Lo viejo y lo nuevo
Gustavo Daniel Gorgone (*)
Ciego como la quimera que murmuró entre las nubes, soy como viento reacio a cambiar, calmado como la mugre que se amontona entre la grasa y la ciénaga de la esquina de mi cocina, ciego soy entre la gente que me quiere ver muerto, y vivo, y moribundo. Caminé por la vereda hasta el negocio de un conejo verde que me habló sobre los quehaceres de los poetas, pues a ellos no les pagan por dar pinceladas con las plumas, les pagan por divulgar un arte efímero que solo se siente si se dibuja con los ojos. Con los ojos de aquellos muertos que ya no escriben; escriben en sus lechos de vida; escribieron tallando la madera fuerte de su hogar, que de entre las cenizas fructificaron su cimiente hasta el fin, pues ya es tarde para arrepentirse de lo ya no hecho ¡Así dijeron los poetas!
Amontonados entre veinte personas, los poetas quieren borrar sus letras, de la faz del libro, el valor quedó atrás, en algún monte olvidado. Pero siempre habrá poetizas que los saquen de su letargo, ellas son como zafiros indivisibles que emergen desde los bosques verduzcos. Salvan con su cabellera sagrada a los poetas dormidos, muertos, demacrados por la eternidad. Les dan abrazos y cuidados, para que sus libros sean terminados. Ellas, altas como arrayanes, escriben como los toros, como las gacelas, como las madres de mil madres, son rojas color sangre. Las poetas levantan a sus amados poetas, y los cuidan, pues son frágiles. Ellas bravas, con lanzas y espadas que dan motor al mundo y vida a todas las artes que existen.
(*) Este texto del autor de CABA, Buenos Aires, fue premiado con un tercer premio, y conforma parte del libro: Antología Prosa Poética Homenaje a Raquel Weinstock. Su versión digital está disponible en: