POR UNA HABITACIÓN PROPIA
La escritora Virginia Woolf, precursora del feminismo y la independencia de las mujeres, nació un 25 de enero de 1882. Sus ideas aún persisten
Por María José Corvalán
“Women have served all these centuries as looking glasses, with the magical and delicious power of reflecting the figure of a man at twice his natural size”.
“Las mujeres han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre el doble de su tamaño natural”.
Adeline Virginia Stephen, que en el mundo literario fue conocida como Virginia Woolf, nació en Londres, Reino Unido, el 25 de enero de 1882, en un hogar de artistas y literatos que influyó en su posterior producción y elaboración de pensamientos y escritos.
Tanto ella como sus hermanos no fueron a la escuela por lo que recibieron una educación en casa, impartida por tutores y con acceso al mundo intelectual en donde la gran biblioteca familiar era el centro del hogar.
Sin embargo, Virginia también convivía con sus tres hermanastros, hijos del primer matrimonio de su madre y, tal como lo referencia en una de sus biografías, fue víctima de abusos sexuales de dos de ellos, lo que le generó una enorme desconfianza hacia todos los hombres.
“Recuerdo el contacto de su mano debajo de mis ropas, avanzando firme y decidida cada vez más abajo. Recuerdo que yo esperaba que se detuviese de una vez, que me iba poniendo más tensa y me retorcía a medida que la mano iba aproximándose a mis partes más íntimas. Pero no se detuvo. Recuerdo que me sentí ofendida, que no me gustó”.
Virginia no creía en el matrimonio y era muy crítica en relación al lugar que ocupaban las mujeres en la sociedad de su época, pero aún así decidió casarse a los treinta años con Leonard Woolf, economista, con quien fundó en 1917 la editorial Hogarth Press, que editó sus obras y la de otros relevantes escritores, como Katherine Mansfield, T. S. Eliot o Sigmund Freud.
Nunca ocultó su bisexualidad y la ejerció con mucha libertad. Se sabe que mantuvo romances con Violet Dickinson y con Vita Sackville-West, entre otras personas. De hecho fue su propio cuñado fue quién le dijo a Virginia que la aristócrata y escritora Vita Sackville-West quería invitarla a cenar, no sin antes advertirle que era una “lesbiana declarada”. De esta forma inició un romance que perduró por años y que dejó un intercambio de cartas exquisito que luego recupera Bellver en una de sus novelas. “El amor nos basta para querernos, no necesitamos añadirle la rutina de una convivencia que bien podría ser desastrosa”.
Su salud
“Soy una melancólica de nacimiento. El único modo de mantenerme a flote es trabajando. Apenas dejo de trabajar me voy a pique”.
A causa de la depresión que sufrió desde el fallecimiento de su madre (por la que se culpaba), y que se agravaba cada vez que terminaba una nueva novela, Virginia Woolf se vio obligada a vivir con una de sus hermanas. Tuvo varios intentos de suicidio hasta que logró su cometido, el 28 de marzo de 1941, cuando se arrojó a las aguas del río Ouse, con los bolsillos repletos de piedras.
Su esposo llevaba un cuaderno donde registraba sus síntomas como irritabilidad, lenguaje incoherente, insomnio y diálogos consigo misma, lo que quizás también le permitía iniciar y sostener su proceso creativo.
“Te hundes en el pozo y no hay nada que te proteja contra el asalto de la verdad. Allí abajo no puedo escribir ni leer; sin embargo, existo, soy”.
Pacifista y feminista
Sus ideas eran revolucionarias, lo que la llevó a tener un fuerte compromiso social con la izquierda de la época y con el activismo feminista. Como pacifista se expresó en muchas oportunidades en contra del uso de la fuerza en la Primera Guerra Mundial, aunque durante la Segunda Guerra Mundial entendía que el nazismo y el fascismo sólo serían vencidos en los enfrentamientos bélicos.
En relación a sus preferencias partidarias apoyaba al Partido Laborista, y durante la Guerra Civil Española se expidió a favor del legítimo Gobierno Republicano.
