Expresiones de la Aldea, Notas Centrales, San Luis

El arte de disfrutar cada viaje o lectura

Con más de 50 obras publicadas, la poeta, escritora e investigadora pedagógica Silvia Álvarez comparte los tesoros que descubrió dentro y fuera de los libros

Por Matías Gómez

Entre los 8 o 9 años, la literatura se convirtió en una llave para Silvia Álvarez que puso en común también entre las aulas de la escuela N° 1 de Monte Grande, provincia de Buenos Aires, durante los años setenta.

Poco a poco, esa herramienta le permitió participar de los encuentros en la Fundación Argentina para la Poesía junto a grandes autores. Luego, con varios amigos escritores abrió la Librería del Humanista en 1980. Y esa pasión permanece intacta entre Piedra Blanca, San Luis, (donde vive) y los anaqueles de Las Chacras, Córdoba, donde funciona “Libro Abierto”, su biblioteca disponible para la comunidad.

-¿Por qué eligió radicarse en Bolivia y qué aprendió de esa experiencia?

-Eso de elegir es muy relativo. Vi luz y entré, como dice la expresión popular. Yo iba de camino, iba pasando y entre otras cosas, el olor a pólvora me sedujo. Bolivia estaba atravesando uno de los tantos momentos épicos de su historia y quise quedarme ahí. Me atrajo como un imán. Y cuando quise darme cuenta se había convertido en mi lugar en el mundo.

Partía y regresaba, continuaba mis andanzas por Latinoamérica, tal como requería el proyecto de investigación que estaba haciendo y regresaba a La Paz, a mi amada La Paz. Se convirtió en mi hogar.

Y como digo en la apertura del libro “Bolivia mi tierra de acogida”: Me solté, me hice añicos, achichiu Bolivia, aquí me están juntando”, o en el final de otro poema: “Protegida por las nieves eternas ¿Quién se atrevería, ahora, a sostenerme la mirada?

Ese fue un hermoso libro que realizamos juntos con Roberto Mamani Mamani; fue mi homenaje a Bolivia, mi agradecimiento. Aprendí incontables cosas, pero hay dos que son las más significativas y tienen que ver con dos virtudes del alma de las que carecía por completo: la humildad y la paciencia.

Bolivia me abrió esas dos puertas gigantes hacia lo que importa, entre muchas otras cosas. Trabajé mucho en las comunidades aymaras, trabajé en la Amazonía, trabajé en las cárceles, con mujeres, con hombres, con niños y niñas que vivían en las cárceles. Fue un viaje del que una no se va aunque se haya ido.

¿Cómo ha modificado la pandemia su ritmo de escritura?

-Creo que a todos la pandemia o la introspección y el aislamiento que impuso, nos ha permitido priorizar más, cuidar más el tiempo. Así que me he encontrado después de terminar una clase virtual con que podía quedarme quieta y el tiempo se estiraba al no tener que agarrar el auto y salir para otro lado.

Eso fue lindo, de mucho disfrute y entonces hubo más escritura y más diversificación. Más columnas para programas de radio en que colaboro, artículos sobre estos fenómenos que estamos viviendo, un poco de todo, y en medio de la pandemia comencé una noveleta, La Pancha y realicé adaptaciones de poemas de Agüero; hubo un ritmo más relajado y al mismo tiempo muy intenso y fructífero, fue un tiempo de mucha escritura, como en los viejos buenos tiempos. Toda la disponibilidad para disfrutar de los inventos propios y ajenos.

– ¿Qué desafíos experimentó cuando incursionó en la literatura infantil?

-Lo primero fue aceptarlo. De pronto me encontré escribiendo no para niños sino desde mi niña interior. Ese fue un primer desafío porque muchas veces mi niña aparece en mis obras para adultos, por ejemplo a través de personajes que son niños pero nunca me lo había cuestionado.

Una vez aceptado esto me sentí libre de escribir lo que surgiera.

Recuerdo la experiencia de “el beso volador” “un pajarito voló muy bajito por el prado y en su vuelo levantó a un beso desmemoriado, después se subió muy alto, arriba del paraíso y en sus pétalos violáceos a ese beso le hizo un nido. Ay ay ay del pobre beso en pájaro convertido ay ay ay del pobre beso solito y solo en el nido”.

Yo supe de qué estaba hablando, yo era ese beso abandonado o ese beso no besado, yo me sentía solita y sola en el nido y no era mi niña, era yo, esa mujer de cuarenta la que se sentía así.

Entonces el segundo desafío fue ir un poco más lejos con la aceptación que consistía en dejar de lado los prejuicios acerca de qué cosas son de interés de los lectores infantiles y simplemente ser honesta y escribir desde donde lo hacía y punto.

