La Aldea y el Mundo, Notas Centrales, San Luis

Del algarrobo al cerezo

Un recorrido por los diarios e impresiones de Atahualpa Yupanqui en Japón. Su mirada viajera y universal comparando además nuestras costumbres

Por Matías Gómez 

El padre del folklore argentino realizó nueve viajes a Japón y brindó más de cincuenta espectáculos en la década del sesenta. Su libro “Del algarrobo al cerezo” indaga sobre las costumbres orientales y aún teje puentes milenarios.

Confluencias

“Mi padre encontró algunos rasgos comunes de nuestros criollos en las costumbres domésticas y en ciertos rituales en Japón. Por ejemplo, el hecho del saludo reverencial que utilizan se asemejaba al sacarse el sombrero al encontrarse con alguien conocido o desconocido entre nuestros paisanos. 

En Japón el hombre camina delante de la mujer. En el campo, de a pie o de a caballo, los paisanos también lo hacían, para aventar los peligros y buscar la mejor senda. Esto no se entendía como una marginalidad de la mujer sino como una forma de vida en la que cada uno ocupaba su lugar. 

Además, compara el sentido de las ceremonias en Japón con los encuentros en los ámbitos rurales: la danza de la viuda, el ritual de los niños que mueren, don Dioniseo tocando violín en las tumbas de aquellos que habían sido buenos bailarines, hincarse ante una apacheta como se inclinan ante el arco Zen en parques o templos”, contó, en exclusiva para La Opinión y La Voz del Sud, su hijo Roberto Chavero.

“Atahualpa establece lazos entre la música del noroeste argentino y Bolivia con la japonesa por sus condiciones pentatónicas. Asimismo, observa y describe los instrumentos nipones que pone a la altura de la guitarra que lo acompaña.

A los ainús, primitivos habitantes de la isla oriental, que él busca y visita en el norte los llama “indios”, de manera que asocia a ambos pobladores originarios. 

Le interesan sus ritos, costumbres, canciones, así como en su propia obra los ha incorporado provenientes de todas las regiones de la Argentina, pero entre los que sin embargo figuran como privilegiados los quechuas y aymaras. 

Durante una visita en Tokio del templo de Asakusa, compara el espacio budista  con la quiaqueña “Manca-fiesta”: el mercado que los rodea y la multitud asistente. La diferencia radica en la mirada optimista, esperanzada en el porvenir de los japoneses frente a los indios en derrota ´donde las quenas sangran los salmos del cañaveral, de las minas, del camino sin fin ́”, explicó Lila Bujaldón de Esteves, investigadora del CONICET, quien en 2012 publicó la tesis “Diálogo entre folklores: Las notas de viaje de Atahualpa Yupanqui al Japón”.

Simbolismos

El algarrobo da buena sombra, frutos, fertiliza la tierra, hace subir el agua gracias a sus raíces profundas. El hachero, antiguamente, le pedía disculpas al árbol que iba a hachar porque veía en él a otro ser viviente. Para los japoneses también el cerezo es un ser protector, embellecedor del paisaje y de la vida”, comparó su hijo.                                                                           

“Muchos de los viajeros argentinos que recorrieron Japón desde el siglo XIX lo hicieron en primavera y así vivenciaron la magia del florecimiento de los cerezos.  Este momento de la naturaleza, por su parte, ocupa un lugar importante en la poesía y en el arte en general de aquel país: se trata de un momento donde se unen la máxima belleza a la conciencia de su extrema fragilidad temporal. 

Atahualpa en Hiroshima (1964). Foto gentileza de Roberto Chavero.

Por su parte, el algarrobo reaparece de manera central en la poesía de Atahualpa como símbolo de lo más genuino de su patria chica de elección, Córdoba, y todo el norte argentino. 

En su poema ‘No me dejes partir, viejo algarrobo’ le adjudica la centralidad de una vida arraigada, así como será quien encarne la nostalgia por el pago lejano en los versos de ‘El árbol que tu olvidaste’”, agregó Lila.

Piedra y camino

Mi padre estaba siempre preparado para viajar. Le sucedió desde niño viajar a conocer otros mundos. Su tata lo llevó a conocer las tolderías ranqueles en Los Toldos pues tenía amistad con el cacique Benancio. También lo llevó a Tucumán y, más adelante, a partir de los 18 años, fue su vida un permanente descubrir mundos, empezando por nuestra América, la que recorrió a esa edad desde la provincia de Buenos Aires hasta Venezuela. Él no se preparaba para ir a un destino en particular. Estaba preparado para transitar el camino que lo llevaría”, expresó su hijo. 

