además que, al casarse Magdalena con el capitán Francisco de Sosa, recibió en dote las tierras de las Tapias y la Cocha, parte de las que su padre recibiera por su unión con la hija del cacique Koslay.

A raíz de esta última boda, la tradición oral sostiene la consanguinidad entre doña Andrea Sosa de Pringles, madre de nuestro héroe, y la heredera michilingüe.

Nada más sabemos sobre Juana Koslay.

El resto de la literatura dedicada a su figura es sólo producto de la imaginación, del apasionamiento, de la conjetura o de la retórica.

¡Arocena!… ¡Juana!…

¿Cuál de estos nombres agitaba las fibras íntimas de tu corazón?

¿Habrás conocido el amor? ¿Habrás sido dichosa?

¿Cuántos hijos regalaste a esta tierra virgen que te vio nacer?

¿Llegaste a trasponer los umbrales de la vejez?

Son interrogantes que brotan de nuestros puntanos corazones.

Las respuestas anidan en los misterios del tiempo y en las entrañas de esta tierra, en las que habitarán por siempre su estirpe y su emblemática figura hecha leyenda.

*Del libro “Mujeres en el pasado puntano”. San Luis Libro, 2020.  Disponible para descarga gratuita en: https://biblioteca.culturasanluis.com/

Citas bibliográficas:

1 Cuyum: actualmente Cuyo. En idioma huarpe significa “tierra pedregosa, arenosa, tierra sedienta”.

2 Los michilingües, porción de la nación diaguita que habitaba el valle del Chorrillo y la parte sur de la ciudad. 

3 Autor citado, “Digo a Juana Koslay” en “Un hombre dice su pequeño país”, Talleres Francisco Colombo, Buenos Aires, 1972.

4 Urbano J. Núñez – “Mujeres de San Luis” – Talleres Gráf. Modelo – San Luis -1983

“Las canasteras huarpes”, artista desconocido.