Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo, San Luis

¿Quién cuida la voz de los docentes?

El 11 de septiembre el calendario estableció el “día del maestro” en homenaje a Sarmiento, un tiempo más acá la tarea de maestros y maestras se complejizó y en muchos casos deja marcas en su salud integral

Por Eliana Cabrera

Nadie duda de que la educación es uno de los asuntos más importantes para la sociedad. Para garantizar el aprendizaje, los y las docentes son imprescindibles, su guía, mediación y formación disciplinar son el pilar principal en la educación, sobre todo durante infancias y adolescencias.

Si bien en los espacios de aprendizaje el foco se encuentra en los y las estudiantes y sus subjetividades, ¿quién vela por la salud física y emocional de los docentes? ¿Quiénes escuchan y cuidan sus voces? ¿Cómo son acompañados en esta responsabilidad diaria?

Macarena Monzón es auxiliar de primera en la materia Práctica Docente en Lengua y Literatura del Profesorado Universitario en Letras en la Universidad Nacional de San Luis. Como formadora de formadores, acompaña a futuros docentes en sus primeras prácticas áulicas durante el último año de la carrera.

“Desde nuestro lugar como docentes de prácticas intentamos acompañar a los estudiantes haciendo un seguimiento personalizado del trabajo que realizan: leer los trabajos y hacerles devoluciones, acompañarlos el primer día a la escuela y presentarlos con los docentes que serán sus coformadores, asistir a algunas de las clases que estén a su cargo, entre otras instancias.

Para nosotras es fundamental la comunicación con el practicante porque en las prácticas se entremezcla lo académico con lo personal, y si no hay un diálogo fluido entre el equipo docente y el estudiante, todo lo que lo afecte en el plano de lo personal es algo que no podremos ayudar a resolver, porque no siempre logramos inferirlo”, sostiene.

Este acompañamiento es necesario porque se encuentran en una instancia de formación, y si bien elaboran propuestas de enseñanza para llevar al aula, no dejan de ser estudiantes que están aprendiendo y necesitan la orientación de personas con experiencia en el oficio. Ahora bien, ¿qué sucede una vez que esos docentes comienzan a desarrollar su profesión y a enfrentarse sin mediaciones con la realidad escolar y áulica?

Soledad en el aula

Si nos detenemos a imaginar la escena, podemos ver que en las aulas los docentes se encuentran solos frente a grupos de niños, adolescentes e incluso adultos por bastante tiempo, y esos grupos suelen ser de un promedio de 25 a 30 personas. A veces cuentan con algún otro docente que los acompaña en el aula, pero lo más común es el trabajo solitario.

“Creo que la docencia es un trabajo que se realiza en mucha soledad. En la universidad tenemos la oportunidad de trabajar en equipo, entonces una siempre tiene la mirada de otra persona que aporta, ayuda, orienta, acompaña y muchas veces contiene. En la escuela, en cambio, los docentes se encuentran solos frente al grupo y por más que luego compartan con otros sus experiencias, la mirada externa nunca es tan completa como lo es la de alguien que podría estar en el mismo momento vivenciando lo que sucede en el aula”, afirma Macarena. La idea de que en todos los espacios de formación se pudiera contar con un compañero docente en el aula sería de gran ayuda.

Miriam Gómez trabajó como docente desde 1998 en diversas instituciones de la provincia, y actualmente se desempeña como vicedirectora en la Escuela Normal Juan Pascual Pringles. Para ella la soledad disminuye en la medida en que el trabajo sea compartido “el docente siempre que siente que las herramientas se le están acabando, busca contención, apoyo e intercambio de experiencias con sus colegas.

Se nutre y nutre a su vez a sus colegas. Creo que la soledad, cuando uno realmente se dedica con vocación y pasión a lo que hace, y que lo ve como un desafío día a día, no está. No se presenta” . Para ella, la mejor forma de accionar es mantenerse capacitada y formarse para conocer y adaptarse a los nuevos estudiantes.

