La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Romantizarlo todo

Discursos, publicidades, posturas hegemónicas que impone el patriarcado y que las luchas feministas buscan deconstruir para repensar el cambio colectivamente
Por María José Corvalán

El patriarcado es un ordenamiento que establece qué tipo de personas, géneros, cuerpos, familias, trabajos, oficios, profesiones, etnias, razas, edades y estándares socio-económicos son mejores. Determina quiénes dominan y quienes se suman a ese poder.

El feminismo es el movimiento centenario, histórico, diverso y en permanente construcción que viene a romper con esos mandatos. Sin embargo, hay una utilización y mercantilización de algunas consignas que sirven para que partidos, empresas y hasta gobiernos utilicen discursos emotivos que establecen nuevos mandatos, “romantizando” todo.

Si en algo hay acuerdo, es en desromantizar las relaciones sexo afectivas. El amor romántico refuerza el concepto de pertenencia entre las parejas, y ya sabemos sobre la típica frase “la maté porque era mía”. La idea de nacer a la mitad, incompletas y de que recién vamos a lograr “ser” del todo cuando nos juntemos con un varón, pero no cualquiera, sino uno blanco, heterosexual, de clase media alta, estudiado y acomodado, nos condiciona.

El patriarcado de la mano del capitalismo, amantes del individualismo, imponen esta estructura que va a demandar a las parejas tiempo compartido, familia, hijos y una serie de exigencias como “el amor para toda la vida” que excluye otro tipo de lazos afectivos o redes.

Con esto, las mujeres exitosas para este modelo son quienes maternan, lo deseen o no, se ocupan de la casa, el cuidado, la crianza, trabajan, se ven lindas, se ejercitan, hacen dieta y decenas de mandatos más que nos ponen muchas veces en situaciones de violencias y vulnerabilidad.

Desde el feminismo hemos coincidido que es urgente despatriarcalizar estos vínculos y hemos logrado introducir esta postura en la agenda actual de todo el mundo, de forma que ahora, no en todas, pero sí en algunas series, películas, publicidades y demás, la vida de la protagonista no gira en torno a un “príncipe azul” al que hay que conquistar o satisfacer.

Sin embargo, surgen nuevas romantizaciones incluso con términos propios del feminismo. Vamos a pensarlos.

Sororidad

“La sororidad es el acuerdo entre las mujeres sobre los daños, necesidades y carencias que nos atañen para generar políticas” dice la investigadora Marcela Lagarde. Además, plantea la necesidad de relacionarnos generando acuerdos, y aclara que la Sororidad no implica generar lazos de amistad con todas las mujeres.

“Las feministas en deconstrucción igualmente tenemos conductas alienadas, por eso el trabajo de deconstrucción debe ser diario. Todas crecimos en una sociedad patriarcal”. Pero ¿qué tan a menudo escuchamos el término utilizado para situaciones en las que no aplica? Las mujeres tomamos decisiones libres, nos comportamos de diferente manera y ocupamos espacios con criterios diferentes y otras mujeres pueden o no estar de acuerdo. Pueden o no apoyar y pueden o no acordar con esas decisiones, conductas y criterios. Esto no puede ser señalado como falta de sororidad. Es injusto.

De todas formas, hay una utilización liviana y superficial de la palabra en medio de algunos discursos como si fuese un comodín. Se anuncian medidas insuficientes, se excluye, se discrimina, se invisibiliza y hasta se ataca, pero todo se justifica porque se introducen palabras del glosario feminista, entonces parece que está bien. No, no está bien. Está mal, como dijo Alberto Kornblihtt en el Congreso.

La menstruación

Hace unos años algunas adolescentes se sorprendían al ver sangre en su ropa interior y recién ahí accedían a alguna escasa explicación sobre lo que les pasaba mechada con una lista interminable de mitos: – “Si te bañas el primer día te vas a volver loca”, “si tomás algo para los dolores se te va a cortar, y si se te corta…”.

La menstruación durante mucho tiempo fue un tabú. ¿Cuántas se acuerdan de que había que esconder los productos de gestión menstrual cuando se compraban? Y ni hablar de pedir a un varón que fuera a la farmacia, era un horror.

En la escuela había burlas, temor de que se notara que estábamos menstruando, y todas, con seguridad, hemos pedido a una amiga que nos mire la parte de atrás del pantalón para ver si “se nos pasó”. En las publicidades se mostraba el uso de las toallitas con tinta azul, no roja, y en algunos trabajos había un día femenino para tomarse por este motivo. “Te hiciste señorita” solía decirse luego de la noticia y era la excusa perfecta para imponer más mandatos.

El feminismo también revolucionó el modo en que abordamos la menstruación, los productos de gestión menstrual y cómo ve el mundo a las mujeres y otras personas con capacidad de menstruar como los varones trans.

