Expresiones de la Aldea, Tertulias de la Aldea

José Santos Ortiz, la otra víctima de Barranca Yaco

Por José Villegas

(…)

En estos textos se hace evidente entonces la intencionalidad del prócer puntano: la prioridad y la premura por la construcción de una Constitución y la creación de un Poder Ejecutivo Nacional. Ni Rosas, ni López, ni los Unitarios, creían que había condiciones para semejante propuesta! Seguramente una sola persona estuvo de acuerdo con aquel “atrevido” planteo: Juan Facundo Quiroga.

Los crímenes políticos vuelven a asomar en el horizonte de este país en formación. El flamante gobernador federal de Buenos Aires, Cnel. Manuel Dorrego es fusilado (sin juicio previo) por Lavalle, bajo las intrigas de los rivadavianos y las provincias se estremecen. José Santos Ortiz debe renunciar y dejar paso a Prudencio Vidal Guiñazú en 1829, quien, finalmente deberá ceder la gobernación al unitario Videla. Pero Ortiz no descansa, acompaña a Facundo en Oncativo y cae prisionero de Paz, para luego, en reconocimiento por sus méritos de hombre probo y necesario para la Patria, ser liberado por orden del mismo Gral. Paz, jefe de la Liga Unitaria. Así, entre 1831 y 1833 será Ministro de Guerra y Relaciones Exteriores de los gobernadores mendocinos Lemos, Molina y Pedro Nolasco Ortiz, destacándose por sus dotes intelectuales en la redacción de innumerables documentos que hoy atesora el Archivo Histórico de la provincia cuyana.

Vale citar como extraordinario ejemplo el enérgico repudio suscripto por Ortiz en oportunidad del desembarco de la Corbeta “Clio” en Malvinas. En una exhaustiva y profunda investigación sobre este tema, el Embajador Juan Eduardo Fleming nos dice que en nota al gobierno de Buenos Aires, en algunos párrafos del acuse de recibo, el 24 de febrero de 1832, Ortiz escribía:

“El mundo imparcial reconocerá como una mancha en el gobierno de S.M.B. el escandaloso abuso que ha hecho de la fuerza en medio de una profunda paz, y hará justicia a la Argentina sobre los medios que adopte para reparar tamaña ofensa y defender la honra de la Nación”.

En 1834 decide su viaje a Buenos Aires para continuar vinculado con el Gral. Quiroga y partir con él en la misión encomendada por Rosas a pacificar hermanos. El 6 de febrero de 1835 se firma el tratado de paz entre las provincias de Tucumán, Salta y Santiago del Estero, dejando resuelto el conflicto. ¿Quién es el redactor del documento?: el secretario de la misión, José Santos Ortiz. Un texto más que avala aquella capacidad y tenacidad para acercar a los pueblos federales del interior. Ya reconocemos aquella pluma que ajustaba ideas del tucumano Alejandro Heredia (filántropo y estadista asesinado posteriormente, como él); el gobernador santiagueño, el eterno Felipe Ibarra y el delegado del gobierno salteño Coronel José Antonio Moldes, bajo la atenta pero confiada mirada del Tigre de los Llanos.

El historiador Orlando Lázaro (citado por Jorge Newton en su libro “Alejandro Heredia: el Protector del Norte”), recupera fragmentos de aquel documento escrito por Ortiz: “..el 6 de febrero se firma en consecuencia el convenio entre Tucumán, Salta y Santiago del Estero sellando la paz, amistad y alianza, y comprometiéndose, en lugar de recurrir a las armas para concluir las desavenencias que entre ellas pudieran producirse, a solicitar la mediación amigable de dos o más provincias. Tucumán y Salta se obligan a respetar las propiedades de los vencidos, y los tres gobiernos contratantes perseguirán de muerte toda idea relativa a la desmembración del territorio de la República. A su vez, Salta y Santiago del Estero facultan al gobierno de Tucumán para dirigirse en nombre de los tres a las demás de la República, invitándolas a adherirse al presente tratado, si lo reputan interesante al bien nacional”.

El “Tratado del Norte”, será entonces  firmado por las tres provincias, a las que luego se sumarán La Rioja y Catamarca.  Lo cierto es, que con dicho pacto, Jujuy no será anexada a Bolivia y posteriormente será autónoma bajo la protección de Alejandro Heredia. Si bien, los caudillos reunidos en Santiago respetaron los análisis de Rosas en su Carta de la Hacienda de Figueroa, por la cual manifiesta su oposición a la convocatoria a un Congreso Constituyente, es evidente que otras ideas tomaban fuerza en aquellas circunstancias. Veamos el párrafo siguiente, en el que Ortiz, con la anuencia de Facundo y el respaldo de los suscribientes, deja en claro la idea constituyente cuando escribe: “predisponer los medios por donde estos pueblos puedan arribar al término deseado de una organización regular”.

“Facundo Quiroga”, por Fernando García del Molino. 1839

Es evidente que la diferencia de criterios estuvo dada en que para Rosas primero estaba la “pacificación del interior” y el ordenamiento político de las provincias (con el claro objeto de dilatar los tiempos para acomodar su estrategia política); y para los federales del Norte (acaso interpretados todos por la visión de Ortiz), la propuesta de organización nacional bajo la tutela de una Ley madre que los reglamentara, podía ir perfectamente en forma paralela a la organización institucional de las provincias, al menos en la práctica republicana de la división de poderes, tal como el puntano ya lo había aplicado en su propia provincia. Claro está que, para Rosas (quien después de Barranca Yaco asumirá con la suma del poder público), esto era una cuestión posterior! Además, otra hubiese sido la Historia si López, siempre afecto a las prioridades económicas antes que a las ideológicas, hubiera acompañado aquel Tratado, lo cual abona la hipótesis de su participación (por el “dejar hacer”) en el crimen de Barranca Yaco.

