La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Una inmensa figura de la Historia

A 200 años de su muerte, Napoleón Bonaparte sigue generando controversia y a la vez admiración en el mundo

Por Guillermo Genini

Sin duda la figura de Napoleón Bonaparte ocupa el sito principal de los inicios de la Historia Contemporánea. Mezcla de mito, propaganda y genialidad, su imagen se proyectó en los 200 años posteriores a su muerte, generando la misma atracción y polémica que generaba entre sus contemporáneos.

De Napoleone di Buonaparte a Napoléon

Quien llegaría a gobernar casi toda Europa, nació el 15 de agosto de 1769 como Napoleone di Buonaparte en Ajaccio, Córcega, una isla que poco antes había pasado a poder de Francia luego que fuese posesión de Génova por más de dos siglos.

Su origen corso y fuerte ascendente italiana lo marcaron para toda su vida, pues debió abrirse paso en un mundo hostil y con escasas oportunidades.

Su familia pertenecía a la pequeña burguesía de Córcega y pudo brindarle una educación lo suficientemente completa como para posibilitar el inicio de su vida militar.

El joven Napoleón Bonaparte (afrancesó su nombre), un niño de apenas diez años, supo hacerse un lugar entre los estudiantes de los institutos militares donde su padre logró inscribirlo. Para ello debió aprender a hablar francés pues su lengua materna era en realidad el italiano.

También tuvo la sagacidad de ingresar a la carrera de artillería, una de las pocas ramas del Ejército Real de Francia en la que era indispensable una competencia técnica. De esta manera logró el grado de Teniente de Artillería y pudo continuar con su ascendente carrera, gracias a que poseía un buen dominio de la matemática.

La ambiciosa revolución

Napoleón, ambicioso y disconforme, se plegó rápidamente a la Revolución Francesa que estalló en 1789 y, ya convertido en un declarado revolucionario, pudo sortear las limitaciones de su origen oscuro y provinciano.

El talento del joven, tanto para manejar cañones como para relacionarse políticamente con sus compañeros revolucionarios, le permitieron ascender en la “carrera de la Revolución”.

Bonaparte sabía que la guerra era un escenario propicio para que jóvenes burgueses que destacaran del resto y pudieran escalar en el inestable mundo revolucionario, cultivó, de esta manera, por igual sus dotes de militar y político. Sólo así pudo sortear la caída de los jacobinos, a quienes apoyó fervientemente, en 1794.

Su prestigio como militar arrojado y valiente comenzó en diciembre de 1793, con la toma del puerto de Tolón, al sur de Francia, que había caído en manos de tropas inglesas y españolas.

Napoleón, demostrando una gran capacidad de mando, pudo guiar a sus hombres para recuperar la fortaleza del puerto, que era considerada inexpugnable, hazaña que también supo explotar para ser nombrado General.

De la revolución al mito

Desplegando su capacidad organizativa, Bonaparte afrontó con éxito nuevos desafíos políticos y militares que lo posicionaron en un sitial destacado entre los jóvenes generales de la República Francesa. 

Las gloriosas campañas en Italia llevaron su nombre a lo más alto del panorama europeo y revelaron sus ambiciones políticas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, Napoleón se percató del pulso histórico que vivía la Revolución Francesa y vislumbró su final.

Para este estudioso inglés “Napoleón sólo destruyó una cosa: la revolución jacobina, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad y de la majestuosa ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión. Sin embargo, éste era un mito más poderoso aún que el napoleónico, ya que, después de la caída del emperador, sería ese mito, y no la memoria de aquél, el que inspiraría las revoluciones del siglo XIX, incluso en su propio país”.

En cierta manera Napoleón marcó el final del proceso histórico de la Revolución Francesa cuando dio un golpe de Estado que terminó con el gobierno del Directorio el 18 de Brumario (el 9 de noviembre de 1799). Contando con el apoyo decisivo del Ejército Francés y gran parte de la población, Bonaparte dio inicio a un nuevo período donde la Revolución burguesa dejó paso al Régimen burgués, caracterizado por el orden y la búsqueda de estabilidad.

El período Napoleónico

Este nuevo período, conocido como Napoleónico, se disfrazó de gobierno colegiado bajo el nombre de Consulado. Nominalmente era un Triunvirato, pero en la práctica Bonaparte dirigía la política de Francia y de gran parte de Europa, gracias a los sucesivos éxitos que sus ejércitos obtenían contra las distintas Coaliciones que se alzaban para destruir el poder de Francia.

De esta forma, la Revolución Francesa, que no fue hecha o dirigida por un partido o movimiento en el sentido moderno, ni por un dirigente único, pasaba a ser regida por un líder de origen revolucionario, pero de perspectivas despóticas y personalistas.

Según Hobsbawm, su figura controvertida llevó a Francia y a su tradición revolucionaria a su máxima expresión. En otras palabras, Napoléon fue quien “convirtió la historia de la Revolución Francesa en la Historia de Europa”.

Durante casi 20 años los ejércitos napoleónicos llevaron los principios y valores revolucionarios a todos los rincones del Viejo Continente: España, Alemania, Polonia, Italia. Incluso Rusia supo de la Revolución en la desastrosa Campaña contra Rusia entre 1812 y 1813 que marcó el inicio del declive militar napoleónico.

Napoleón y el nuevo mapa europeo

La labor constructiva de una nueva realidad histórica encarada por Napoleón culminó con la liquidación de toda apariencia republicana cuando se hizo coronar Emperador de Francia en 1804, en una magnífica ceremonia que fue presidida por el Papa Pio VII en la Catedral de Notre Dame de París.

La racionalización del sistema administrativo francés, la consolidación de los cambios creados por la Revolución Francesa, la sanción del Código Civil, también conocido como Código Napoleónico, y la reorganización del mapa de Europa con la liquidación de estructuras medievales supervivientes, representan las más conocidas aportaciones de su genio como organizador y estadista.

Sin embargo, los historiadores han contrapuesto otros hechos que le otorgan a la figura de Napoleón un signo polémico y controversial. Su continuo periplo de guerras y paces agotaron a Francia. Los reinos y territorios conquistados por Napoleón vivieron continuos saqueos y abusos bajo las premisas imperialistas que le otorgaba su indiscutida superioridad militar y estratégica. Ninguna conquista lograda por sus ejércitos fue incorporada al territorio francés tras la derrota de Napoleón en 1814.

El polémico legado

La práctica persistente de un férreo nepotismo (colocó a todos los miembros de su familia en tronos ajenos) contrastaba con su prédica del logro por el mérito y el valor. La reinstalación de la esclavitud, que había sido abolida por la Revolución Francesa, en 1802 y la masacre producida en Haití contra la rebelión de los negros, representan aspectos que son parte integral de su accionar.

Al visitar la tumba de Napoleón -que murió el 5 de mayo de 1821, mientras permanecía desterrado en Santa Elena- en el monumental Palacio de Los Inválidos en París, su nombre aún inspira admiración, pero no deja de ser una figura incómoda. Cada visitante, sin saberlo, reitera un saludo reverencial al verse forzado a realizar una leve inclinación para ver su pétreo féretro, que se encuentra en un nivel subterráneo. En la Francia actual, en el mundo actual, su inmensa figura aún condiciona nuestro presente.