Sin embargo, las mujeres que trabajamos ganamos menos dinero y gastamos un promedio de $6.000 al año en productos de gestión menstrual sin contar los calmantes o medicamentos para aliviar dolores.

Para las mujeres que no trabajan o están en situación de vulnerabilidad los días que menstrúan son un verdadero padecimiento, son días que no pueden salir y que ensucian paños y ropa sin tener, a veces, acceso a productos de lavado.

¿También se romantiza la menstruación? Claro, cada vez que personas que ocupan espacios de poder, viven en casas cómodas, cobran un buen sueldo y pueden decidir, les dicen a otras que es lo mejor para ellas. La copita menstrual o las toallas sustentables son opciones amigables con el medio ambiente pero no pueden ser una obligación y romatizar los productos también condiciona. ¿Cómo se sienten las mujeres que no están cómodas con esos productos, pero perciben que si no reemplazan los que usan son “de la edad media”?

La menstruación es personal y cada uno la vive de diferente manera. ¿Por qué ahora todas debemos disfrutar de nuestra menstruación? Y si decimos que son días de mierda que nos tiran a la cama, somos raras.

El feminismo busca libertades, no imponer nuevos mandatos. Quizás el mejor ejercicio en vez de dictaminar qué es lo mejor para otras es preguntar qué prefieren y cómo se sienten.

Hablemos de ser viejas

Como sabemos, para el patriarcado las mujeres que no son jóvenes y no cumplen los estándares que se impone, son de segunda. En realidad, en el sistema patriarcal la vida de las mujeres no vale nada, pero algunas le son útiles. Claramente las viejas les sobran. ¿Cómo era hasta hace unos años en el imaginario social una mujer vieja? Una ancianita con cara de buena, rodete de canas y sentada en la mecedora tejiendo. Eso también cambió. En el debate por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito en el Congreso de la Nación pudimos escuchar a varias de las pioneras de la Campaña, todas mujeres entradas en años, con una lucidez envidiable y una formación de hierro llevando sus pañuelos en alto en la sala y en las calles.

Las mujeres de la tercera y cuarta edad enfrentan diferentes problemáticas según la provincia donde vivan, su estado de salud, acceso a la jubilación o pensión, si están en situaciones de violencias, si tienen red de contención, etcétera, y esto se agravó con la pandemia.

El encierro, las tareas de cuidado, la falta de herramientas para el autocuidado y el temor a la enfermedad o la muerte complicó seriamente a este sector del que poco se habla. Pero también se romantiza. ¿Vieron la publicidad del jabón en la tele? La de esa mujer de cabello largo y canas, que va trotando a montar olas en una tabla de surf diciendo que está orgullosa de su pelo. Eso es romantizar la vejez.

Las mujeres mayores están atravesando situaciones difíciles y parece ser un tema que no está en la agenda mediática ni política gubernamental. Están aisladas, son de riesgo y sufren estrés, angustia y muchas de ellas abandono.

Hay tantos ejemplos de lo que romantizamos que podríamos llenar todo el semanario.

Antes no se hablaba de violencia por razón de género o violencia contra las mujeres, pero que sí se habla se romantiza la denuncia y se vende el llamado a una línea o la visita a tribunales como la solución mágica a todos los problemas. – ¡Llamá! ¡Denunciá! Quienes llamaron e hicieron la denuncia saben muy bien que es una línea de derivación y que ahí empieza un camino sinuoso y larguísimo a la tierra de “estamos trabajando en eso”.

Por último, quiero que pensemos en la romantización del feminismo, y que lo pensemos quienes se sienten por fuera y quienes nos sentimos parte.

¿Si leyeron alguna vez comentarios en los que nos piden a las feministas que hagamos marchas y acciones por todo? Por ejemplo: -“Ustedes, la de los pañuelos verdes, vayan y luchen contra el cáncer, la corrupción en la AFA, liberen las patentes y logren la paz mundial”.

Los feminismos son muchos, están formados por diversas personas y además de organizarnos para ampliar nuestros derechos, tenemos casa, trabajos, familia y compromisos. No somos “barra brava en alquiler”, debatimos y si acordamos avanzamos. Y acá viene la otra romantización.

“El feminismo es un espacio de amor, donde todas nos abrazamos llenas de glitter y luchamos por un mundo mejor”. Si, algunas en prepandemia nos abrazamos y en alguna marcha usamos glitter por la alegría de luchar por lo que nos moviliza, pero no es una nube rosa donde retozar. A veces acordamos y a veces no.

También hay puntos irreconciliables, discusiones acaloradas, internas, tensiones, estrategias de estrategias, verticalismo, mesas chicas, imposiciones y jugarretas. Aún así, es un espacio de debate, de aprendizaje y donde cuestionar no está mal.

¿Pensamos que más romantizamos?