Lo cierto es que en todos los casos, los involucrados en el Tratado del Norte, a través de una contundente y probatoria correspondencia previa (entre 1832 y 1834, que Rosas archivó cuidadosamente), plantearon infructuosamente la idea de la creación de un texto constitucional para la nación. Basta como ejemplo, entre otros, lo que escribe el historiador rosista Carlos Ibarguren, quien sostiene que “tales propuestas estaban en abierta oposición al punto de vista con que él contemplaba la situación del país”, y cuando se refiere a una carta que el gobernador santiagueño Juan Felipe Ibarra le enviara sobre esta cuestión puntual, escribe: “Y la iniciativa de Ibarra, que recibió una respuesta tan cordial como vaga, quedó archivada”.

Entonces, la Carta de la Hacienda de Figueroa (fechada el 20 de diciembre de 1834) que Rosas hizo entregar a Facundo por un chasqui mientras éste ya alcanzaba territorio santiagueño, ¡¿es una causa o una consecuencia de..?! Permítaseme sostener que ese documento por demás elocuente, analizado por cientos de historiadores, es una consecuencia. Esto es, sin dudas, una respuesta a un reclamo firme y casi condicionante que Facundo le hace a Don Juan Manuel aquella noche llena de presagios del 17 de diciembre en San Antonio de Areco, en la que le plantea la urgente necesidad de convocar a un congreso constituyente, a lo que Rosas le manifiesta que le responderá por escrito y le hará llegar su opinión. A esta altura de las circunstancias, ya todos conocemos aquella posición.

Y se cruza Barranca Yaco. La infausta acción de Santos Pérez, esbirro de los Reynafé, da por concluidos aquellos sueños. Facundo va de Santiago del Estero a Córdoba, y va advertido del peligro. José Santos Ortiz ya le ha hablado de la conspiración del gobernador Reynafé y sus hermanos. Pero, Facundo no escucha, mejor dicho escucha, pero no cree. Facundo es un héroe temerario, es una leyenda. Nadie se atreverá. Esto es, entonces, la crónica de una muerte anunciada.

“Haga alto esa galera”, ordena el sicario, y Quiroga que asoma su rostro por la ventanilla preguntando quién se atreve, cae hacia atrás con un disparo en sus ojos, en los brazos de su amigo. Pero el drama recién empieza: “…Santos Pérez, enardecido por la sangre, se apea de su caballo, trepa a la galera, atraviesa a Ortiz con su espada y Basilio Márquez da el golpe de gracia. Hiere a Quiroga en el cuello para ultimarlo, si aún se movía, y al infortunado Ortiz lo degüella”.

Un año después, el puntano Santos Funes, sobreviviente de la masacre, confesará en San Juan que, luego del crimen, salió de su escondite y volvió al escenario para encontrar … allí a todos muertos, entre estos el señor General Quiroga, Don José Santos Ortiz, y Flores, en pelota, y que habiéndose bajado del caballo, el declarante entró en la galera y encontró solo los almohadones, las pistoleras del Sor General, una olla de fierro, y el baúl de D. José Santos deschapado y vacío…” . En la autopsia previa a ser sepultado en el cementerio de Sinsacate, el médico Enrique Mackay Gordon, pagado por los Reynafé, anotará que Ortiz solo tenía un disparo en el pecho, intentando disimular la alevosía con que habían actuado los asesinos.

El 3 de marzo de 1835, Juan Manuel de Rosas escribe:

“El General Quiroga fue degollado en su tránsito de regreso para ésta, el 16 de febrero, 18 leguas antes de llegar a Córdoba. Esa misma suerte corrió el valiente Secretario, Coronel Mayor Don José Santos Ortiz y toda la comitiva, en número de 16, escapando solo el correo que venía y un asistente que fugaron entre la espesura del monte. Que tal! ¡Miserables! Y yo insensato que me metí con semejantes botarates. Ya lo verán ahora. El sacudimiento será espantoso y la sangre argentina correrá en porciones”.

Huyen y se esconden los autores intelectuales y materiales del crimen, pero, salvo dos, van siendo atrapados. Dos años le llevó a Rosas concluir lo prometido, hasta que, uno por uno van cayendo en manos de la justicia, de la que él mismo será el supremo juez que firma las sentencias, desoyendo reclamos de abogados defensores, involucrándose con escritos, cartas y “sugerencias” que escribe y despacha hacia las provincias comprometidas con aquel suceso. Otro designio de la Historia: el edecán y mensajero del Restaurador será en aquellos días el mayor Manuel Corvalán, el oficial mendocino que llegara a San Luis aquel 11 de junio de 1810 trayéndonos la fausta noticia del nuevo gobierno. Hombre éste conocedor del pensamiento del ilustre puntano José Santos Ortiz.

Segunda parte

“Muerte de Quiroga”, por Cayetano Descalzi. Fue un pintor y grabador italiano que llegó al Río de la Plata, ahora Argentina, en la década de 1820.