En octubre de 1928 brindó dos conferencias en Cambridge sobre la relación entre literatura y mujer. “Llegó a la conclusión de que una mujer, para poder escribir, sólo necesitaba independencia económica y personal, y esto se resumía en una sola cosa: una habitación propia.
Bajo este título reuniría algún tiempo después ambas conferencias en un único volumen que sentaría las bases del pensamiento feminista de la segunda mitad del siglo XX”. Cita la Organización de mujeres, España.
Espacios para la pregunta
“[…] las mujeres y la novela siguen siendo, por lo que a mí respecta, problemas no resueltos. Pero, para compensaros en algo, voy a hacer lo que pueda por mostraros cómo he llegado a formarme esa opinión sobre el cuarto y el dinero”.
Hasta hace algunos años estaba instalado en el imaginario colectivo que la economía y las finanzas eran cosa de hombres y que era inapropiado para las mujeres mencionar cuestiones de dinero. En las asignaturas escolares las mujeres debíamos destacar en labores mientras que los varones en las ciencias y el deporte, e incluso hasta hoy, por dar un ejemplo, son mucho más los hombres que se ocupan de las columnas periodísticas de estas ramas y las mujeres estamos destinadas a lo social y la agenda de género. Casi como si nada hubiese cambiado.
Pero el cuarto propio del que habla Virginia va más allá de la posibilidad o el derecho de tener un espacio donde desarrollarnos. Se pregunta “¿por qué los hombres beben vino y las mujeres agua?, ¿por qué un sexo es tan próspero y el otro tan pobre?, ¿cuáles son las condiciones necesarias para la creación de obras de arte?, ¿por qué los hombres escriben sobre las mujeres pero las mujeres no escriben (por suerte) sobre los hombres?, ¿por qué son pobres las mujeres?”
Tratando quizás de responder sus propias preguntas, Virginia cambia en su libro el título que le había dado a un capítulo de su investigación “Las mujeres y la novela” por “Las mujeres y la pobreza”.
Para Woolf, Inglaterra está bajo el dominio del patriarcado.
En el libro, Virginia dialoga con la producción del siglo XVI y se pregunta qué pasaba con las mujeres de ese tiempo con talento y posibilidad de escribir, al punto que plantea qué hubiese pasado si Shakespeare hubiese sido mujer.
Piensa en cómo una mujer de esos años hubiese sido condenada por bruja, hechicera o loca si hubiese osado pretender un cuarto para escribir, recursos para vivir escribiendo y que sus escritos fueran publicados y pagados como corresponde.
“Ahora bien, yo creo que esta poetisa que jamás escribió una palabra y se halla enterrada en esta encrucijada vive todavía. Vive en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama.
Pero vive; porque los grandes poetas no mueren; son presencias continuas; sólo necesitan la oportunidad de andar entre nosotros hechos carne. Esta oportunidad, creo yo, pronto tendréis el poder de ofrecérsela a esta poetisa. Porque yo creo que si vivimos aproximadamente otro siglo —me refiero a la vida común, que es la vida verdadera, no a las pequeñas vidas separadas que vivimos como individuos— y si cada una de nosotras tiene quinientas libras al año y una habitación propia; si nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos; si nos evadimos un poco de la sala de estar común y vemos a los seres humanos no siempre desde el punto de vista de su relación entre ellos, sino de su relación con la realidad (…)”.
Virginia Woolf escribe enredada en su propio tormento y en medio de un mundo injusto y desigual que le causaba dolor.
Suelen decir que argumentaba desde su posición acomodada pero sus textos son mucho más complejos, tanto como lo es el feminismo. Ansiaba demostrar las consecuencias de la inequidad, de la falta de oportunidades y de los mandatos que entendía como opresión de género.
Buscaba hablar a todas las mujeres de todos los tiempos esperando unir y no competir, enredar, no separar, y empatizar, no juzgar; lo que era propio de esa sociedad victoriana.
Sus palabras la liberaron y hoy está entre nosotras.