La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Relaciones que condicionan

Mabel Burin, psicoanalista, especialista en género y salud mental por la “World Federation for Mental Health”, analiza el “techo de cristal”, el poder intragénero y la feminización de la pobreza

Por Matías Gómez

Mabel Burin es doctora en Psicología Clínica, miembro del comité asesor del foro de psicoanálisis y género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, desde 1995; miembro fundadora en 1979 del Centro de Estudios de la Mujer, de Buenos Aires; doctora honoris causa otorgado por la Sociedad Psicoanalítica de México; y docente universitaria en centros académicos de Argentina, Brasil, México, Costa Rica y España.

Burin estudió el “techo de cristal”, es decir una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que les impide seguir avanzando. “Su carácter de invisibilidad -explica la especialista- viene dado por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que por su invisibilidad son difíciles de detectar”.

También, analizó el “suelo pegajoso” que agrupa las fuerzas que mantienen a tantas mujeres atrapadas en la base de la pirámide económica.

-¿Considera que en los últimos años se ha modificado el “techo de cristal” y el “suelo pegajoso” en el país?

-Sí, se han ido modificando lentamente, aunque todavía se denuncian condiciones desigualitarias en los contextos laborales y familiares debido a las cuales aún permanecen los “techos de cristal” en el trabajo y los “suelos pegajosos” en la vida familiar.

Aunque los discursos que los denuncian son políticamente correctos y promueven su erradicación, en las prácticas todavía persisten estereotipos de género –femeninos y masculinos, recortados en forma binaria– que hacen que las mujeres estemos sub-representadas en los puestos jerárquicos más elevados de todas las organizaciones laborales.

Asimismo, tales estereotipos de género inciden para que el trabajo familiar y doméstico siga adjudicándose predominantemente a las mujeres, lo cual configura el así llamado “suelo pegajoso”, que hace que las mujeres no puedan avanzar de otro modo en sus carreras laborales, debido a la particular adhesividad libidinal que se requiere en nuestra cultura patriarcal para que el trabajo doméstico y de cuidados familiares se considere adecuadamente realizado.

Una distribución más justa y equitativa de las responsabilidades familiares y domésticas, y una erradicación de los estereotipos de género para ocupar puestos de máxima jerarquía, poder y autoridad en las organizaciones laborales, contribuiría a crear, a su vez, una sociedad más justa y equitativa para todas las personas que quieran trabajar y vivir en familia.

-¿En qué consisten las relaciones de poder intragénero que usted estudió y cómo han sido modificadas por la pandemia?

-Se han estudiado mucho las relaciones de poder entre los géneros, como parte de las relaciones humanas en general, pero no se ha puesto suficiente énfasis en la reproducción de tales relaciones de poder al interior de un mismo género cuando se trata del género femenino.

Tales relaciones de poder han sido denunciadas ampliamente al interior del género masculino, por ejemplo cuando se analizan condiciones de abuso en las relaciones jerárquicas en colegios de varones, en el ejército, en contextos religiosos, o en las prisiones. Sin embargo, hemos podido apreciar que también se producen y reproducen, por ejemplo, en los vínculos familiares, entre madre e hija, entre hermanas, entre suegra y nuera, y en otras modalidades de relacionamiento familiar a veces no tan convencionales.

Esto se da porque todos los vínculos humanos, incluyendo las relaciones de género femenino, están atravesadas por las condiciones impuestas por la cultura patriarcal, que establece jerarquías bueno/malo, mejor/peor, dentro de lógicas binarias de aceptación o rechazo.

Según esta modalidad, jerárquica y excluyente, quien ocupa una de las posiciones del binarismo está en condiciones de superioridad, en tanto quien ocupa la otra posición del binarismo queda en condiciones de inferioridad, de subalternización o de desvalorización.

Las condiciones de la pandemia no han alterado básicamente estas modalidades relacionales que están agudamente incorporadas a nuestros modos de vincularnos, aunque se han producido interesantes avances en la percepción en algunos colectivos –familiares, sociales, educativos– de la necesidad de deconstruir tales modalidades jerárquicas y excluyentes de los vínculos, que producen malestar. El objetivo es superar las lógicas jerárquicas binarias y tender a una comprensión complejizada, variada y diversa de nuestra construcción como sujetos-en-relación.