La primera buena sorpresa fue cuando la editorial Libresa de Ecuador, con quienes he publicado bastante, tomaron este texto y lo propusieron para un libro predecible infantil de su colección Caracol. Ahí me quedé tranquila de que hay miradas que comprenden y confluyen con mis textos y bueno… hay interlocutores.

Finalmente el último desafío fue diferenciarme en relación a los que creen que existe un límite preciso entre literatura de adultos y literatura infantil. Me encanta cuando mi niña quiere escribir. Ya no la cuestiono ni la reprimo.

-En su artículo sobre la lectura poética, señala que “la experiencia estética no es natural y todos sus momentos se remiten al sistema de mediaciones cultural sociales. La disposición estética no es previa a la lectura: se produce en ella”. ¿Qué aspectos habría que mejorar para estimular la lectura en diferentes ámbitos?

En primer lugar, entre los mediadores y promotores de lectura en diferentes ámbitos habría que diferenciar entre decodificar signos y leer. Leer es reconstruir significados y esa es una tarea que lleva tiempo, pasión, paciencia, es un arte en sí mismo. Entonces requiere mucho más que planes y recetas y cronogramas. Es más cualitativo que cuantitativo.

Hay que enseñar a leer, a disfrutar de la literatura. Es una tarea ardua que requiere de mucho compromiso pero que nos puede llevar a la esencia misma del ser que somos y una vez ahí… volar alto.

Mi experiencia en las cárceles me mostró cuán necesitados estamos de ese encuentro. Y la lectura era la clave. Si pudiéramos comenzar aclarando estas cosas y formando gente para que invite a otros a leer realmente… lograríamos muchas cosas más que vienen por añadidura. La lectura es siempre una lectura del mundo y eso engrandece a una comunidad. 

-En su texto “Poetizar la vida” sostiene que “la poesía que no solo está en los anaqueles de las grandes bibliotecas o en las academias de letras o en los escritorios de los críticos del arte, sino en cada uno de nosotros y nosotras y a cada paso, ahí, latiendo agazapada, esperando despertar”. ¿Durante sus talleres, los alumnos perciben aquella tensión o prejuicio?

-Yo creo que sí, que en mis talleres se evidencia mi postura frente al hecho estético. En los talleres trato de hacer espacio a la posibilidad de que la poesía se haga experiencia, presencia, vibración. De todos modos creo que es necesario diferenciar entre el taller de escritura creativa, por ejemplo “La palabra como camino”, y los talleres que llevo a cabo con poetas o escritores. Son objetivos diferentes.

En el primer caso se trata de mostrar y fortalecer, como dije antes, el descubrimiento de la herramienta extraordinaria que es el lenguaje y la escritura en especial. Para conocernos, para hacer silencio, para salir del bullicio, para valorar nuestra palabra, nuestra creatividad, nuestra propia maravilla. Y la poesía es una gran aliada para todo eso.

En el segundo caso intento acercarle al escritor, a la escritora, herramientas de escritura, lectura y análisis de obra que les permita elevar el nivel de sus producciones al máximo posible. Es por ello que en esos talleres se interpela al propio texto, se cuestiona, se corrige, se trabaja. Por supuesto que no todos están dispuestos a llegar hasta el fondo de la cuestión pero se intenta que cada uno profundice y trabaje encontrándose con su propia vara.

-¿Cómo analiza el panorama literario actual de San Luis? ¿Considera que la cultura puntana está articulada en las aulas?

-No conozco tanto el panorama literario como para responder taxativamente. Sólo como observadora puedo decir que esta es una provincia de grandes oportunidades y si hay algún lugar donde poder lograr esa articulación, es San Luis. Eso requiere resignificar los contenidos curriculares y abrir la escuela a la cultura, a la vida en el día a día y a las necesidades culturales de este momento histórico.

Últimamente para poder contextuar el libro que estoy escribiendo sobre La Pancha, he tenido que estudiar y leer mucho y eso me ha permitido descubrir aspectos fundamentales de la “puntanidad” que desconocía y que no he visto reflejados en las expresiones artísticas.

Estamos en un tiempo rápido que no invita a profundizar, más bien todo lo contrario, lamentablemente, a costa de ignorar muchas cosas que serían nutrientes para la literatura y para el arte en general. Creo que hay una especie de mirada almidonada de lo que es la cultura y por otra parte, un afán inclusivo que es muy bueno en políticas sociales pero no necesariamente en literatura y arte.

En fin, a mí me encanta trabajar y no le temo al debate, será por eso que siempre me parece propicio abrir el juego a los intercambios, al conocimiento de lo que cada uno entiende por puntanidad, a la construcción colectiva. Como quien dice sacar a ventilar y mirar sin anteojeras para tratar de reconocerse en alguna medida en las producciones de los otros, como si fueran espejos.