El infierno en las manos
“La mediocridad, posiblemente consiste en estar
delante de la grandeza y no darse cuenta”
G.K. Chesterton
Por Agustín Lautaro Sánchez
Una de las cosas más fantásticas que creo, el hombre posee, es la irrefrenable necesidad de proyectar su vida hacia el futuro.
Para mí es sumamente curioso ver, que a medida que este pensamiento moderno se va haciendo más y más dogmático en la vida de las personas, las obras de estas carecen cada vez de menos unicidad, bondad, belleza y veracidad.
Estas cualidades no las veo perdidas al azar, y es más, no las señalo porque sí. Estos no son simples adjetivos; son lo que en la filosofía aristotélica se entienden como TRASCENDENTALES DEL SER. Es decir las cualidades implícitas a todo lo que ES.
No voy a profundizar en este tema, no es la idea, pero basta con decir, que las cosas que la humanidad genera últimamente, al menos tomando en general, están faltas de contenido ontológico. Como una suerte de hombre prometeico de segunda mano.
Ahora bien, qué rayos tendrá que ver lo que digo, con la obra de Bradbury: Fahrenheit 451, dirán ustedes. Pues bien, leyéndola, me di cuenta que Don Ray, en su juicio sobre el futuro, toma como una importante fuente de datos, el presente.
El presente, en sus dos extremos, como futuro del pasado y pasado del futuro. Y allí, llega a una conclusión, un tanto caótica, poética y distópica. Pero con grandes rasgos de realidad.
El escritor nos hace conocer al bombero Guy Montag, y con él nos embarcamos en el descubrimiento de una ATLÁNTIDA. Es decir, una sociedad súper desarrollada destruida, sepultada en las aguas del caos. Caos y obscuridad, de ignorancia y persecución.
No es mi intención contar el libro, sino ver, cómo el presente de Guy, se asemeja al nuestro.
Cómo, tal vez, no tenemos cuatro paredes con televisores proyectando cada uno una cosa distinta, con variedad de anuncios y cosas y con una especie de decodificador que hace que las personas proyectadas se dirijan a uno en primera persona. Pero sí tenemos la serie encendida en una de las múltiples plataformas, mientras subimos una foto de lo que estamos viendo en Instagram, compartiendo un meme en Facebook, poniendo la canción que acabamos de ver en TikTok en nuestra lista de Spotify; y reímos por un hilo de twitter.
Además, nos tratan en primera persona, tipo, “Ya te extrañamos”; “Hola Fulano, estas personas tal vez conozcas”; “Gracias por elegirnos Mengano”; vamos, yo conocí gente que esbozaba una sonrisa de ternura, cuando Siri les decía con su voz robótica “Alarma fijada, buenas noches Zutanita”.
Aquí no critico simplemente los refuerzos positivos, las ideas del marketing, no. Hablo de cómo nuestro corazón, eternamente anhelante de amor, tiene un placebo tan rastrero. Porque al aturdimiento, lo sucederá un espacio de silencio. Tendremos sed al instante si bebemos gaseosa en vez de agua al estar deshidratados, y a la noche de borrachera, seguirá la mañana de reproche.
Otro punto que se ve es la persecución al arte y la cultura, al saber y a la memoria. Transcribo porque es terriblemente bello:
“Los años de la Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados (…) La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones (…)?” – Fahrenheit 451, pág.65.
También el hecho de tener como “La Familia”, a la gente del otro lado de la pantalla.
Depende de la edad es más fuerte, pero está tan claro en los streamers, youtubers, presentadores televisivos o de radio; ya que hay personas que hablan de ellos como si fueran su guía, su madre o padre, hermana o hermano.
Como si después de un largo trajinar, llegáramos a casa, al consuelo de la dulce voz de alguien que amamos y no es una persona física la que la produce, sino Jorgito TeLoResumo, (personaje, no obstante, que disfruto mucho). Todo muy raro y desconectado de la realidad.
Hay algunos episodios de discusión en el matrimonio Montag, y les digo, es tan normal que da miedo que ese libro sea ficción, pareciera que dos personas que se conocieron por Tinder se casan y no discuten para crecer, no confrontan ideas, sólo gritan.
Hay dos escenas, y ya voy cerrando para que esto no se haga tedioso:
Una es cuando el jefe de Guy, le muestra a Montag cómo él es un hombre culto, y que esa cultura a su vez, no sirve. Es un tema interesante, porque muchas veces, personas “disque” cultas, son sólo globos. Hinchados de saberes, no conocen nada. Su discurso es chato, sin pasión, sin amor, sin matices y tampoco posturas, como decía Castellani en su fábula del caballo, flaco y barrigón, pues comen, pero no digieren.
La segunda, es cuando Guy se encuentra con Faber, y el anciano dice decenas de veces que se arrepiente de ser un cobarde. Este “Mea culpa” me es brillante, pues siento que es un tirón de orejas a las generaciones pasadas.
Y esto es algo que me hace mucho ruido. A diario los mayores se quejan de lo que hoy son las cosas, pero su generación pudo haber generado otro presente, pues como dije, el presente es futuro del pasado. Y la generación pasada es la que engendra a la actual.
Esto es duro, tal vez, pero es la realidad.
Como decía Castellani: “El vicio ha menester una atmósfera favorable”.
Quería retomar ese punto de los trascendentales y esa frase de Chesterton. La mediocridad de la cual nuestra sociedad es víctima, tiene un por qué y una razón de ser.
El achatamiento de la persona es la base para su esclavitud. El sistema nos puede consumir fácilmente o no, está en nosotros la lucha.
Bradbury lo puso en clave de felicidad artificial, el saber se perseguía por una razón, conocer atrae consigo el sufrimiento. Pero la contra empezaba cuando se daban cuenta lo vacía que es la vida sin sabiduría.
Lo que las cosas son, su esplendor metafísico, es decir, más allá de lo material, sólo lo alcanza el ojo entrenado. No es bueno para nadie estar en frente de la grandeza e ignorarla.
Y esto no es para una élite Supercalifragilisticexpialidocious, no. Yo tengo estas dudas y las plasmo, detrás de un mostrador, con la notebook apoyada sobre unos cajones de cerveza, cortando cada tanto para dar una oferta de fiambre, en un barrio de la periferia.
Gracias a Dios, la cultura se ha vuelto más popular. Impulso que será bueno, mientras se busque elevar, nunca bajar, es necesario dar platos fuertes, no migajas.
Pues el deseo de crecer y consagrarse debe generarse y perdurar. No todos podemos ser J.S. Bach, Ian McKellen, Ford Coppola, Botticelli o Les Luthiers, pero podemos tratar de serlo, con toda nuestra fuerza.
Y para eso debe haber premios, un Colón, un Óscar, un Kónex, o un Madison Square Garden no significan que seas un artista, no. Pero muestra una vida de esfuerzo, dedicación y compromiso con la excelencia.
Se tiene que galardonar el esfuerzo, no decir que no es necesario; y con una pseudo solidaridad, hacer que no haya aplazados ni escalafón, como se quejaba Discépolo.
Tal vez aún no vivimos en la sociedad de Guy Montag, no. Pero hay personas que sí, y todos podemos terminar como ellas, es nuestro deber ser sus Clarisse.
Sería esperanzador facilitar ese “empujoncito” al impresionante mundo del saber, propiciar la oportunidad de levantar la cabeza para mirar el firmamento…
Quiera el Cielo que antes de quejarnos como la gente floja de lo caído que está el país, podamos ver nuestra obra como esos ancianos que han desgastado su vida por un ideal, como esos viejos profesores que Guy conoció en el exilio.
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