Las teorías y las prácticas feministas nos han permitido acuñar experiencias y conceptos para ir más allá de las relaciones que provocan malestar. Uno de los conceptos claves es la sororidad, que nos habilita pensar y sentir a nuestras congéneres con otros criterios que escapan a las lógicas patriarcales, mediante un trabajo de reflexión crítica que lleva a otros modos de vinculación entre las mujeres.

Burines directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, desde 2001. En dicha institución coordina además investigaciones, publicaciones, seminarios y jornadas.

Es autora de varios libros, artículos y capítulos referidos a su especialidad. Ha recibido el Premio Reconocimiento a la trayectoria en 50 años de profesión (Facultad de Psicología, UBA, 2014), el Premio Reconocimiento de la Fundación Agenda de las Mujeres (2006), y Premio Mujeres destacadas de la década por su compromiso científico y académico del Instituto Federal de Políticas Públicas (2005).

-En una nota señaló que durante algunas reuniones con hombres al momento de proponer proyectos las mujeres suelen tener una ancestral actitud de subordinación. ¿Cómo modificar esta tendencia?

-Se trata de una actitud sostenida por un amplio colectivo de mujeres que se han desarrollado bajo la premisa de una supuesta superioridad masculina respecto de las capacidades para proponer proyectos –en especial cuando son laborales– que requieren iniciativa, empuje, y una disposición subjetiva para avanzar sobre el resto. Esta modalidad de construcción de esas subjetividades femeninas tradicionales siente temor al demostrar capacidades similares cuando se realizan reuniones mixtas de trabajo, y aceptan silenciarse, postergar sus inquietudes y adoptar la actitud de subordinación mencionada.

A partir de amplios y persistentes trabajos de reflexión y de entrenamiento de mujeres en grupos de autoconciencia, se ha logrado que muchas logren revertir esta condición de subordinación a las masculinidades hegemónicas en el campo laboral.

También se han logrado diversas actividades al interior de las propias organizaciones laborales que promueven condiciones de trabajo más equitativas entre varones y mujeres, y que recurren a dispositivos como, por ejemplo, el mentoring, para lograr condiciones laborales que no provoquen malestar entre los géneros.

Asimismo, se están procurando extender los grupos de autoconciencia para que también sean utilizados por el género masculino, con el objetivo de que puedan observar críticamente el desempeño de sus masculinidades y el modo cómo puede afectar el desarrollo de los vínculos.

-¿En qué consisten las feminizaciones de la pobreza y de la salud mental?

-Desde la década del 80 se han profundizado los estudios sobre las condiciones de vida de las mujeres con perspectivas multidisciplinarias, que han arrojado resultados donde se destaca el aumento de las desigualdades de género en los ingresos económicos. La agudización de estas condiciones implica que las mujeres no sólo han devenido en trabajadoras con menores ingresos que los varones, sino que además han otorgado un perfil femenino a la pobreza.

En los países en que se intensifican las desigualdades, la feminización de la pobreza es más evidente y más difícil de revertir, porque suelen carecer de dispositivos sociales, políticos, económicos, que tiendan a reparar esta injusticia. Sin embargo, cada vez hay mayor conciencia social sobre este fenómeno, y son más extendidas las denuncias y las propuestas de las políticas públicas para ofrecer programas de fortalecimiento.

En el campo de la salud mental los estudios han profundizado hacia mediados del siglo pasado, debido al exceso de demanda observada en los consultorios de salud mental por parte de mujeres que denunciaban diversos tipos de padecimientos psíquicos: estados de ansiedad, depresión, trastornos psicosomáticos y otros.

Esto llevó a que un número cada vez más amplio de profesionales estudiara más a fondo esta problemática. Los estudios indicaron que no había nada esencial constitutivo de las mujeres, sino que su malestar se debía principalmente debido a condiciones de vida insatisfactorias.

Las condiciones de vida analizadas por esa época eran las de su sexualidad, las de la maternidad y las del trabajo femenino, incluyendo el trabajo como ama de casa y la doble jornada de trabajo (doméstico y extra-doméstico).

En las últimas décadas también se han analizado las condiciones de la violencia en la vida cotidiana de las mujeres, el abuso sexual y emocional, y otras formas de violencias que afectan su salud mental. Asimismo, también se realizan estudios sobre la prescripción y el consumo abusivo de psicofármacos en las mujeres, y se procuran diversos recursos para que este consumo abusivo pueda mitigarse.