El cantautor y guitarrista Héctor Roberto Chavero nació el 31 de enero de 1908, en Campo Cruz, Pergamino, Buenos Aires. Su nombre artístico proviene del quechua y significa  “Venir de lejos para contar”

Entre 1947 y 1952 perteneció al partido comunista. Sufrió persecuciones, encarcelamientos, torturas y dos intentos de asesinato. Estuvo censurado hasta 1983, pero no dejó de cantar incluso en el exilio donde fue descubierto por Edith Piaf. 

Embajador 

Ligia apunta que los japoneses tenían preferencia por el folklore tradicional y el tango de la vieja guardia. Sostiene además que la clave del éxito de Atahualpa en tierras orientales “parecería surgir paradójicamente del impulso del artista por comunicarse a través de su música y de su interés genuino por conocer más profundamente aquel país lejano. Los numerosos recorridos por las distintas regiones, ciudades e islas, así como el intercambio con traductores, jóvenes estudiantes, músicos y artistas, constituyen lazos de ida y vuelta que él cultiva entre ambas culturas”.

La docente universitaria señala que las cartas a su esposa Nenette registran su preocupación por la radiación nuclear en la tierra del sol naciente.

“Los viajes y el contacto con diversas culturas no alteraron la forma de sus narraciones o canciones. Sí, con el tiempo, le dio más presencia a una mirada universal y humanista, dejando, no totalmente, la utilización como disparador de sus narraciones lo regional de nuestra tierra”, dijo Roberto. 

“Desde el punto de vista creativo, sabemos de algunas composiciones: la canción de cuna ‘Nem kororó’, el largo poema Hiroshima y la grabación del último capítulo de sus apuntes ‘Adiós a Japón’ con fondo de voces e instrumentos japoneses. 

Pero podemos valorar su contacto con Japón más ampliamente, como la experiencia positiva de una cultura basada en un folklore vivo, según sus propias palabras, un regalo ‘para adornar el sol de mis otoños’”, explicó Lila, quien es profesora de Literatura Alemana y de Literatura Comparada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, y directora del Boletín de Literatura Comparada.

Durante sus recorridos, Yupanqui prefirió las zonas más alejadas de la industrialización, al norte de la isla. 

“Le impresionó en Japón la presencia de la muerte en muchos rituales. Cómo el japonés relacionaba la muerte con la dignidad y el honor. La práctica del Hara-Kiri, la elaboración de la derrota militar de la segunda guerra mundial, la aceptación de los procesos que culminan en la muerte, sin histeria ni terror.

Comprendió cómo la filosofía y la religión los ayudaba en las dificultades o los dolores y cómo la tradición es algo necesario de cultivar. En ´Destino de Mijoio´ se ve claramente lo que comento”, precisó Chavero.

“El éxito de sus recitales, con un público de hasta 1500 asistentes, confirma su inmenso talento. Además previamente se han traducido al japonés las letras de sus canciones, hechas así accesibles al público. Con ello no solo el artista a través de la música sino también por medio del contenido de sus poemas. El sentido profundo de la vida que expresan atrae a los jóvenes del público que perciben una especie de guía existencial en ellos”, indicó Lila.

Afecto por San Luis

En ocho tomos, la Universidad Nacional de San Luis editó las obras completas de Yupanqui donde también están sus recorridos por Japón. 

“Conocía la poesía de Agüero, de Lafinur y de otros escritores puntanos. También conocía bien la música puntana. En sus años mozos había andado por San Luis con un primo. En su libro Hombres y Caminos hay un capítulo dedicado al santito de Villa de la Quebrada. Le gustaba el manejo de las técnicas guitarrísticas pero no le agradaban el uso abusivo de las mismas porque desmerecían el discurso melódico y por ende al intérprete”, contó su hijo.

Las cenizas de don Ata descansan en el jardín de su casa museo en Cerro Colorado, Córdoba, a la sombra de un roble. El perfume exquisito de sus más de 1500 composiciones brota en cada estación y no conoce fronteras. Los ejes de su carreta crujen incluso en los nuevos y electrónicos caminos que habilita la música.