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El retiro de San Martín

Un adiós estratégico a la lucha por la Independencia. El héroe de la Patria sólo encontró los límites en su salud y en el amor por su familia. Los últimos días en Cuyo y en América dan cuenta de la inmensidad de sus ideales y de los desagravios que pese a lo entregado debió soportar

Por Guillermo Genini

El retiro de la actividad pública de José de San Martín tal vez sea uno de los momentos menos conocido de la vida del Libertador. Visto en perspectiva histórica, este período marcó el fin de su etapa protagónica en la lucha por lograr la independencia de América. Con ello se iniciaba otra etapa caracterizada por la continuidad de sus fines independentistas, pero por otros medios, más sutiles y simulados, mezclados con los embates contra su figura en tierras americanas. Así pueden considerarse los amargos y conflictuados meses que se sucedieron desde la Entrevista de Guayaquil en julio de 1822 y su partida a Europa a comienzos de 1824, que vieron por última vez a San Martín por Cuyo.

Tras la determinante entrevista que tuvieron San Martín y Simón Bolívar en Guayaquil el 27 de julio de 1822, el general creador del Ejército de los Andes y Protector del Perú decidió renunciar a continuar con el poder e iniciar su voluntario ostracismo. Esta decisión no fue comprendida por todos, e incluso varios de sus más cercanos colaboradores y sostenes dudaron de su oportunidad y no pudieron disimular su desconcierto. Sin embargo, San Martín mantuvo firme su decisión.

Cuando regresó a Lima la realidad pareció darle la razón. Envuelto en una atmósfera cada vez más enrarecida, distintos sucesos profundamente desagradables, sobre todo la resistencia a su ministro Bernardo de Monteagudo, aceleraron la convocatoria a un congreso para que el pueblo peruano tomara las riendas de su destino.

De esta forma San Martín dio respuesta a vastos sectores de la sociedad peruana que comenzaban a desconfiar del régimen protrotectoral y sus ideas monárquicas.

La celeridad con que se sucedieron los eventos fue sorprendente. Pocas horas después de instalado el Congreso de Perú el 20 de septiembre de 1823, y habiendo tomado juramento a sus 51 nuevos miembros, San Martín renunció como Protector del Perú y se embarcó a Chile.

Encuentro con O’Higgins y los días en Chile

Sus últimos actos públicos implicaron un llamamiento a la unión para proseguir la lucha contra la dominación española y un recordatorio de los peligros que acechaban la vida de la naciente nación peruana.

En su proclama sostuvo: “Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen”. Al día siguiente, tras escribirle a Rudecindo Alvarado, su sucesor como jefe militar de las fuerzas libertadores, partió desde el puerto de Ancón rumbo a Valparaíso.

En Chile la sorpresa de la salida de San Martín del Perú era absoluta. Tras su desembarco el 12 de octubre lo esperaba Bernardo de O’Higgins, debilitado Director Supremo del Estado y principal sostén de la campaña libertadora al Perú en 1820. Pocos meses antes había recibido a Manuel Gutiérrez de la Fuente, quien como delegado personal de San Martín tenía la misión de buscar en el Río de la Plata los recursos necesarios para continuar la guerra. Sin embargo, el propio Gutiérrez de regreso a Chile hacia el Perú se encontró con un San Martín que ya había renunciado a concluir el gran Plan Continental.

Pese a que fue recibido en Valparaíso y Santiago con grandes honores por sus colegas de armas y por sus fieles colaboradores, los días de San Martín en Chile fueron cortos y tuvieron un claro mensaje de despedida.

Las proyecciones y objetivos de O’Higgins y San Martín que en algún momento se habían alejado por sus diferentes responsabilidades, ahora se volvían a encontrar.

San Martín expresó su deseo de mejorar su salud y regresar a Cuyo dando por terminada su vida pública, mientras que el propio O’Higgins presintió que su destino sería pronto similar. Acuciado por deudas y empréstitos, enemistado con buena parte de sus comandantes militares y navales, su figura era cuestionada.

El Abrazo de Maipú, cuadro de Pedro Subercaseaux.

Los últimos días en América y en Cuyo

Tras descansar y recuperarse de los efectos de la fiebre tifoidea que lo afectó en su paso por Santiago, San Martín se entrevistó varias veces con O’Higgins y se despidió de sus conocidos pues deseaba pasar sin inconvenientes a Mendoza durante ese verano. El 26 de enero de 1823 inició el que sería su último cruce de la Cordillera de los Andes por el paso de Portillo. Dos días después O’Higgins se vio obligado a dimitir como Director Supremo de Chile, e iniciar su propio renunciamiento y exilio.