“El lazo social se encuentra deshilachado” y el enlace se puede recomponer siempre y cuando se trabaje con el otro y comprendiendo el entorno; en soledad ya no se puede trabajar y mucho menos si “se establecen métodos rígidos de evaluación y se obliga a mantener paradigmas pedagógicos obsoletos o antiguos”.

Es cierto que al final del día resulta necesario contar con un buen equipo directivo y colegas con los cuales intercambiar experiencias. Pero, ¿qué ocurre cuando las instituciones no cuentan con ese buen clima laboral? ¿O qué sucede con los “docentes ómnibus” que corren de una escuela a otra al tener horas en distintas instituciones, y que al final del día no están del todo involucrados con ninguna?

¿Por qué el agotamiento y el colapso laboral?

“A nivel institucional, a los docentes se nos imponen, muchas veces, tareas que nos alejan de lo estrictamente pedagógico y están más ligadas a lo administrativo u organizativo. Estas tareas demandan un tiempo que se podría dedicar a reflexionar sobre la propia práctica, a diseñar nuevas alternativas para el trabajo en el aula, a pensar y a decidir cómo acompañar a nuestros estudiantes en función de las particularidades que cada grupo presenta. Sin embargo, cada vez se automatiza más la labor docente”, afirma Macarena.

No sólo son responsables de grandes grupos de estudiantes por día sino que a eso se suman otras responsabilidades que terminan desplazando lo central: la enseñanza y el aprendizaje significativo.

Cuando comenzó a dedicarse a la gestión educativa, Miriam vivió algo similar: “para conseguir cosas para la escuela siempre tenía que estar remándola, entonces en ese sentido sí, había un desgaste, digamos, ‘emocional’ a veces, porque me costaba entender que desde lugares clave hubiera gente que priorizara otras cosas y no lo que realmente una escuela necesita”.

Los medios de comunicación no ayudan. El exceso de tareas podría ser al menos bien remunerado y socialmente valorado pero no suele ser el caso, para Macarena “constantemente nos muestran una imagen de la educación pública en decadencia, pero ‘se olvidan’ del desfinanciamiento al que se somete al sistema educativo público”. La sobreexigencia no se resuelve con agradecimientos e inversiones, pero sin dudas aliviaría muchas tensiones y la imagen pública de la profesión docente que cada vez se ve más socavada.

Grupo de alumnas en la escuela. Foto: José La Vía.

La voz, instrumento vital

María Paz Lucero es profesora de música en un instituto privado, y además se dedica a cantar. Como docente de una materia especial, el tiempo que pasa en la escuela es mucho más reducido, y sostiene que a veces a los directivos les cuesta incluirlos y acompañarlos, pero que por suerte ha logrado vincularse con colegas con los cuales dialogar y trabajar contenidos transversales.

También sostiene que ser docente conlleva una carga emocional muy fuerte, ya que recibe indirectamente todas las problemáticas que traen los estudiantes de sus realidades personales, y si uno no está preparado para enfrentarse a eso ni tiene la compañía de otros colegas, termina sintiéndose solo, angustiado.

Comenzó a darse cuenta de que después de las clases se quedaba sin voz, y le pareció extraño ya que realizaba todos los ejercicios vocales que conocía, pero reconoció de que se cuidaba mucho más a la hora de cantar que al dar clases. Notó que sin querer elevaba mucho la voz y eso la perjudicaba.

Decidió llevar adelante algunas estrategias: estar atenta a no esforzar la garganta, y recurrir a micrófonos si es necesario “a veces si tenés 70 alumnos, por más calmos que sean y un buen manejo del grupo, es necesario elevar la voz”.  Además, decidió que en una parte de la clase los estudiantes deban trabajar solos, para poder descansar la voz. Opta por no hablar cuando está frente al pizarrón, porque el sonido tiene el doble de trabajo, rebota y llega con más dificultad al aula, y ha disminuido el uso de la tiza, que afecta a la garganta.

Es importante también el hecho de que le comunica a sus estudiantes que ella debe cuidar su voz, para que sean conscientes de este trabajo, y les enseña a ellos mismos cómo proyectar su voz usando el diafragma, o cómo relajar el cuerpo para que el aire fluya y utilizar mejor las cuerdas vocales. Pero no todos los docentes son conscientes del esfuerzo físico que realizan con sus voces, o sí, pero no tienen las herramientas para autocuidarse y planificar sus clases teniendo en cuenta este condicionante.

Para Claudia Zampa, Licenciada en Fonoaudiología y profesora adjunta de las materias Foniatría II y III de la Licenciatura en Producción de Radio y TV de la U.N.S.L, la presencia vocal del docente en el aula es fundamental, su voz está constantemente en uso. A la vez, nos recuerda que “la voz es una sola, es multifacética, no solo se usa en el aula sino en la vida cotidiana, con todas las exigencias que eso conlleva.

Entra en juego también lo emocional, lo psicológico, las obligaciones y responsabilidades, exigencias diarias…el aula es un lugar muy ruidoso, los alumnos hablan a la vez y el docente eleva su voz, hace uso de una intensidad más alta.

La velocidad de habla aumenta y eso hace que comience a utilizar mal su respiración y se produzca un aumento de tensión laríngea”. Al terminar las clases, la vida sigue y no es posible dejar de utilizar la voz como sí se abandonan las pizarras. Por eso es necesario ser conscientes sobre sus cuidados y no exigirle al cuerpo que siga fingiendo normalidad cuando comienza a verse afectado.

Foto: José La Vía.

“La Ley de Riesgo de Trabajo dice que un docente está sobreexpuesto a una carga horaria cuando supera las 18 horas semanales, o 13,5 horas académicas, y en general los docentes superan esa cantidad de horas. Si a esto le sumás que las aulas no son las más adecuadas en cuanto a acústica, son aulas grandes, cursos supernumerarios, gritos externos, más los ruidos de la calle, el docente eleva mucho la voz”, asegura Claudia.

Allí la fatiga vocal se hace presente, pero esta se naturaliza y continúan esforzándose para que su voz siga saliendo clara y entendible, a pesar de las molestias. Se niegan a tomar licencias, y ante episodios inflamatorios como laringitis o faringitis, siguen hablando y traumatizan a las cuerdas vocales. 

Esto “lleva a adquirir patologías vocales que generalmente empiezan con un problema de tensión muscular y posteriormente conlleva una difonía, y esta, que primero es funcional, luego pasa a ser orgánica porque comienza a haber alteraciones del órgano emisor, o sea, de las cuerdas vocales, adquiriendo patologías variadas: las más comunes en los docentes son los nódulos o pólipos”.

Ante esto, Claudia propone que debería existir en la currícula de las carreras docentes una materia donde “se les imparta conocimientos de cómo se produce la voz, por qué se altera, cuáles son los factores de riesgo, cuáles son las conductas, los comportamientos que la alteran, mal uso o abuso vocal, y pautas de higiene vocal que tienen que conocer para ellos tener cuidado”. Además sugiere que “los docentes deberían tener un examen de ingreso para ver cómo está el estado de su voz antes de ingresar y llevar un seguimiento para hacer detecciones tempranas y no llegar a las patologías, donde ya es mucho más difícil de resolver y volver a una fonación funcional adecuada.”

Existen deudas pendientes con la educación de todo tipo, pero quizás el sector más vulnerado sea el equipo docente, los y las trabajadoras que realizan a diario tareas que implican no solo impartir conocimiento sino socializar con sus estudiantes, contextualizar sus prácticas e idear la mejor forma de elaborar un aprendizaje significativo, todo esto economizado en pocas horas compartidas con los cursos.

Necesitamos escuchar sus voces, preguntarles con más frecuencia cómo están, qué necesitan y cómo podemos ayudar para que se sientan más contenidos, acompañados y seguros en sus actividades diarias. Sin duda esos cuidados se convertirán en un beneficio para toda la sociedad.

Foto: José La Vía.