Luego de un cruce sin mayores novedades fue recibido en Tunuyán, Mendoza, por el capitán Manuel de Olazábal, un antiguo subordinado suyo que formó parte del Regimiento de Granaderos a Caballo, quien años después describió en sus “Apuntes Históricos de la Guerra de Independencia” su impresión:

“Cabalgaba una hermosa mula zaina con silla de las llamadas húngaras y encima un pellón, y los estribos liados con paño azul por el frío del metal. Un riquísimo guarapón (sombrero de ala grande) de paja de Guayaquil cubría aquella hermosa cabeza en que había germinado la libertad de un mundo y que con atrevido vuelo había trazado sus inmortales campañas y victorias. El chamal chileno cubría aquel cuerpo de granito endurecido en el vivac desde sus primeros años. Vestía un chaquetón y pantalón de paño azul, zapatos y polainas y guantes de ante amarillos. Su semblante decaído por demás, apenas daba fuerza a influenciar el brillo de aquellos ojos que nadie pudo definir.”

San Martín fue agasajado y acogido con admiración por el gobierno y pueblo de Mendoza. Allí manifestó que deseaba retirarse de la vida pública y dedicarse a las tareas agrarias como un simple labrador en las tierras que el gobierno revolucionario le había donado en 1816. Estas tierras, junto a otras donadas a los veteranos y retirados del Ejército de los Andes se encontraban en el sitio de Barriales en la margen izquierda del río Mendoza, hoy conocido como Departamento San Martín.

En febrero de 1823 inició sus labores como chacarero realizando las primeras labores indispensables para poner en producción el predio de 200 cuadras como la dotación de riego, la construcción de una casa y el sembrado de chacras. En estas tareas utilizó parte de los escasos fondos con que contaba, pues el gobierno del Perú le adeudaba gran parte de su sueldo

Sin embargo, la presencia en tierras cuyanas de San Martín no pasó desapercibida por el agitado ambiente político y militar que vivían las recientemente nacidas provincias argentinas. Algunos sectores importantes de política porteña no habían olvidado la reticencia de San Martín para con la dirigencia directorial. Otros lo consideraban directamente como un traidor a la causa de Buenos Aires. Estos recelos y cuestionamientos se personificaron en la figura de Bernardino Rivadavia, Ministro del Gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez.

Duelo personal y desagravios

En Buenos Aires estaban radicadas su esposa Remedios de Escalada y su hija Mercedes. Por cuestiones de salud, ella no pudo viajar para reencontrarse con su esposo, a quien no veía desde 1818.

Pese a haber recibido cartas de su familia que le informaban sobre la gravedad del estado de salud de Remedios en junio de 1823, San Martín no pudo viajar a verla pues fue alertado que peligraba su vida.

Según información confidencial que le llegó por vía reservada, sus enemigos habían contratado a forajidos armados para atentar contra su persona en el camino a Buenos Aires. Pese a ello San Martín cedió la administración de su chacra a su amigo Tomás Guido con intenciones de realizar el viaje, que no pudo concretar. Finalmente, Remedios falleció el 3 de agosto sin poder ver a su esposo.

Afectado por su muerte y conocedor que las campañas de difamación en su contra eran frecuentes en Perú, Chile y Buenos Aires, San Martín expresó a algunos amigos fieles el impacto que le causaba la ingratitud y los ataques a su persona.

Sólo le quedaba su hija y pronto decidió ir en su búsqueda y marcharse de América. Así, tras liquidar los asuntos más urgentes que lo ataban a Mendoza, el 20 noviembre 1823 San Martín inició su último viaje a Buenos Aires pasando por San Luis. Llegó el 4 de diciembre sin escolta y con gran disimulo. Su gran preocupación era atender sus asuntos familiares por lo que rechazó todo tipo de actividad pública, sabiendo de antemano que el ambiente le era hostil.

Hizo construir un monumento en mármol, en el cementerio de la Recoleta, para depositar en él los restos de su esposa Remedios, en el que hizo grabar el siguiente epitafio: «Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del General San Martin». Se hizo cargo de su hija Mercedes que estaba al cuidado de su abuela materna y a la que el gobierno de Buenos Aires le había quitado la pensión vitalicia que se le había otorgado en honor a su padre.

Finalmente, San Martín solicitó la expedición de su pasaporte, sin el cual no le era posible abandonar la ciudad, que se le otorgó casi de inmediato el 7 febrero de 1824. Tras los arreglos más indispensables para abandonar el Río de la Plata y encontrarse con unos pocos amigos fieles, el 10 de febrero 1824, San Martín zarpó hacia Europa junto a su hija a bordo del navío francés «Le Bayonnais». Concluía así una vertiginosa experiencia que cambió la historia de América y que para el Libertador representó tan sólo doce años de su vida.